viernes, 23 de diciembre de 2011

Rivera Carrera - La Iglesia ni busca ni anhela poder político


Agradezco la oportunidad de dirigirme a los lectores de MILENIO cuando nos encontramos en vísperas de celebrar la Navidad, una fiesta con un profundo contenido cristiano, pero que se abre con su riqueza a todos los ambientes, porque Jesucristo y su mensaje tienen un significado universal.   

Quiero compartir esta reflexión en torno a algunas realidades que vivimos durante 2011 y expresar mis expectativas hacia el nuevo año que comienza.
Una de las grandes preocupaciones que vivimos los mexicanos —quizás la mayor de ellas— es la violencia. Los secuestros, las extorsiones, las amenazas y, lo más grave, la muerte absurda de muchos inocentes nos lastiman, nos cuestionan y nos indignan, por lo que muchos han alzado la voz con toda razón para poner fin a este azote. Es de admirar y reconocer a todos aquellos hombres y mujeres que, con valor y nobleza, buscan auténticos caminos de justicia y de paz, comprometiéndose en primera persona, en los esfuerzos de diálogo y de reconciliación para encontrar soluciones.
Las preguntas de fondo siguen siendo importantes: ¿por qué hemos llegado a esta barbarie en nuestra sociedad? ¿Cuál es la verdadera causa de esta violencia? ¿Quiénes son los violentos? Y junto a esta clarificación sigue de manera necesaria otra pregunta: ¿cómo podemos superar lo que nos agravia? Cuando decimos que la causa es el crimen organizado, en realidad sólo estamos señalando la manifestación, no la causa. Cuando pensamos que la fuerza pública es la que pondrá remedio a todo, sólo estamos indicando un aspecto muy limitado.
Las causas son muy profundas y complejas, por ello también la solución. Está de por medio la pobreza en amplios sectores de nuestra sociedad; mientras que algunos, con grandes recursos económicos, viven envueltos en su egoísmo y en sus pequeños mundos de privilegio, la nuestra es una sociedad muy injusta y desigual. Hay una crisis moral, que en el fondo proviene de la banalización de la persona, un quiebre del consenso moral en torno a los valores que nos afecta a todos, incluso la misma Iglesia no escapa de este deterioro. En este contexto, es lamentable que se proponga una serie de leyes que, en sí mismas, son injustas al no estar en sintonía con la dignidad de la persona y el respeto a la vida humana, y se dé una incapacidad para aprobar leyes que ayuden a un combate efectivo del crimen organizado. También debo señalar la presencia de una especie de cáncer social que es la corrupción en todos los ambientes que hacen más difícil coordinar los esfuerzos para alcanzar un mejor desarrollo y terminar con las injusticias.
Otro hecho ante el que no podemos quedar indiferentes es el drama de la migración de miles de compatriotas en búsqueda de mejores oportunidades de vida, ante la incapacidad de dar respuesta a la educación y al trabajo de las nuevas generaciones. Regiones enteras se ven afectadas por la desarticulación de las familias. Si bien nuestros migrantes representan una gran fuerza de trabajo y una importante presencia religiosa y cultural especialmente en Estados Unidos, entre nosotros se ha convertido, por su dimensión, en un verdadero problema social. La movilidad humana no es nueva, el derecho al libre desplazamiento debe ser reconocido y respetado por todos, pero cuando se realiza como una necesidad apremiante para sobrevivir, se convierte en un movimiento injusto que muchos aprovechan para convertirlo en un negocio de explotación humana, lucrando con la necesidad de sobrevivencia. Junto a la admiración por quienes saben recibir a los migrantes en su camino, con hospitalidad y calor humano, debemos reaccionar con indignación ante quienes los convierten en mercancía, los extorsionan y asesinan.
Por otra parte, en nuestro país hemos crecido, en los últimos años, en el reconocimiento y en la promoción de los auténticos derechos humanos, incluido el de la libertad religiosa. Sin embargo, me preocupa también la mentalidad de muchos de nuestros pensadores y líderes de opinión, que siguiendo los criterios de un laicismo radical, se alejan de la sensibilidad religiosa de nuestro pueblo y se olvidan de los valores que se desprenden de la vida de los creyentes y de la capacidad y el derecho que tienen, desde sus convicciones, para participar activamente en la construcción de la sociedad. La Iglesia católica, como institución, reconoce plenamente la conveniencia de la separación entre el Estado y la Iglesia. Se equivocan quienes piensan que la expresión pública de la Iglesia es por una búsqueda de poder político que ni le corresponde ni anhela. Se equivocan quienes piensan que las expresiones religiosas no tienen derecho de expresión en la vida pública. Las leyes actuales están mucho más adelante que el pensamiento de algunos políticos e intelectuales que no han evolucionado en el reconocimiento de todo lo que significa la libertad religiosa, que no es sólo la libertad de culto.
Son muchas las expectativas que podemos tener cada uno de nosotros para caminar a lo largo de este 2012, pero quiero señalar dos que me parecen de especial importancia. La visita del papa Benedicto XVI es una noticia que nos alegra como católicos. Como sabemos, el obispo de Roma es el sucesor del apóstol Pedro y es quien preside en la caridad y en la unidad a la Iglesia. De manera especial el papa Benedicto XVI se caracteriza por la profundidad de su pensamiento y la oportunidad de sus palabras. Se ha manifestado por el diálogo constructivo y respetuoso en todos los ambientes culturales y políticos. Sin duda, su presencia entre nosotros será un momento de gracia para los creyentes y una oportunidad para escuchar palabras de aliento y esperanza.
Por otra parte, es un año electoral. Lo único que debemos esperar es una actitud muy responsable y honesta de los quienes aspiran a un cargo público en las próximas elecciones. Que entiendan que la política es una vocación de servicio que busca el bien común. Que los mueva un amor a México que se manifieste como entrega y sacrificio por los demás. Los ciudadanos debemos estar atentos para conocer a los candidatos y sus propuestas para la nación y decidir nuestro voto en conciencia. Debemos seguir consolidando la democracia con una participación responsable, sin dejarnos manipular o dividir. La política nos permite tener legítimamente distintas opciones, pero nunca contra el respeto a los demás ni contra la unidad que debemos mantener con nuestra patria común. Construir un país es tarea de todos.
Mi gran anhelo para México en este año nuevo, que pongo en mi oración ante Dios nuestro Padre, es que alcancemos una paz social, fruto de la conversión del corazón de los violentos y criminales. Que avancemos en la justicia como base fundamental para ser una sociedad, donde la educación integral no sea un privilegio de unos cuantos, sino un derecho y una realidad para todos, y donde se tengan mejores oportunidades de trabajo para los jóvenes y un desarrollo con dignidad para los mayores. Que podamos crecer como una sociedad respetuosa de unos y otros, respetando la vida, valorando la familia, escuchándonos con nuestros distintos pensamientos que nos enriquecen, pero sobre todo, encontrando caminos de reconciliación social. Que esta Navidad sea una oportunidad de reencontrar la confianza y la esperanza que nos permita experimentar el amor que Dios nos ha mostrado a todos en Jesucristo.
*Arzobispo primado de México

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