viernes, 30 de mayo de 2014

Diego Petersen Farah - Pederastia, más allá de Maciel

¿Sirve para algo el escándalo? Para quien lo dude ahí está el caso de la pederastia en la iglesia Católica. Hace 20 años se publicaron las primeras notas sobre los abusos sexuales de Marcial Maciel. En aquel momento la presión a los medios que osaron tocar al santo varón, a mon père, el mismo que luego sería nombrado por Juan Pablo II “ejemplo de la juventud”, fueron tildados de amarillistas y a algunos se les fue la vida en ello. Pero los más valientes no fueron los medios sino aquellos que hombres que denunciaron, dieron la cara y señalaron contra viento y marea al cura abusador.
 
Al escándalo de Maciel siguieron decenas en todo el mundo católico y hoy la iglesia ha adoptado un política radicalmente distinta a la que tenía hace 20 años. La denuncia penal que la propia iglesia mexicana puso al padre Eduardo Córdova en San Luis Potosí habla al menos de una forma distinta de tratar el problema. Es cierto, le costó 20 años y muchos millones de dólares a la iglesia aprender que había que distinguir entre pecados y delitos, y que los pederastas no son ovejas desviadas, como les llamaban eufemísticamente, sino criminales. Me queda claro que la iglesia no habría hecho nada sin la presión y que fue la tenacidad y la capacidad de los denunciantes en México, Estados Unidos e Irlanda  lo que hizo que se abriera el duro cascarón del Vaticano, pero visto a dos décadas de distancia hay sin duda un cambio.
 
 
 
 
 
 
Pero lo mismo que hemos visto en el interior de la iglesia sucede en escuelas de Estado de nuestro país sin que nadie haya hasta el momento tomado cartas  en el asunto. Un amplio reportaje de Luis Herrera publicado en El Informador de Guadalajara en agosto 2012, demostró que en el caso de Jalisco hay en promedio una denuncia formal al mes por abuso sexual y que el trámite que se da a los casos no es para nada distinto a los de la iglesia católica: protección institucional y sindical; cambio de residencia de los maestros denunciados; presión sobre padres y niños denunciantes, etcétera. De los 116 casos analizados, 48 terminaron, después de un largo proceso, en destitución del maestro, pero el resto obtuvieron “castigos” que fueron de los dos a los 30 días de suspensión. En ningún caso hubo reparación de daños, ninguno piso la cárcel y en la mayoría las niñas o niños abusado terminó por cambiar de escuela porque los directores protegieron a los maestros y señalaron a los alumnos. Sin tener los datos, porque no abundan los estudios ni reportajes al respecto, en el resto del país la situación debe ser similar o peor.
 
El abuso sexual infantil es un delito que se da en todos los ámbitos: religiosos y laicos, clases altas, medias y bajas, católicos y no católicos, a niñas y niños. La mayor parte de las denuncias con mucha difusión tiene que ver con casos de abusos en ordenes religiosas en clases media-alta y alta, en gran medida porque son estos los que tienen el capital y las relaciones para sostener una batalla tan terriblemente larga, costosa y desgastante. Hay que festejar que los escándalos hayan tenido, aunque sea 20 años después, un efecto en la iglesia católica, pero los medios no debemos olvidar lo que está sucediendo todos los días en las escuelas de nuestro país.
 
 
 

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