lunes, 5 de diciembre de 2011

Ricardo Alemán - Políticos desechables

Entre los integrantes de la clase política mexicana -del partido que se quiera-, una de las reglas fundamentales, no escritas, es que en algún momento todos los políticos son desechables. A esos políticos se les conoce, en la jerga del poder, como "fusibles".

La filosofía que explica, justifica y le da razón de ser a los "políticos fusible", es que todo sacrificio justifica el beneficio mayor. En otras palabras, que todas las carreras políticas son sacrificables, si el sacrificio sirve para llegar, preservar o acrecentar el poder; para que continúe con vida un líder o caudillo, o para que el grupo político al que se pertenece sea ganador.

Más aún, los integrantes de un grupo político, de un gobernante o aspirante al poder superior -sea presidencial, sea de un gobierno estatal-, saben que su deber es sacrificar su carrera, para preservar la de su jefe, líder o cabeza de grupo. En esa lógica, si se produce una descarga mediática, un cortocircuito político o un huracán que pongan en peligro al grupo, al gobierno al que se pertenece o al jefe político, los fusibles se queman -se sacrifican- y, con ello, se impide un mal mayor.

Así, por ejemplo, en el gobierno de Felipe Calderón, algunos de los más reconocidos "políticos fusibles" son César Nava y Germán Martínez, ex dirigentes del PAN; además de no pocos secretarios de Estado, entre ellos el más notable, Fernando Gómez Mont, quien fue sacado del retiro político para ser llevado a Bucareli, de donde fue relevado a los pocos meses y, de nueva cuenta, enviado a la congeladora.

En el caso de las llamadas izquierdas, el más reciente "político fusible" se llama Alejandro Encinas, a quien AMLO usó como "tapadera" en el GDF y luego en calidad de "bulto" para reventar las coaliciones en el Estado de México. En el último caso, Encinas sacrificó nombre, carrera y prestigio, con la promesa de que sería el coordinador de la campaña presidencial de López Obrador; promesa que, como se sabe, no se cumplió.

Y viene a cuento el tema porque, precisamente, la caída de Humberto Moreira -como jefe nacional del PRI- es el más reciente ejemplo de que también en el PRI se practica, con singular alegría, el saludable deporte de los "políticos fusible".

Para nadie es novedad que Enrique Peña Nieto fue el principal impulsor de Humberto Moreira a la presidencia nacional del PRI. Lo que no se sabe, sin embargo, es si Peña conocía el cochinero que bajo el tapete del gobierno escondía Moreira; si Peña solapó al mandatario coahuilense o si Moreira también engañó al virtual candidato presidencial del PRI.

Lo cierto es que, desde su llegada al CEN del PRI, Humberto Moreira se convirtió no sólo en el principal foco de conflicto para Peña Nieto, sino que en meses recientes ya era un lastre para las aspiraciones presidenciales del mexiquense. ¿Y cuál fue la reacción de Peña Nieto, una vez que resultó insalvable el ex gobernador y reciente presidente nacional del PRI?

Pues nada, que, pragmático, Peña Nieto recurrió al "librito". Es decir, que ante las poderosas descargas mediáticas que amenazaban con quemar la campaña presidencial del más aventajado presidenciable, éste decidió el sacrificó a su alfil; al jefe nacional del PRI, al que convirtió en "político fusible". Y en efecto, Humberto Moreira fue despedido con cuatro minutos de aplausos del priismo en pleno. Pero muerto el rey, viva el rey. ¿Quién llorará una lágrima por Moreira? Seguramente nadie.

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