martes, 17 de junio de 2014

Federico Reyes Heroles - Frente al espejo

Tres sucesos casi simultáneos nos dibujan las contrahechuras. Primero. El Mundial muestra una aparente convivencia universal regida por normas aceptadas por todos los contendientes. Rousseau estaría feliz de esa concordia lograda por la razón. Pero la FIFA no es modelo de organización democrática, recordemos el cacicazgo de Havelange, quien después de casi un cuarto de siglo al frente de la institución y a los 96 años de edad cayó por haber aceptado sobornos. Blatter va por el mismo camino. Segundo. Ali Hussein Sistani, el gran ayatolá de los chiíes de Iraq convoca a sus seguidores a levantarse en armas en contra de los yihadistas suníes. Matar como un deber sagrado. Ese mundo no ha desaparecido en el Siglo XXI.

¿Será ese genocidio anunciado una excepción? No es así. José Luis Valdés Ugalde (Excélsior, 15 de junio, 2014) nos recuerda cómo la derecha más pedestre cobra fuerza en Europa, en el “Viejo Continente” que dio vida a Locke, Montesquieu, al propio Rousseau, a los enciclopedistas que concibieron los derechos fundamentales del ser humano. Le Pen padre sugiere “hornear” a un cantante judeo-francés que osó criticarlo y que “el señor Ébola” acabe con la migración africana. El racismo galopa igual al sur de EU o en el Tea Party, en la Nación más poderosa del orbe y también cuna de la democracia.








El tercer suceso fue recordado en Expresiones. El 13 de junio se cumplieron 75 años del arribo del Sinaia al puerto de Veracruz. El llamado “barco de la vida” transportó durante más de dos décadas a todo tipo de exiliados comenzando con los españoles que huían de la Guerra Civil, después vendría la persecución nazi. México se enriqueció así con la presencia de grandes humanistas y científicos de distintas nacionalidades, muchos de origen judío que inyectaron vida a la Facultad de Filosofía y Letras o de Ciencias o de Química de la UNAM. El Colegio de México y otras instituciones también tienen su origen en los asilados. Así quedó troquelada la imagen de México como un País de brazos abiertos encarnados en el general Cárdenas. Dimos por cerrado ese capítulo de nuestra cultura: los mexicanos somos muy abiertos y tolerantes a otras culturas, etnias y religiones. Pero esa imagen no corresponde a nuestra realidad cotidiana. Ni abiertos, ni tolerantes.


Las confrontaciones motivadas por una creciente pluralidad religiosa son muy frecuentes. Se trata de actos de auténtica persecución prohijada por una vida comunitaria convertida en un infierno. La Encuesta Mundial de Valores muestra el rechazo de los mexicanos a las migraciones, sobre todo las africanas y a los musulmanes, pero también a las asiáticas e incluso a “nuestros hermanos” latinoamericanos, según reza el discurso oficial. En pleno Siglo XXI la única migración aceptada es la europea. Hay capítulos vergonzosos como la matanza de chinos en La Laguna en 1911, después en Monterrey y posteriormente en el Noreste hasta 1934. La intolerancia hoy hacia los indígenas y homosexuales alcanza cifras que avergüenzan.

Que la conmemoración de los 75 del arribo del Sinaia nos obligue a revisar ese expediente: la intolerancia, ese terrible fantasma, recorre a México y aparece cuando menos lo pensamos. Durante la crisis del 94-95 una encuesta reveló que en el norte del País muchos mexicanos consideraban responsables a los judíos, cuya presencia allí es casi inexistente. La comunidad judía en México es muy pequeña, pero los estereotipos y fobias no se apoyan en realidades. El País tolerante con Cárdenas a la cabeza seguido de Gilberto Bosques es un mito. No pretendo restarle valor a ese par de notables mexicanos. Pero la realidad es otra.

Daniela Gleizer ha documentado en un espléndido estudio (“El exilio incómodo. México y los refugiados judíos. 1933-1945”, Colmex/UAM) los vaivenes que tuvo la política mexicana hacia las solicitudes de asilo de judíos que huían del Tercer Reich. En 1934 se cancela el asilo a los “negros”, gitanos, chinos, árabes, asiáticos -salvo japoneses- y judíos de cualquier nacionalidad.

Ojo, doble restricción. Sumemos a lo anterior el ius sanguini -el derecho que se desprende de la sangre- muy arraigado en México. Es notable cómo sigue habiendo entidades que establecen una clara diferencia entre los originarios y los que no lo son. Todo eso ocurre en un País con una altísima movilidad geográfica y en plena globalización. Mientras en los EU personajes como Henry Kissinger o Madeleine Albright -nacidos en Alemania y Checoslovaquia respectivamente- han sido secretarios de Estado, en México algunos derechos todavía derivan de la sangre. Incluso en la UNAM los extranjeros están limitados para ser directores y por supuesto Rector.

El Mundial, no representa al mundo. Los genocidas y racistas gozan de cabal salud. México no es el Sinaia. Salgamos de la cómoda historia oficial, parémonos frente al espejo y miremos el rostro de la intolerancia mexicana.


Leído en http://www.am.com.mx/opinion/leon/frente-al-espejo-9811.HTML


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