martes, 15 de julio de 2014

Martín Moreno - #Brasil2014

El silencio posmundial en los estadios se transformará en protestas...

La reelección de la presidenta Dilma Rousseff es, ahora, tan frágil como la espalda de Neymar. Brasil no sólo fue humillado por alemanes y holandeses. Va más allá. El silencio posmundial en los estadios se transformará en protestas enlatadas durante el torneo. La furia por la muerte del “jogo bonito” y sus enterradores oficiales —Felipao al frente— mutará en votos contra Dilma en octubre próximo.


El balón ciega y enloquece. Los 14 mil millones de dólares gastados para el Mundial, el despilfarro, la corrupción, se justificarían si el capitán Júlio César hubiera levantado la copa el domingo pasado. Ése era el momento del perdón para Dilma. Para Lula. Para la FIFA. Para Blatter. “Valió la pena”, hubiera sido la frase que redimiera los excesos. Pero no fue así. ¡Hoy no, Brasil!









La inversión financiera y la alegría del pueblo brasileño se extraviaron entre los botines de los alemanes y siete puñales clavados al corazón del Cristo del Corcovado; se volvieron humo en tres agravios más cobrados por Van Persie, Blin y Wijnaldum; se diluyeron entre la estulticia de Felipao, la invisibilidad de Fred y las convulsiones del jogo bonito. Kaká, Ronaldinho y Robinho jugaron su mejor Mundial sin jugarlo. “Brasil fue un circo”, remató Ronaldo.


O el epitafio demoledor del admirado Mario Vargas Llosa:

“El mito de la Canarinha nos hacía soñar hermosos sueños. Pero en el futbol como en la política es malo vivir soñando y siempre preferible —aunque sea dolorosa— atenerse a la verdad”.

¡Hoy no, Brasil!

Alemania es otra cosa.

1989. La física Angela Merkel sale del sauna al que acude cada semana mientras miles de manos y espíritus ansiosos de libertad derrumbaban el Muro de Berlín. Veinticinco años después es la mujer más poderosa del mundo. Con ella, Alemania es la economía más sólida del planeta. Sin Alemania, el euro ya se hubiera desplomado. Ésa es la mujer que gritó y brincó y festejó el gol de Götze como cualquier aficionada de La Mannschaft.

Ayer, Franz Beckenbauer le mostró al mundo el espíritu inquebrantable del alemán cuando, con el hombro dislocado y envuelto en el cabestrillo de la gloria, le jugó a muerte a Italia en México 70.
Hoy, Bastian Schweinsteiger vuelve al campo con el pómulo derecho reventado y sangrante por un golpe artero del Kun Agüero, exyerno de Maradona, que a falta de goles, prefirió el descontón de arrabal.

Esos son los alemanes.

Y Argentina es un tango imperecedero.

Las revueltas en el Obelisco de Buenos Aires tras la derrota ante los alemanes, son el reflejo indiscutible de la derrota latinoamericana: a la ausencia de victorias, la violencia; a la falta de eficacia, la agresión. Le apostaron todo a Messi y perdieron.

Messi no quiso ser Maradona el domingo pasado en Maracaná. Que jugó lesionado, dicen algunos. No se sabe, al menos hoy. Pero Messi no fue Messi. Su postal más triste fue al recibir un Balón de Oro indigno e inmerecido, inmerecido por indigno, y su mirada clavada en la nada, en el pozo del vacío. Argentina le apostó a la genialidad diluida de Messi y perdió.

Es la costumbre latinoamericana por dejar el honor de la patria en los botines de un futbolista. Allí va el orgullo. Allí se juega la vida.

“Los latinoamericanos somos caudillistas. Queremos al líder máximo para guiar nuestros destinos. En Argentina, los peronistas son de derecha y también de izquierda, pero siempre de Perón. En Venezuela, la gente acude a la tumba de Hugo Chávez en procesión. En Cuba, cuando hablamos de la Revolución, queremos decir Fidel…”, escribió Santiago Roncagliolo en El País el domingo pasado.

Con Holanda, el futbol tiene una deuda histórica. Con Cruyff. Con Neeskens. Con el futbol total. Con la Naranja Mecánica. Por haber revolucionado al deporte más bello del mundo. Por hacerlo práctico, agradable y eficaz. Porque Cruyff fue un futbolista excepcional y persona digna, al negarse a jugar en el Mundial de Argentina 78 en protesta por la implacable dictadura militar de Videla. Los holandeses acordaron que si ganaban ese Mundial, no recibirían el trofeo. Eso se llama dignidad.

“La palabra rebelde no tiene buena fama, pero a mí me gusta si se le da el sentido correcto”, es frase de Cruyff.

Si la justicia existe en el futbol, Holanda debe ser campeón en Rusia 2018.

¿Y México?

El del miedo a ganar. Preferimos caer con la cara al sol aunque derrotados, que ganar el maldito cuarto partido aun a costa de maniatar, ofender y neutralizar al rival. De aniquilarlo. De acabarlo.
“Después de que metieron su gol, vimos angustia entre los mexicanos, y entonces decidimos atacarlos”, dijeron jugadores holandeses tras eliminar a México.

La angustia derrotista.

La angustia histórica.

La angustia eterna.

                Twitter: @_martinmoreno

Leído en http://www.excelsior.com.mx/opinion/martin-moreno/2014/07/15/970892


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