A Luis Videgaray se le acabaron los ases bajo la manga. El gobierno decidió enfocar todas sus baterías en las reformas estructurales, ya aprobadas a nivel constitucional. Después de esto entró en una suerte de marasmo, mientras espera que los cambios constitucionales den resultados. Sería un despropósito exigir que los resultados lleguen apenas meses después de la aprobación de las reformas. Sin embargo, el reciente ajuste a la baja del pronóstico de crecimiento económico de México está exactamente en las antípodas de lo que se esperaría de un país a punto de despegar económicamente, como, a decir del gobierno federal, es el caso del nuestro.
En poco más de un año, se promulgaron reformas constitucionales sin precedentes en muchos años. Algunas lograron una amplia aprobación social, como la educativa o la de telecomunicaciones (en esta, dicho sea de paso, la aprobación social se echó por la borda con la propuesta de reglamentación enviada por el Ejecutivo), mientras que otras fueron criticadas por distintos sectores, como la fiscal y la energética. El hecho es que, le guste a quien le guste y le pese a quien le pese, el Ejecutivo logró concretar, con el apoyo de la oposición, las reformas que se propuso.
Lo preocupante para el gobierno –y en particular para Videgaray– es que, después de sacar adelante las reformas, parece que no hay más proyecto económico. Viene, por supuesto, la compleja y trascendente tarea de reglamentar algunas reformas que aún no lo han sido e implementar todas, pero, fuera de esto, los indicios apuntan a que se acabó la creatividad. Las expectativas económicas del gobierno están puestas en las reformas y hay mucha fe –difícilmente se le puede llamar de otra manera– depositada en su éxito.
Apenas ayer, en un artículo para Reforma, Videgaray exhibía lo mucho que depende su proyecto de las reformas: “Las reformas aprobadas en materia laboral, de educación, de competencia económica, en telecomunicaciones, fiscal, en materia financiera, y por supuesto en energía, van a detonar el gran potencial de la economía de nuestro país”. En la lógica de Videgaray, las reformas van a detonar el potencial económico del país. Sí o sí. Si la realidad no se adecua a lo que las reformas buscan lograr, peor para la realidad. No hay plan B si tardan en dar resultados o si no los dan en la magnitud que se espera.
Al tiempo que las reformas abrieron posibilidades, cerraron otras. La reforma energética es tan radical que es casi impensable que en los próximos años se apruebe otra más profunda. También está clausurada la posibilidad de que el Estado amplíe sus ingresos, pues el propio Videgaray anunció que no se alteraría el régimen tributario en lo que resta del sexenio. Tampoco son factibles nuevas reformas educativas o de telecomunicaciones: si los afectados por la primera reaccionaron tan adversamente, resulta difícil que haya una segunda. Además, aun si el Ejecutivo tuviera la disposición para empujar una nueva agenda de reformas, sería complicado que contara con un apoyo suficiente de la oposición y de la opinión pública, sin lo cual difícilmente podría sacarlas adelante.
Lo gobiernos no deben tomar decisiones solo viendo las encuestas, pero tampoco deben darles sistemáticamente la espalda. Con todo y reformas, o quizá en alguna medida por estas, la administración peñanietista no está convenciendo a los mexicanos. Para muestra, las tendencias de la aprobación presidencial. Según Parametría, de abril/junio del año pasado a enero/febrero de este año, la aprobación del Presidente se desplomó de 62% a 44%. Fue en noviembre/diciembre de 2013 cuando por primera vez el porcentaje de desaprobación superó al de aprobación. Esto solo había sucedido una vez desde 2000, en octubre de 2005, con la importante diferencia de que en aquella ocasión se debió a un pico en la desaprobación de Fox, no a una tendencia, como ocurre actualmente. En una medición más reciente, realizada por Reforma a fines de marzo, la aprobación del Presidente –48%– era igual a su desaprobación, pero se observa una caída dramática en la aprobación presidencial por parte de líderes de opinión: más de treinta puntos en menos de un año –78% a 46%–, de abril de 2013 a marzo de 2014.
El crecimiento económico es quizá el aspecto en el que más se han enfocado las reformas. En este contexto, el viernes pasado Hacienda redujo el pronóstico de crecimiento económico de 2014 de 3.9% a 2.7%, es decir, más del 30%. Con las reformas, el gobierno echó toda la carne a la parrilla. No puede esperarse que la carne ya esté lista, pero desconcierta que ni siquiera se esté comenzando a cocinar. ¿O se le puede llamar cocción a semejante derrumbe en el pronóstico de crecimiento?
En unos meses, la actual administración concretó las reformas que se propuso, pero al mismo tiempo colocó en la mesa de apuestas su principal argumento, exponiéndolo públicamente. A casi año y medio de gestión, Videgaray, quien fuera el secretario estrella, se encuentra cuestionado, alejado de sus anteriores aliados en la iniciativa privada y sin ases bajo la manga, al tiempo que la economía continúa instalada en una mediocridad que se ha hecho crónica. Temerario querer irse con esta inercia hasta 2018.
@GermanPetersenC
Leído en http://www.sinembargo.mx/opinion/27-05-2014/24228
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Por favor, sean civilizados.