martes, 5 de agosto de 2014

Federico Reyes Heroles - Icofe

Para las naciones la geografía es destino, no fatalidad, pues es mucho lo que se puede hacer para encontrar senderos alternos. Pero la geografía y la orografía condicionan. En “El Mediterráneo”, ese delicioso y apasionante libro de Fernand Braudel, el gran historiador francés despliega una brillante narración que explica, en buena medida, lo que hoy vemos en esa bella zona del mundo. La salinidad de agua que limita la pesca de calidad, la delgada capa vegetal que lleva a cultivos como el olivo y la vid, que a su vez explican la comida, las cómodas distancias para la navegación que fomentaron el comercio, los inviernos nobles en comparación de los países nórdicos y una larga lista de condiciones muy particulares.

La cercanía de Grecia con la bota italiana facilitó el contacto entre ambas culturas convertidas en cuna de Occidente. La gran biblioteca de Alejandría es fruto del encuentro marítimo. Indonesia, hoy con alrededor de 240 millones de habitantes dispersos en miles de islas, tiene un destino muy particular. Qué decir del impacto de la navegación para Portugal, España o Inglaterra que explica la conformación de los grandes imperios. Todos los países tienen retos y oportunidades. Los Países Bajos han ganado terreno al mar, hoy son el principal mercado de flor en el mundo, explotan el tulipán que llevaron de Asia Menor. Todo puente desafía al destino, qué decir del Oresund que une Dinamarca y Suecia. El Canal de Suez o el de Panamá, en plena ampliación, lo hicieron. Lo primero entonces es reconocer las limitaciones, acto que, como decía Gandhi, es la única fuente de la verdadera fortaleza.
 
 
 
 
 
 

Reconocer las limitaciones lleva a encontrar las ventajas. Vietnam ha sacudido el mercado mundial del café. Las grandes planicies, igual en EU que en Argentina, explican su enorme potencial para la producción de granos. Reconocer las limitaciones e impulsar las vocaciones es la forma más eficaz de generar riqueza y disminuir la pobreza. En México esa lectura nos ha fallado. Nuestro País tiene sólo alrededor de un 13% de tierra cultivable. De allí, sólo una tercera parte es realmente apta para producir granos. Y, sin embargo, durante décadas vivimos engañando a millones de campesinos con subsidios e impedimentos legales para buscar otros cultivos que no fueran maíz. Retuvimos artificialmente a un alto porcentaje de la PEA en el sector primario llevando al límite su condición de pobreza.

Producir granos no es lo nuestro, sí en cambio la vocación forestal. Alrededor de 22% del territorio nacional está llamado a esa actividad. El 54% es pecuario. Qué decir de nuestra privilegiada posición como País megadiverso, cuarto en el mundo. A las costas y a los mares, como decía ese gran maestro e investigador de origen catalán radicado en México que fue don Carlos Bosch, les hemos dado la espalda. Marinero de afición, don Carlos escribió un bello libro: “México frente al mar: el conflicto histórico entre la novedad minera y tradición terrestre”, cuya validez crece con el tiempo. México no aprovecha su mares a cabalidad siendo un País privilegiado por la extensión de sus costas. Muchas pescaderías en nuestro País están en franco declive por una explotación irracional.

Regresemos a los bosques y selvas. Las cifras oscilan pero México pierde anualmente alrededor de 500 mil hectáreas de bosques y selvas, equivalentes al estado de Tlaxcala. Increíble, pero parece que las autoridades son incapaces de detener la tala ilegal que, por cierto, circula por las carreteras y no se puede ocultar en bolsas o paquetes como la droga. José Sarukhán, ese orgullo de los mexicanos, ha insistido desde hace años que en la explotación racional de las selvas tropicales se encuentran dos beneficios. El primero, es la conservación de una riqueza genética inigualable y el segundo, igual de importante, es que en esas áreas vive buena parte de la población más pobre de nuestro País. Las maderas preciosas podrían llevar bienestar justo a los mexicanos que más lo requieren.

Estamos ante una espléndida noticia, Reforestamos México, A. C., y el Instituto Mexicano de la Competitividad unieron esfuerzos en la elaboración de un estudio novedoso y central para nuestro futuro. El objetivo es medir “la capacidad que tienen los bosques y sus habitantes para atraer y retener inversión y talento e incrementar su riqueza económica, social y ambiental en el tiempo”. A través de 41 indicadores, el estudio pone en el centro de la observación el brutal declive histórico de nuestros bosques y selvas primarias. De 1976 a 2008 hemos perdido más de 30% de esa riqueza: reservorios de carbono, hábitat de nuestra megadiversidad de riqueza genética aún desconocida y medio de vida para el 10% de la población. Las comparaciones son odiosas pero México tiene tres veces la superficie forestal de Finlandia, que produce 10 veces más que nosotros. Dejemos atrás la destrucción sistemática y la miopía económica. Explotemos de forma racional nuestros bosques y selvas. Bienvenido el Índice de Competitividad Forestal Estatal. El Icofe llegó para quedarse.




Leído en http://www.am.com.mx/opinion/leon/icofe-10908.HTML




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