El Consejo General del INE aprobó el registro de tres nuevos partidos. Empezarán a ejercer sus derechos y prerrogativas y a cumplir con sus obligaciones a partir del 1o. de agosto. Inmediatamente, como impulsadas por un resorte automático, se multiplicaron las voces en contra de ese “exceso”. La retórica antipolítica y los prejuicios antipluralistas ponen en juego diversas objeciones a los nuevos registros que simplificando reduzco a tres: a) son muchos, b) no me gustan, c) cuestan demasiado.
Son muchos. ¿Cuántos partidos deben existir en México? Es una pregunta imposible de responder en un gabinete. Tantos como adhesiones suficientes logren de esa maraña de pulsiones, intereses, ideologías, ambiciones, llamada ciudadanía. Dado que en la sociedad coexisten diversas corrientes de pensamiento e interés, el sistema de partidos debe reflejar de alguna manera esa pluralidad. Y como no existe una receta universal para ello, normalmente se establece un umbral mínimo para el registro y otro para la confirmación del mismo y el acceso a la representación política.
En los últimos años los requisitos para el registro de partidos se han venido incrementando y el umbral para revalidarlo se ha elevado. Antes, para lograr el registro se requería el 0.13 por ciento de afiliados en relación al padrón; ahora se pide el doble (0.26). Más de 200 mil inscritos. Antes los afiliados tenían que comparecer en por lo menos 10 asambleas estatales de 3 mil personas o en 100 asambleas distritales de 300; ahora hay que realizar 20 o 200. Antes la convocatoria para nuevos registros se hacía cada tres años, ahora cada seis. La puerta para entrar es cada vez más angosta. Y, en cambio, la puerta para salir es cada vez más ancha. Antes se requería alcanzar el 1.5 por ciento de los votos para seguir existiendo, luego ese mínimo se elevó a dos y ahora será de 3. En 2015 aparecerán 10 partidos en la boleta, pero es probable que varios de ellos no alcancen los votos necesarios para continuar con vida.
No me gustan. Si fuera necesario que un partido recabara la aprobación de la mayoría, no tendríamos ninguno. No creo que ni el PRI, ni el PAN ni el PRD lograran más votos aprobatorios que desaprobatorios. Lo que los partidos expresan y representan es a una parte de la sociedad y por supuesto nunca a la totalidad de la misma. Se trata de que “le gusten” a una franja de ciudadanos que resulte significativa: (repito) más de 200 mil para lograr su inscripción, y más o menos un millón y medio de votos para mantenerse en la lid. No es poco.
Cuestan mucho. En México se ha optado por que el financiamiento público sea preeminente en relación al privado. Y ello por tres buenas razones: es más transparente, construye equidad en la contienda y busca que los partidos no sean dependientes de los grandes grupos económicos. Hasta antes de la reforma de 2007 la bolsa de recursos entregados a los partidos dependía del número de los mismos. Dado que uno de los multiplicadores de la fórmula en la que se establecía el monto del financiamiento público, era el número de partidos; entre más partidos se les entregaba más dinero. Ahora no. Desde la fecha enunciada, la cantidad de dinero que reciben los partidos depende solo del crecimiento del padrón y de la evolución del salario mínimo, de tal suerte que si el número de partidos crece, la cantidad de recursos con los que contará cada uno de ellos será menor. Ello sucede con claridad con el financiamiento federal. Otra cuestión es la de su financiamiento en los estados.
El asunto central es otro: la calidad, los aportes, que los nuevos partidos harán. Que varios cientos de miles de mexicanos se agrupen para hacer política, para presentar sus diagnósticos y propuestas, que lo hagan en un marco institucional, que quieran ocupar cargos de elección popular, que vayan a contar con recursos para incidir en la “cosa pública”, debe ser bienvenido. ¿No que deseamos incrementar la participación?
Pero en efecto, eso no basta. Habrá que ver cómo resuelven los problemas inherentes a su vida interna, escuchar sus planteamientos y recetas, observar su comportamiento en los ayuntamientos, congresos, gobiernos estatales e incluso el nacional, la forma en que conviven con otras fuerzas políticas, su contribución al asentamiento de las rutinas democráticas y a la resolución de los ingentes problemas sociales. En fin, evaluar su desempeño, porque la calidad de nuestra democracia depende y dependerá en buena medida de la calidad de sus partidos.
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