La cultura de la violencia se extiende por la región de la cual formamos parte. ¿Sirve que el Gobierno prohíba la música del odio?
Es natural que la violencia se exprese musicalmente; es parte inherente a la condición humana. Es igualmente cierto que la música trasciende fronteras y los países que forman parte de la cuenca del Caribe siempre han intercambiado los acordes que plasman las alegrías, los rencores y los sueños de sus sociedades.
Hace 40 años Los Tigres del Norte desencadenaron una revolución cultural con “Contrabando y traición”. En esta crónica de amor binacional Emilio Varela, el mexicano, y Camelia, la texana, llevan de Tijuana a Los Ángeles un auto con las llantas repletas de marihuana. Cuando reciben el pago, Emilio le informa que con la parte que le toca se vaya a “rehacer tu vida”, porque él se va con la “dueña de su vida”. Agraviada, Camelia se desahoga metiéndole siete balazos. En el video original es notable, por su ingenuidad, el recato del conjunto y los actores.
En los años 80’s el Gangsta Rap sacude a los Estados Unidos con las crónicas sombrías, agresivas, violentas de la vida en los barrios pobres de ese País. En “Crooked Ass Nigga” de Tupac Shakur un afroamericano carga en la cajuela del auto una pistola Glock 9 milímetros con la cual limpia las calles de mothafucka’s; entre los que están incluidos los policías. En los videos se les ve con ropaje ostentoso y accesorios chillantes y las mujeres son reducidas a juguete sexual. Parte de estas actitudes se trasladarían, tiempo después, al Reggaeton caribeño y centraomericano que tiene una canción llamada “Agárrala, pégala, azótala”. ¿Está claro de quién hablan?
El narcocorrido reacciona al enorme poder acumulado por el crimen organizado mexicano. Miles de estrofas exaltan sin mayor criterio a quienes mueren en las disputas por las plazas mientras van sometiendo, con plata y plomo, a políticos y funcionarios sin columna ni ética. En “Niño sicario” se cuenta, con fatalismo resignado, la vida del niño pobre que a los 15 años se une a la mafia, ejecuta a “más de 100” y es asesinado a los 17.
El belicismo de esta música no se monta en el llamado a morir en el altar de la Patria o en la flama de una revolución que acabará con las clases sociales. “Nos gusta matar”, gritan retadores en “Los sanguinarios del M1”, un corrido que ha sido visto unas 13 millones de veces en las diferentes versiones exhibidas en YouTube. Para ilustrar sus gustos muestran los rifles de asalto con los cuales se matará o morirá por el patrón y despliegan los cuchillos con los que se degollará y descuartizará a la “contra” que puede ser cualquiera. Son himnos a una vida sin mañana que encuentra sentido en el disfrute intenso del momento: consumir y presumir joyas, fieras y mujeres a las que se dispensa el trato de “Kleenex”.
¿Qué hacer? Algunos gobernantes mexicanos están poniéndole frenos burocráticos a esa música. En los últimos meses han empezado a cancelar conciertos de El Komander, uno de los cantantes más populares de este género, quien responde invocando su libertad de expresión, califica a su música de arte y aclara que él es un simple cronista de la vida diaria. Argumentos similares han sostenido los artistas del Gangsta Rap y el Reggaeton. Sensato que el Gobierno no facilite la difusión de esos mensajes; absurdo el silencio sobre un hecho fundamental: esta música forma parte de un próspero negocio de discográficas grandes y pequeñas mientras que Tecate, Sol y Pizza Hut, entre otras empresas, han patrocinado los conciertos de El Komander.
No hay -por ahora- una alternativa cultural para quienes encuentran en la violencia la salida a una vida sin esperanzas. Si el PRI engulló culturalmente al PAN y PRD, el odio está derrotando a todas las fuerzas políticas. ¿Qué hacer? Un filósofo francés, Michel Maffesoli, sostiene que la violencia es parte indisoluble de la existencia y recomienda contener con astucia la parte oscura de la existencia. En otra ocasión abundaré en sus planteamientos; por ahora cierro estas reflexiones con un hecho: el Estado mexicano carece de un planteamiento de la envergadura exigida por los acordes y estrofas que ensalzan la muerte al grito de “nos gusta matar”.
La miscelánea
En los tiempos que corren la palabra debe acompañarse de imágenes. En mi página (www.sergioaguayo.org) encontrarán ejemplos de narcocorridos, Gangsta Rap y Reggaeton. También puse el link a una versión breve de “Narco Cultura”, un documental de Shaul Schwarz.
Comentarios: www.sergioaguayo.org
Colaboró Rodrigo Peña González.
Colaboró Rodrigo Peña González.
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