sábado, 26 de abril de 2014

Raymundo Riva Palacio - Brasileiros, corrupción e impunidad

 
 
PRIMER TIEMPO: ¡Viva la fiesta! El gobierno brasileño no se inmuta cuando se le critica que sus estadios no terminan de estar listos para la Copa del Mundo. “Sólo son estadios”, suele decir con desdén la regularmente malhumorada presidenta de Brasil, Dilma Rousseff. Sin embargo, no son sólo estadios. Su antecesor y mentor, Inazio Lula da Silva prometió, cuando le dieron la sede a Brasil, transformar el país con 70 proyectos de infraestructura, de los cuales sólo se completaron tres y algunos nunca, siquiera, se han empezado a construir. ¿Qué sucedió? Una explicación es la cultura brasileña, donde este asunto de hacer las cosas con planeación simplemente no se les da, como tampoco les interesa mucho quedar bien con sus interlocutores, sean ciudadanos, clientes o usuarios. Un extranjero tardó una semana en poder abrir una cuenta en el banco, y se llevó más de dos meses para que le entregaran su tarjeta de crédito. Cuando se cambió de casa, tardó más de seis meses para que sus cuentas llegaran al nuevo domicilio. Si quiere abrir un contrato de servicio de cable en televisión o de telefonía, es lo mismo.
 
 
 
 
 
 
Pero tampoco se puede uno quejar, porque bajo la idea general que es mejor caer bien que volverse un antipático por reclamar, pues casi nadie dice nada. Es mejor la playa. Como en Río de Janeiro, donde las horas de oficina de 9 a 5 no parecen regir doctrinalmente la actividad diaria. Un traje de baño siempre está a la mano, en el bolso o debajo de la ropa. Si alguien no llega a una cita, la playa está a minutos caminando. Si el profesor no llega a clase, una hora en el mar es la norma. Si alguien va a viajar al Mundial de Futbol que empieza en escaso mes y medio, que se prepare para recibir el trato brasileiro. No se le ocurra reclamar en un aeropuerto que no lo atienden, porque como nadie se queja, lo más seguro es que lo volteen a ver sin decir nada, se den media vuelta y nunca más se le vuelvan a acercar. No se moleste si en un hotel espera indefinidamente por un servicio que nunca le darán. Aguante, es la cultura brasileña, aunque en esto del futbol y la Copa FIFA, el problema no se encuentra sólo en la idiosincrasia. Si eso fuera todo, el problema en Brasil no sería tan grave.
 
 
SEGUNDO TIEMPO: ¡Viva la corrupción! El año pasado, cuando los directivos de la FIFA estaban abiertamente indignados por el retraso en las obras de los estadios para la Copa del Mundo de Futbol, el secretario general, Jérôme Valcke, dijo que habría que darle unas patadas en el trasero a los brasileños para que se apuraran. Como era de esperarse, la indignación fue nacional. La propia presidenta Dilma Rousseff afirmó que ningún brasileño volvería a hablar con él –cosa que nunca sucedió, por cierto-, y el orgullo nacional enfiló sus diatribas contra el ex periodista de la televisión francesa. Fue el pretexto perfecto. Con eso dejaron de hablar de todos los problemas en la construcción de estadios y de las obras de infraestructura que nunca llegaron. Todo se atrasó –incluso el estadio de Sao Paulo, donde arrancará el torneo el 12 de junio, no está terminado aún- para preocupación y molestia en Suiza, la sede de la FIFA. Sorprendió a muchos que la potencia económica que es Brasil, tuviera tantos problemas para cumplir sus compromisos. Pero si alguien escuchó a un funcionario brasileño que hace poco más de dos años en una reunión con el cuerpo diplomático en Brasilia tuvo un arranque de candidez y apertura, nadie se diría sorprendido. “Las obras estarán, pero tendrán un retraso”, dijo el funcionario, de acuerdo con diplomáticos que estuvieron en ese encuentro. “Es lo que hacen los municipios. Demoran mucho los permisos para la construcción para llegar a los límites y provocar que se den adjudicaciones directas”. Este ardid burocrático para favorecer a las empresas preferidas por los gobiernos municipales, se llama corrupción. “Es el mismo círculo de siempre”, dijo un diplomático con amplia experiencia en Brasil. “Se dan contratos y comisiones entre ellos mismos”. La corrupción es casi una parte inherente de los poderosos en Brasil. Incluso, parafraseando a un diplomático mexicano de muy alto rango que hace tiempo trabajó en Brasil, hasta para quienes vienen de México hay cosas que hacen a uno ruborizar. Se puede sonrojar uno por el cinismo abierto ante los escándalos de corrupción, que toca los niveles más altos del gobierno y el sector privado, y los niveles más altos del gobierno y el sector privado voltean mejor para el otro lado. La Copa del Mundo de Futbol ya no es, ni siquiera, el último escándalo de corrupción en el que se encuentran inmersos hoy en día los poderosos en Brasil.
 
 
TERCER TIEMPO: ¡Viva la impunidad! La prensa brasileña está inundada estos días por revelaciones sobre corrupción en la empresa orgullo nacional, Petrobras. Empezó por la investigación en el Congreso sobre el porqué pagó 500 millones de dólares en 2006 por acciones en una refinería texana, Pasadena, que resultó un pésimo negocio. El pasado 20 de marzo el ex director de Refinería y Abasto de Petrobras, Paulo Roberto Costa, fue detenido por presunto lavado de dinero, en la llamada “Operación Lavado de Coche” que ya produjo otras 12 capturas, y la caída del vicepresidente del Congreso, que es uno de los líderes del Partido de los Trabajadores, al que pertenece la presidenta Dilma Rousseff. Después de eso fiscales en Brasil, Holanda y Estados Unidos empezaron a indagar sobre presuntos sobornos de ejecutivos de Petrobras hasta por 100 millones de dólares a la empresa naviera holandesa SBM Offshore NV, por la renta de barcos, y se supo que la compañía brasileña transfirió 10 millones de dólares a Pasadena sin existir documento alguno que soportaran la investigación. La directora ejecutiva de Petrobras, María das Graças Foster ha defendido todo el tiempo su posición, aunque ya le cayeron en una mentira. Había dicho que ella no fue enterada de los detalles de Pasadena, lo que resultó falso. Rousseff también ha defendido la operación con Pasadena, realizada cuando ella misma presidía el Consejo de Administración de la empresa. Cuántas más irregularidades habrá, no se sabe. ¿Cuáles serán los costos políticos? En 1991, el entonces presidente de Petrobras renunció en protesta por las presiones de Paulo César Farías, amigo íntimo del entonces presidente brasileño, Fernando Collor de Mello, para incurrir en actos de corrupción. Farías sabía de ello, pues durante la campaña presidencial de Collor de Mello construyeron una red de corrupción y tráfico de influencias con empresarios que, a cambio de financiamiento, les daban obras. Al año siguiente en que se desató el escándalo, Collor de Mello fue destituido, pero nunca se fue al ostracismo. Hoy es legislador y controla una parte de las estaciones de la televisora O Globo, como también lo hace José Sarney, quien se vio involucrado en un escándalo de evasión fiscal y sobornos en licitaciones en los 80s, cuando fue presidente de Brasil. Sarney hoy en día es casi presidente ad temporem del Senado y sigue siendo una figura poderosa. Como Collor de Melo, como Lula, como Rousseff, mandatarios en esta nación donde no importa que corruptos sean los políticos y los empresarios, los costos son menores para esta clase de privilegiados brasileiros.
 
 
 
twitter: @rivapa
 
 
 

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