sábado, 16 de agosto de 2014

Beatriz Pagés - Peña Nieto: arquitecto de un cambio histórico

Existeuna diferencia abismal entre presentar una iniciativa de reforma constitucional, y otra, lograr su aprobación.Sobre todo cuando se trató —como se trató— de una modificación jurídica que durante sexenios pareció imposible. Imposible por razones históricas, por atavismos ideológicos, falta de confianza entre los actores, pero, especialmente, por ineptitud política y falta de legitimidad de los actores.
 
Durante los sexenios de Vicente Fox y Felipe Calderón, la reforma energética no pudo transitar. Como tampoco transitaron otras. La razón parece hoy obvia. Para aprobar una reforma de esa envergadura, de esa dimensión, era necesario tener en la Presidencia de la República a un arquitecto de la política.
 
Subrayo el concepto de arquitecto de la política para no recurrir a la común y a veces vacua, de tan trillada, expresión “visión de Estado”, para contraponerlo a quienes conciben el poder y la presidencia misma como instrumentos para imponer, dividir y destruir.
 
 
 
 
 
 
 
 
 
¿Qué debemos entender por ser un arquitecto de la política? Peña Nieto puede tener todas las carencias y claroscuros que se quiera; al fin, ser humano. Pero tiene algo que no tuvieron sus antecesores: un enorme sentido democrático y una tolerancia, casi religiosa, para procesar todo tipo de presiones, insultos y chantajes, en aras de lograr lo fundamental para el país.
 
El 12 de agosto de 2013, hace justo un año, Peña Nieto envió al Congreso su iniciativa de reforma constitucional en materia energética, y durante estos doce meses los mexicanos fuimos testigos de cómo la derecha encareció —ya no digo su voto a favor— su disposición a debatir un tema fundamental para la república y las familias mexicanas. Digamos que condicionó y le puso un alto precio a mejorar la calidad de vida de los ciudadanos.
 
El gran ausente en Palacio Nacional, en el acto de promulgación de las leyes reglamentarias, fue la izquierda mexicana. Su ausencia fue obvia, esperada, anunciada, pero no por ello menos significativa. La gran pregunta que se le debe hacer al PRD, Morena y anexas es por qué la izquierda se niega al progreso, cuestionamiento, por cierto, del primer ministro de Francia, Manuel Valles, quien hace poco lanzó una advertencia a la izquierda europea, pero que muy bien se puede aplicar a la mexicana. El político galo dijo: “La izquierda puede morir si no se reinventa y renuncia al progreso”.
 
Y México tiene precisamente eso: una izquierda que todos los días, en cada discurso, plantón o arenga, renuncia, sabotea y se opone al progreso y al desarrollo.
 
La reforma energética, además de su trascendencia económica, social y tecnológica, quedará en los anales de la historia como muestra de uno de los ejercicios políticos más complejos que puedan darse en un país con división de poderes.
 
Con un Andrés Manuel López Obrador en la Presidencia de la República hubiera habido muertos; con Josefina Vázquez Mota, se habría repetido la parálisis e inmovilidad de Fox y Calderón.
 
 
 
 
 
 

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