jueves, 17 de julio de 2014

Sergio Sarmiento - Monopolio eléctronico

Si en algún otro país un empresario quisiera invertir dinero para construir una planta de generación, para luego vender al público la electricidad a un menor precio y con un mejor servicio, quizá se le pondría un monumento. En México, en cambio, terminaría en la cárcel. Hasta este momento está prohibido vender electricidad en nuestro país.

Puedo entender -aunque no comparto- la idea de los conservadores de que debe prohibirse la explotación privada de recursos naturales como el petróleo o el gas natural. Piensan que si alguien extrae el recurso éste se acabaría. Pero aplicar una prohibición similar a la electricidad, que no es un recurso natural sino el producto de un proceso de generación, no tiene sentido.








La prohibición no fue impulsada por Lázaro Cárdenas, el Presidente al que se le ha colocado en un pedestal por haber nacionalizado la industria petrolera. Fue Adolfo López Mateos quien en 1960 convirtió a la industria eléctrica en un monopolio gubernamental. El argumento que esgrimió era que los empresarios privados no estaban interesados en llevar electricidad a los lugares más recónditos y pobres del país.


Y seguramente era verdad. Las empresas privadas tienen el objetivo de ganar dinero. Llevar electricidad a lugares apartados y pobres cuesta mucho y genera pocos ingresos. Las empresas privadas por sí solas no habrían realizado ese esfuerzo.

Pero el gobierno como regulador pudo haber impuesto a las compañías privadas la obligación de extender el servicio de electricidad a zonas aisladas. Pudo también asumir esa labor y permitir que las empresas privadas continuaran dando el servicio al resto de la población. Pero no. López Mateos prefirió prohibir la inversión privada en electricidad.

A México y a los mexicanos nos ha costado mucho esta decisión. No sólo hemos tenido que aguantar precios altos y malos tratos, sino que hemos tenido que subsidiar obesos monopolios gubernamentales. Luz y Fuerza del Centro era un caso extremo; pero la Comisión Federal de Electricidad, que nunca ha tenido que enfrentar competencia, tampoco ha podido convertirse en una empresa de clase mundial.

Tan solo en 2013 la CFE tuvo pérdidas por 37,552.3 millones de pesos, casi el doble que los 19,215.6 millones de 2012. Este déficit es inquietante si consideramos que la empresa es un monopolio que puede cobrar lo que se le antoje.

“México paga tarifas eléctricas altísimas”, reconoció en febrero Enrique Ochoa, director general de la CFE, en la convención anual de Canacintra. “Todos lo sentimos en nuestro bolsillo”. La industria paga 69 por ciento más por electricidad que en Estados Unidos, los comercios 135 por ciento más, los hogares “de alto consumo” 149 por ciento más.

Además, los cobros suelen ser injustos. La falta de instrumentos adecuados de medición del consumo ha hecho que en muchísimos casos el cobro sea un simple cálculo, pero el consumidor al que se cobra de más no puede cambiar de compañía.

La reforma energética en electricidad es un paso hacia adelante. Resulta bastante más ambiciosa que la del petróleo. Lo más importante es que elimina barreras para la inversión. La mayor libertad ayudará en especial a promover las energías alternativas. La reforma mantiene el monopolio de distribución, aunque esto puede ser inevitable ante la dificultad de tener varias redes en un solo territorio. La CFE, por otra parte, tendrá mayor autonomía. Ojalá que ésta la lleve a operar más como una empresa privada y menos como una burocracia gubernamental.

Es una pena, sin embargo, que hayan tenido que pasar 54 años para corregir los errores de López Mateos. El país ha pagado su gesto populista con menor inversión, peor electricidad, mayores precios y menor prosperidad.

Camiones estacionados
Para combatir la contaminación se prohibió el ingreso al DF de camiones de carga de 7 a 9 de la mañana. ¿El resultado? Ayer, decenas o cientos de camiones estacionados dos horas en los accesos, lo que provocó embotellamientos y... mayor contaminación.


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