Gerard Depardieu es, sin duda, el mejor y más célebre actor francés con vida. Hombre generoso y desbordado que, después de una adolescencia atropellada, se hizo de la nada y ha encarnado lo mismo a Cyrano de Bergerac que a Cristóbal Colón.
François Hollande asumió el cargo de presidente de Francia el 15 de mayo de 2012. Socialista, político profesional, con un largo historial, siempre asalariado y al servicio del Estado.
Segundo presidente socialista bajo la V República (François Mitterrand fue el primero), Hollande impuso, al tomar el poder, un impuesto del 75 por ciento a las personas que obtienen ingresos anuales de un millón de euros.
En protesta, Depardieu cambió su residencia a Bélgica y, después de una polémica con el primer ministro, regresó su
pasaporte francés. Posteriormente, en 2013, Vladimir Putin le otorgó la nacionalidad rusa.
En el enfrentamiento Depardieu-Hollande subyace la oposición entre un individuo emprendedor, genial, y el funcionario gris del Estado que imagina encarnar el interés universal.
Bajo la perspectiva Hollande, quienes reciben ingresos de un millón de euros deben ser sancionados por el Estado. Su punto de partida es muy simple y se rige, en teoría, por el principio de equidad: que paguen más los que más tienen.
Pero el principio de equidad parte de una petición de principio. ¿Por qué deben pagar más los que más tienen? Porque es equitativo. Pero, ¿por qué es equitativo? Porque pagan más los que más tienen.
Para romper ese razonamiento circular debe establecerse una conexión
entre mayores ingresos y recepción de mayores beneficios de los servicios del Estado.
Algo así como lo que se hace con los impuestos al tabaco y alcohol: se grava más el consumo de estos productos porque tienen efectos negativos sobre la salud, que, a su vez, obligan a los servicios de seguridad social a invertir mayores recursos en la cura de esas enfermedades.
Pero semejante ecuación no se puede sostener si sólo se hace referencia a los mayores ingresos, porque no hay forma de demostrar que quienes están en la cúspide de la pirámide representan mayor carga para el Estado o reciben beneficios que los otros no perciben.
Antes bien, quienes obtienen mayores ingresos suelen prescindir de los servicios que proporciona el Estado; piénsese, por ejemplo, en la educación pública versus la privada o
en el sistema de seguridad social en sus dos vertientes: pensiones y salud pública.
La petición de principio parece, entonces, tener otros asideros. Uno es de orden religioso y está inscrito en el Nuevo Testamento: "Es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja a que un rico entre en el reino de los cielos".
Esta visión condena a los ricos y los considera más proclives al pecado que los pobres. La otra cara de esta versión es la teología de la liberación que plantea una opción por los pobres al asumir que el mensaje de Jesucristo es liberador y se opone a la injusticia y la opresión.
La conexión entre teología de la liberación, marxismo y socialismo viene por esa senda. Marx consideraba que la acumulación de capital era consecuencia directa de la
explotación.
De manera tal, que la acumulación y la miseria tenían un mismo motor: la explotación de los trabajadores por los capitalistas. No sólo eso. Estaba convencido que el desarrollo del capitalismo acrecentaría la desigualdad y la miseria.
En el manifiesto comunista sintetizó esa convicción, que luego articularía en el primer tomo de El Capital, con el concepto de plusvalía, en la famosa frase: "El proletariado no tiene nada que perder más que sus cadenas".
Asumida la conexión religioso-política entre riqueza-acumulación-explotación-miseria, la imposición de mayores impuestos a quienes más tienen es una consecuencia natural.
Se trata, en el fondo, de un impuesto al pecado, parecido al gravamen que se impone al tabaco y al alcohol, pero
en este nivel el pecado no deriva del costo que se infringe al presupuesto público, sino de la esencia misma de la riqueza. De ahí el temple revanchista de la izquierda.
En suma, los ricos son culpables y deben ser castigados. Y el castigo no puede esperar al más allá, en el entendido que es muy difícil que entren al reino de los cielos, sino desde ahora, en el más acá, pagarán mayores impuestos.
Así que pobre del rico que al cielo no irá y aquí más pagará. ¡Oh, Depardieu, l'artiste coloré, poursuivi par Hollande, le bureaucrate gris!
@sanchezsusarrey
Leído en http://noticias.terra.com.mx/mundo/europa/ricos-son-culpables-de-pobreza-merecen-castigo-sanchez,4da4f82991e95410VgnVCM10000098cceb0aRCRD.html
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