Es loable que el PRI se haya metido a labores de reciclaje, pero francamente no hay Greenpeace que hubiera aprobado la reutilización de un funcionario tan defenestrado como Fausto Alzati. El problema no es que hubiese sido sorprendido inventándose un doctorado del que aún no tenía el título; total, el hombre simplemente estaba tratando de justificar con florituras el encargo como secretario de Educación Pública que Ernesto Zedillo acababa de hacerle. El PRI debió advertir que en aquella invención de Alzati había mucho más que un asunto de egos y frivolidad. El verdadero pecado residía en la prepotencia grosera y el doble rasero del funcionario al que se dota de poder: resulta que durante sus años como titular de Conacyt fue un ferviente Torquemada contra becarios que mostraban cualquier fisura en su documentación académica y algunos perdieron su beca. Un agravio que muchos recordaron meses más tarde cuando Alzati quiso presumir su título de Harvard. Eso fue en 1995 y lo convirtió en el ministro de Educación más efímero de la historia de México.
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