Con esa frase dio por terminada su rueda de prensa el Procurador
General de la República de México, cargo equivalente a ministro de
Justicia en muchos otros países. En esa conferencia acababa de informar
el hallazgo de restos calcinados de personas jóvenes. Pendientes de
reconocimiento legal, esos restos y la reconstrucción de los hechos
delictivos indicarían que se trata de los 43 estudiantes secuestrados y
desaparecidos en Iguala el 26 de septiembre.
El eufemismo “desaparición” en toda su crueldad: fueron asesinados,
ejecutados, incinerados y descuartizados. Sus huesos quebrados fueron
arrojados a un río. México y el mundo lo sabían antes de escuchar la
versión oficial. La frase del Procurador General es elocuente,
concluyente: la ley se cansó. Si “fue el Estado”, como clama la consigna
que aglutinó y movilizo a la sociedad desde septiembre, es porque al
mismo tiempo “no hay Estado”. Está cansado.
Las palabras escogidas y el lenguaje corporal del Procurador revelan
la inexistencia de ese Estado, paradójicamente reconocido por el
mismísimo Estado. Retratan la irrealidad en la que vive el Gobierno
mexicano. El Estado se diluye, desaparece—y no es eufemismo—si la cadena
de la responsabilidad legal y política se quiebra antes de llegar a la
cima de esa pirámide imaginaria que denominamos estructura de poder. Eso
pretende hacer el Gobierno, desarmar la cadena sin pagar el precio
político de hacerlo.
La cadena de la responsabilidad, sin embargo, siempre termina en el
Gobierno federal. Lo que ocurre en Iguala es responsabilidad de Los
Pinos. La pérdida de esa noción cognitiva, tan fundamental para la
construcción de un orden político, también es evidencia de la disolución
de ese Estado. El Procurador trazó una línea, una estrategia política
con la que construye una barricada conceptual. Detrás de la misma se
abroquela el Gobierno federal, argumentando la no competencia. El
Gobierno federal solo intervino cuando se determinó el involucramiento
del crimen organizado, dijo el Procurador. Fue más lejos que eso:
“Iguala no es el Estado mexicano”, afirmó de manera tajante.
Iguala es solo un ejemplo, en México y en tantos otros países de la
región, de esa ilegalidad que corroe, erosiona y finalmente se apropia
de porciones importantes del Estado. El Procurador mismo reconoció la
existencia de colusión entre el Gobierno y la policía municipal con el
cartel Guerreros Unidos. Los estudiantes habrían sido entregados por la
policía municipal a los narcotraficantes. No aclaró, sin embargo, que
tan alto y que tan ancho llega la penetración de los Guerreros Unidos en
la estructura del Estado de Guerrero. En otras palabras, no queda claro
cuál es la completa cadena de mando de la ilegalidad en ese territorio.
¿Ordenes de quién obedecían los tres supuestos asesinos confesos?
Pero Iguala también es un ejemplo de la estrategia de varios
Gobiernos nacionales en una región capturada por el crimen organizado:
desentenderse de la responsabilidad legal y política que les pertenece.
Se trata, en definitiva, de una abdicación de su obligación de proteger a
sus ciudadanos. El Procurador también usó una sugestiva metáfora para
justificar ese desentendimiento. Haciendo referencia a que no tenía
competencia para intervenir, afirmó que el Gobierno mexicano habría
“invadido ese territorio”, ilustrando las comillas con sus dedos en
forma de gancho. Desde la propia Procuraduría, nada menos, se
institucionaliza la fragmentación territorial, de ahí la “invasión”.
El Gobierno mexicano sigue en su propia burbuja. Utiliza la evasión
como mecanismo de defensa, psicológico y político. El presidente,
Enrique Peña Nieto, viaja a China, en lugar de ir a Iguala. Por medio
del aislamiento y de aparentar normalidad intenta neutralizar la crisis
política que las masivas y constantes violaciones de derechos sufridas
por la sociedad mexicana necesariamente conllevan. Al hacerlo también se
distancia de esa sociedad, como si la redujera a ser una simple
portadora de malas noticias, y se defiende por medio de la negación como
mecanismo de defensa, también psicológico y político. Por eso es que
cuando la sociedad le dice al poder “fue el Estado”, el poder le
responde “Iguala no es el Estado mexicano”.
Y por supuesto el Gobierno deja sin respuesta a millones de mexicanos
que también se cansaron, pero de no tener derechos ni protección por
parte de aquellos cuya obligación primordial es protegerlos. El Gobierno
mexicano ha perdido de vista que un Estado no puede darse el lujo de
cansarse.
Twitter @hectorschamis
http://internacional.elpais.com/internacional/2014/11/08/actualidad/1415413389_224616.html
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