Entre los integrantes de la clase política mexicana -del partido que se
quiera-, una de las reglas fundamentales, no escritas, es que en algún
momento todos los políticos son desechables. A esos políticos se les
conoce, en la jerga del poder, como "fusibles".
La filosofía que
explica, justifica y le da razón de ser a los "políticos fusible", es
que todo sacrificio justifica el beneficio mayor. En otras palabras, que
todas las carreras políticas son sacrificables, si el sacrificio sirve
para llegar, preservar o acrecentar el poder; para que continúe con vida
un líder o caudillo, o para que el grupo político al que se pertenece
sea ganador.
Más aún, los integrantes de un grupo político, de un
gobernante o aspirante al poder superior -sea presidencial, sea de un
gobierno estatal-, saben que su deber es sacrificar su carrera, para
preservar la de su jefe, líder o cabeza de grupo. En esa lógica, si se
produce una descarga mediática, un cortocircuito político o un huracán
que pongan en peligro al grupo, al gobierno al que se pertenece o al
jefe político, los fusibles se queman -se sacrifican- y, con ello, se
impide un mal mayor.
Así, por ejemplo, en el gobierno de Felipe
Calderón, algunos de los más reconocidos "políticos fusibles" son César
Nava y Germán Martínez, ex dirigentes del PAN; además de no pocos
secretarios de Estado, entre ellos el más notable, Fernando Gómez Mont,
quien fue sacado del retiro político para ser llevado a Bucareli, de
donde fue relevado a los pocos meses y, de nueva cuenta, enviado a la
congeladora.
En el caso de las llamadas izquierdas, el más
reciente "político fusible" se llama Alejandro Encinas, a quien AMLO usó
como "tapadera" en el GDF y luego en calidad de "bulto" para reventar
las coaliciones en el Estado de México. En el último caso, Encinas
sacrificó nombre, carrera y prestigio, con la promesa de que sería el
coordinador de la campaña presidencial de López Obrador; promesa que,
como se sabe, no se cumplió.
Y viene a cuento el tema porque,
precisamente, la caída de Humberto Moreira -como jefe nacional del PRI-
es el más reciente ejemplo de que también en el PRI se practica, con
singular alegría, el saludable deporte de los "políticos fusible".
Para
nadie es novedad que Enrique Peña Nieto fue el principal impulsor de
Humberto Moreira a la presidencia nacional del PRI. Lo que no se sabe,
sin embargo, es si Peña conocía el cochinero que bajo el tapete del
gobierno escondía Moreira; si Peña solapó al mandatario coahuilense o si
Moreira también engañó al virtual candidato presidencial del PRI.
Lo
cierto es que, desde su llegada al CEN del PRI, Humberto Moreira se
convirtió no sólo en el principal foco de conflicto para Peña Nieto,
sino que en meses recientes ya era un lastre para las aspiraciones
presidenciales del mexiquense. ¿Y cuál fue la reacción de Peña Nieto,
una vez que resultó insalvable el ex gobernador y reciente presidente
nacional del PRI?
Pues nada, que, pragmático, Peña Nieto
recurrió al "librito". Es decir, que ante las poderosas descargas
mediáticas que amenazaban con quemar la campaña presidencial del más
aventajado presidenciable, éste decidió el sacrificó a su alfil; al jefe
nacional del PRI, al que convirtió en "político fusible". Y en efecto,
Humberto Moreira fue despedido con cuatro minutos de aplausos del
priismo en pleno. Pero muerto el rey, viva el rey. ¿Quién llorará una
lágrima por Moreira? Seguramente nadie.
Más en http://www.excelsior.com.mx/index.php?m=nota&seccion=opinion&cat=11&id_nota=791545
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