El joven Presidente se levantó aquella mañana del 2014 con una sensación ambivalente. Durante su invariable rutina de ejercicio sus pensamientos lo bombardeaban. Debía preparar su Segundo Informe de Gobierno. La elección de medio término ya estaba en el horizonte. La oposición endurecía sus posiciones y negociar se dificultaba. La elección marcaría los tiempos. Pero también llevaba el orgullo de haber logrado en menos de 24 meses una serie de transformaciones históricas que le permitían proyectar a su País a un futuro prometedor. Educación, financiamiento, más facultades a los órganos reguladores de transparencia, de competencia económica y de telecomunicaciones y una reforma política con avances innegables. No todo era miel sobre hojuelas.
Un grupo radical y minoritario del magisterio impedía la aplicación de la nueva ley en algunas entidades. La añeja debilidad de las autoridades ante actos violentos era el origen. Actuar con dureza era justificado pero riesgoso ante provocaciones evidentes. En telecomunicaciones los actores se movían con gran velocidad saliendo del dominio de los mercados que la nueva ley perseguía. Una de sus mayores preocupaciones, las leyes secundarias de la radical reforma al sector de energía, habían sido aprobadas días antes, provocando lo predecible: total rechazo de la izquierda y movilizaciones en distintas entidades. El dogmatismo seguía ocupando un lugar importante dentro de esa sociedad atrapada en una nostalgia y una exigencia de futuro y modernidad, palabra siempre controvertida.
Pero su desazón, aquella mañana lluviosa, giraba en torno del futuro inmediato. Su popularidad había dejado de caer, las reformas entusiasmaban pero a pocos. Sin embargo, la percepción pública llevaba meses expresando lo mismo, dos problemas centrales: la economía y en segundo lugar la seguridad. No se ponía en duda la capacidad demostrada del Gobierno federal para continuar con la persecución del crimen organizado sin provocar una espiral de venganza y sangre. Pero la criminalidad no cedía en delitos como el secuestro y la extorsión. El Presidente se limpió el sudor mientras trotaba, no porque las gotas invadieran su rostro, sino como una fuga a su razonamiento. Mayor seguridad se llevaría tiempo pues cruzaba por los gobiernos locales, por la renovación y capacitación de policías, por la formación de un nuevo cuerpo federal.
No había cosecha de corto plazo. Ese era el eje de su desasosiego. Habiendo sido muy exitoso en lograr consensos y mayorías para obtener las reformas inimaginables que el mundo aplaudía, la cosecha interna no llegaría pronto. Había reiterado mil veces que no le importaba su popularidad, pero su olfato político iba al proceso electoral a punto de iniciar. Necesitaba refrendar la fuerza de su partido en las elecciones intermedias para poder continuar con las transformaciones y por fin cosechar. Clinton lo asaltó: “...es la economía...”. La mejoría concreta más inmediata serían las tarifas telefónicas, pero de lo demás habría poco. Allí estaba el problema central. La recuperación de la confianza del consumidor y del mercado interno eran “marginales”, poco significativos. Los anuncios de inversiones multimillonarias de parte de los grandes empresarios nacionales y del exterior, caían en el vacío. El día a día iba mal.
El salario había perdido capacidad adquisitiva de manera dramática desde mucho tiempo atrás y se había agravado en los últimos años. La campaña contra el hambre era un imprescindible paliativo para los más pobres, pero no solucionaba el deterioro en la capacidad adquisitiva de las muy diversas clases medias que ya eran mayoría y que, a través de su voto, gobernaban al País. Las empresas -pequeñas y medianas- se ahogaban por una reforma fiscal -pactada políticamente- muy exitosa para el erario pero que sangraba la economía nacional al extraer demasiados recursos de la sociedad. El crecimiento era magro. La división de la izquierda y los radicalismos de la derecha ya le anunciaban la contienda electoral. Las reformas “estructurales” no han servido para nada, no crecemos, son cambios para que se enriquezcan los ricos, cuál mejoría si ya no alcanza para el limón, el jitomate, la cebolla...
Se aproximó a los tres kilómetros, dosis cotidiana. Había prometido que no habría alzas impositivas. Pero lo que se reclamaba era justo lo contrario, disminuciones competitivas en una economía globalizada. La relación con el empresariado estaba dañada. Apretó el botón de STOP. Su tablero mental quedó muy claro: foco rojo. Librar el presente para llegar al futuro en construcción. No expondría lo más por lo menos. No había margen. Aceptar el error y replantear un marco fiscal que de verdad alentara al inversionista y estimulara la economía lo antes posible. Así lo decidió. Horas después -de gira en un caserío en pobreza extrema- hizo el anuncio. Ese simple hecho dio vuelo a un optimismo general que ninguna reforma había traído. El olfato lo salvó del peor de los mundos: ser presa del presente por mirar al futuro.
Leído en http://www.am.com.mx/opinion/leon/memorial-del-mañana-10448.HTML
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