jueves, 20 de septiembre de 2012

Jorge Volpi - Misterioso asesinato de Chongqing

Jorge Volpi
Vestida con una chaqueta negra y una camisa blanca que contrastan con su esmerada elegancia de épocas mejores, Gu Kailai comparece ante el tribunal de Hefai con un rostro inexpugnable. Tras oír los testimonios en su contra -se le acusa de envenenar a Neil Heywood, su socio y, según otras fuentes, amante-, la Jackie Kennedy china, como la llaman los tabloides, acepta sin parpadear todos los cargos. Amparándose en su confesión, los jueces apenas tardan en dictarle una condena a muerte suspendida, lo que equivale a un término de entre 14 años de cárcel y cadena perpetua. Al escuchar el veredicto, Kailai no sonríe pero su rictus se relaja. Según las últimas filtraciones, será trasladada a Quincheng, una prisión de lujo construida para albergar a viejos funcionarios imperiales, políticos nacionalistas y criminales de guerra japoneses -y donde su suegro, Bo Yibo, pasó una temporada durante la Revolución Cultural antes de ser rehabilitado por Deng Xiaoping como uno de los "ocho sabios" del Partido Comunista Chino (PCCh).



El juicio, celebrado a toda velocidad en una corte celosamente resguardada -a la cual la prensa extranjera no tuvo acceso-, no sólo representa el mayor escándalo que haya sacudido al gigante asiático en las últimas décadas, sino la metáfora de un sistema diseñado para ocultar las fuerzas en pugna en el interior de su elusiva y enigmática (al menos a ojos occidentales) clase política. Porque, si bien los jueces condenaron en solitario a la impertérrita Kailai y el nombre de su marido no fue pronunciado en las audiencias, el auténtico destinatario del proceso ha sido Bo Xilai, hasta hace poco popular líder de la rica provincia de Chongqing. Para todos los improvisados sinólogos del planeta, tan abundantes como los kremlinólogos de la Guerra Fría, el espectáculo no ha tenido otro objetivo que apartar a este último del poder cuando se disponía a convertirse en miembro del Comité Permanente del Politburó, el máximo órgano del PCCh.

La trama parece surgida de una mezcla entre Chinatown y El complot mongol. Según la versión oficial, Gu Kailai no sólo era una abogada exitosa y rica, sino una mujer aquejada por drásticos cambios de humor y una "leve" esquizofrenia. Años atrás, ella y su esposo habían conocido a Heywood, quien llevaba varios años en Pekín como intermediario entre empresas británicas y chinas -y a quien otros señalan como agente del M16. Las dos familias no tardaron en hacer migas económicas y sociales: Haywood fue responsable de que Guagua, el hijo de Gu y Bo, ingresase en una prestigiosa academia británica (luego emigraría a Oxford y Harvard), y pronto se convirtió en socio de Kailai en una empresa de bienes raíces destinada a obtener jugosos contratos en Chongqing. Sólo que, en algún momento, el ambicioso Bo Xilai frustró sus planes al poner en marcha un plan anticorrupción con el objetivo de aumentar su fama pública. Furioso, Haywood procedió a encerrar a Guagua en una de sus mansiones en Inglaterra y le envió a Kailai un correo electrónico asegurándole que pensaba "destruirlo" si no obtenía las ganancias prometidas.

En "estado de shock", entonces Gu Kailai planeó asesinar a Haywood. Para lograrlo pidió ayuda a un antiguo empleado de su padre y al jefe de policía de Chongqing, Wang Lijun, a quien ordenó vincular al inglés en una trama de narcotráfico. El 13 de noviembre de 2011, Kailai y Haywood cenaron en su fastuosa habitación de hotel; para celebrar su reconciliación, ella llevaba una botella de whiskey condimentado con cianuro. Kailai le hizo dar un sorbo; doblegado por las náuseas, Haywood se recostó en su cama. A continuación Kailai le abrió la boca y le hizo ingerir otra dosis.

El 15 de noviembre, los agentes de Wang descubrieron el cadáver; la propia Kailai visitó a la esposa de Haywood y logró su autorización para que fuese cremado sin autopsia. Entretanto, el jefe de la policía cambió de parecer y, acaso temiendo por su vida, buscó refugio en el consulado estadounidense, a cuyos funcionarios reveló los oscuros pormenores del crimen (actualmente se halla en prisión). A partir de allí, las autoridades chinas desplegaron todos sus recursos para retomar el control del caso. Gu Kailai fue acusada de homicidio y Bo Xilai obligado a renunciar a todos sus cargos.

Como resulta evidente para cualquier lector de novelas policíacas -por ejemplo las del detective Chen Cao, del escritor Qui Xiaolong, publicadas en español por Tusquets-, la infinidad de fallas y cabos sueltos en el proceso apuntan a una trama de ambición, celos y venganza del más alto nivel. Por el momento, Bo Xilai no ha sido acusado de corrupción, pero la amenaza lo mantiene a raya. Aun así, mientras ni él ni su esposa sean condenados a muerte les queda la esperanza de que los vientos vuelvan a serles propicios. Como en tantos cuentos chinos, no sería la primera vez que un político defenestrado, como el propio padre de Xilai, termine de nuevo en la cima.

twitter: @jvolpi

Leído en: http://www.elboomeran.com/blog/12/jorge-volpi/

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Por favor, sean civilizados.