viernes, 30 de mayo de 2014

Eduardo Ruiz Healy - El tabaquismo mata y nos cuesta mucho

Soy uno más de muchos exfumadores. De los 12 a los 35 años consumí cigarros, puros y el tabaco que coloqué en los receptáculos de las pipas que coleccionaba.

En una época me fumé hasta cuatro cajetillas de cigarros al día. Usaba lo que quedaba del cigarro que estaba fumando para encender el siguiente. Fumaba durante todas las horas que pasaba despierto. Lo primero que hacía al abrir los ojos cada mañana era encender un cigarro; lo mismo hacía antes de cerrarlos para dormir. De repente un puro o una pipa servían para satisfacer mi adicción al tabaco.

Compraba cigarros y los guardaba en mi refrigerador para que se mantuvieran “frescos”. Si no había que fumar en casa o la oficina me ganaba la angustia e interrumpía lo que estuviera haciendo para ir a la tienda más cercana para hacerme del producto que me proporcionaba la droga a que estaba adicto.







Comprar cigarros ya entrada la noche o en la madrugada, cuando no había en la Ciudad de México tiendas que permanecieran abiertas las 24 horas del día, era toda una aventura. Era necesario localizar algún comercio que operara clandestinamente para adquirir ahí la nicotina que cada célula de mi cuerpo exigía para mantenerse tranquila.


Mis camisas, corbatas, pantalones y el asiento del coche que manejaba mostraban los estragos causados por las cenizas aún encendidas que sin darme cuenta cayeron sobre ellos. Mi casa, mi ropa, mi oficina, el interior de mi coche y todo lo que me rodeaba apestaba a tabaco.
Era un adicto totalmente dependiente de la nicotina que contiene el tabaco.

Lo peor de todo es que en esa época, cuando mis hijos mayores eran niños y se desconocían los efectos nocivos del tabaco de segunda mano sobre la salud de lo no fumadores, fumé miles de cigarros en la casa en donde vivían y otros miles dentro del coche cuando los llevaba en él.
Un día pensé que de seguir fumado como lo hacía no vería a mis hijos como adultos y menos a mis nietos. Me empecé a informar sobre los daños que fumar le causa a un cuerpo humano. Después de mi investigación no me ganó el miedo sino el terror y un buen día dejé de fumar para nunca volver a hacerlo.

Durante los 23 años que duró mi adicción fumé, si considero un promedio diario de dos cajetillas con 20 cigarros cada una, aproximadamente 335 mil 800 cigarros. A precios actuales (45 pesos por una cajetilla de 20 cigarros) literalmente quemé aproximadamente 755 mil 550 pesos. Además de lo que me costaron todas las prendas de vestir que eché a perder al quemarlas con las cenizas encendidas de cigarros, puros y pipas.

Afortunadamente, mi adicción al tabaco no me costó más. Décadas después de liberarme de la nicotina no sufren de daño alguno mis sistemas respiratorio o circulatorio. Mi corazón, pulmones y laringe son idénticos a los de una persona que nunca fumó.

Tuve suerte. Más de la que han tenido millones de fumadores alrededor del mundo alrededor del mundo que han muerto por alguna enfermedad causada por su tabaquismo o que han quedado, gracias al tabaco, de alguna manera impedidos para vivir una vida normal.

Porque me salvé de convertirme hace años en una estadística más celebraré mañana el Día Mundial sin Tabaco.

Si fumas, recuerda que el tabaquismo es una adicción que te cuesta mucho en dinero, salud y años de vida; una adicción que muy probablemente te matará de una manera nada agradable.

¡Feliz Día Mundial sin Tabaco!
 



No hay comentarios:

Publicar un comentario

Por favor, sean civilizados.