martes, 27 de mayo de 2014

Jorge Fernández Ménendez - Marcos se va, la pobreza se queda

No, no fue una botarga, ni una farsa. Tampoco un jugador que no se manchara las manos de sangre. Es verdad que Marcos representó un movimiento político de alguna forma inédito, por lo menos en su desarrollo ulterior, respecto a organizaciones armadas que hicieron suyas las demandas indígenas, pero no estuvo demasiado lejos, en su concepción inicial, de lo que Sendero Luminoso, o el ELN colombiano. Paradójicamente a Marcos y al EZLN lo que lo convirtió en otra cosa fue en buena medida una suma de casualidades y errores, de un Gobierno que actuó de una forma diferente a la que esperaban.

El levantamiento del 1º de enero del 94 fue una acción anunciada. Por lo menos desde meses atrás se tenía toda la información sobre el movimiento armado que se estaba gestando en la selva chiapaneca, se sabía quiénes estaban detrás de él y las relaciones que distintos personajes, como el Obispo Samuel Ruiz y otros, desempeñaban.
 
 
 
 
 
 
 
 
Había habido acciones de violencia extrema que no se podían disimular: soldados que fueron desmembrados y arrojados a pozos, ataques y robos muy puntuales, se sabía en qué iglesia había monjas que estaban confeccionando uniformes y cómo estaban llegando armas a los grupos organizados en la selva. Antes del movimiento del 1º de enero, se había realizado una suerte de ensayo general con hombres encapuchados pero sin el uso ostensible de armas, usaron palos, en San Cristóbal y en otros poblados.

Lo sabía el Gobierno, incluso en detalle, pero decidió no actuar porque se habían sumado la firma del TLC y su ratificación en el Congreso estadounidense y la sucesión en México: Colosio conocía perfectamente, como secretario de Desarrollo Social, lo que sucedía en Chiapas. Tuvimos oportunidad de platicarlo con él entre agosto y septiembre del 93 e incluso de escribirlo (ver el libro “De Chiapas a Colosio, el año que vivimos en peligro”, Rayuela Editores, 1994). Pero también se sabía que su rival en el proceso sucesorio, Manuel Camacho, también quería utilizar ese episodio para lanzar, si llegaba a la candidatura, su campaña. Por todas esas razones, el presidente Salinas decidió no actuar contra el movimiento armado, dejó la operación en las manos de su secretario de Gobernación, el ex gobernador de Chiapas Patrocinio González Garrido. Lo increíble es que sabiendo todos lo que sucedería, teniendo el Gobierno en sus manos la posibilidad de neutralizar o dificultar ese movimiento, siendo avisados dos días antes muchos de los corresponsales extranjeros, la medianoche del 31 de diciembre del 93, mientras se festejaba la entrada en vigor del TLC, el levantamiento zapatista sorprendía a todos y la Administración Salinas se paralizó durante casi 48 horas.

No fue Marcos el personaje que acaparó inicialmente la atención. Tampoco los primeros comunicados del EZLN tenían un contenido indigenista. Lo primero que se difundió fue una declaración de guerra al Estado mexicano, en el marco de una operación guerrillera bastante tradicional. Hubo unas pocas horas de verdadero combate. Y no fue hasta que comenzaron a darse esos enfrentamientos que comenzó a aparecer un Marcos que no tenía, en sus orígenes, ni el mismo lenguaje ni le daba a su movimiento la misma concepción que le conocimos después. En los hechos, el debate que se dio en el Gobierno federal, entre el 7 y el 10 de enero de ese año, decidió la suerte de Marcos y del EZLN: había que decidir si se combatía a un movimiento que ya estaba en esas horas acorralado o se inducía un acuerdo de paz vía un alto al fuego precisamente porque estaba acorralado. Se adoptó la segunda opción y fue entonces que impulsado por el propio Manuel Camacho, convertido en comisionado para la paz, apareció en realidad Marcos. Se requería un interlocutor y Marcos lo fue.

Fueron una vez más distintas decisiones gubernamentales las que terminaron ayudando a construir la imagen de Marcos (que éste explotó magníficamente bien para su causa): desde el “desenmascaramiento” del 9 de febrero del 95 hasta las mediáticas negociaciones de San Andrés, desde la firma de acuerdos no cumplidos hasta aquella incomprensible decisión de Fox de iniciar su Gobierno con el tema Chiapas, pensando resolverlo “en 15 minutos”, con la gira por todo el País que se dispuso entonces, con acceso a todos los medios masivos, incluso en una suerte de cadena nacional. Y el otorgamiento de una virtual zona liberada que desde hace ya más de 10 años, en los hechos, han administrado, gobernado, los zapatistas.

¿Fue todo esto necesario? La violencia no lo fue. Tampoco, la polarización y la manipulación. La pregunta, en última instancia, se responde con hechos: 20 años después, en plena despedida de Marcos, ¿están mejor hoy que hace dos décadas los indígenas chiapanecos, incluso aquellos que viven en las zonas zapatistas? La verdad es que no. Se va Marcos, que se había ido hace ya mucho tiempo, la pobreza y desigualdad se quedan.


Es verdad que Marcos representó un movimiento político de alguna forma inédito, por lo menos en su desarrollo ulterior, respecto a organizaciones armadas que hicieron suyas las demandas indígenas
 
 
 

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