miércoles, 26 de septiembre de 2012

Leo Zuckermann - Homenaje a Lujambio

Alonso Lujambio

La última vez que vi a Alonso Lujambio fue hace un año en la ceremonia del Grito de Independencia. Estaba muy bien, animado, en compañía de su esposa Teresa. Charlamos un rato y quedamos de vernos pronto. Un mes después, debido a una afección renal, fue al hospital donde le encontraron un cáncer mortal. Comenzó, así, una lucha por la vida que lo llevó a estar varios meses en Estados Unidos. Le hicieron trasplantes y quién sabe cuántas quimioterapias.
Hace unas semanas regresó a México a tomar posesión como senador de la República. Se me hizo un nudo en la garganta al ver las imágenes de un Alonso flaco, calvo, con un parche en el ojo y en silla de ruedas. No obstante, mostraba una gran fortaleza y, por increíble que parezca, hasta una sonrisa en la boca. Un ejemplo a seguir.




Lujambio fue un politólogo serio y comprometido con la democracia, excepcional maestro en el ITAM. Lamentablemente para la comunidad de la ciencia política, Alonso aceptó el reto de irse al Instituto Federal Electoral como consejero ciudadano en aquella fantástica generación del primer IFE auténticamente autónomo que presidió José Woldenberg. Junto a otros consejeros de primer nivel como Juan Molinar, Mauricio Merino, Jacqueline Peschard, Emilio Zebadúa y Jaime Cárdenas, le tocó organizar la histórica elección presidencial de 2000 donde se dio la alternancia.
Pero esos comicios generaron una serie de irregularidades en el financiamiento de los dos principales partidos que terminaron en escándalo: el Pemexgate y los Amigos de Fox. En ambos casos, Alonso jugó un papel fundamental para investigar y castigar a los responsables. Nunca se amilanó a pesar de las amenazas que recibió. No podía ser de otra forma para un hombre, como él, comprometido con la democracia.
En 2003, políticamente desgastado por haber sido una de las figuras principales que impusieron una multa de mil millones de pesos al PRI y casi 400 millones al PAN, Alonso se reintegró, para fortuna de la ciencia política, a la academia. En 2004, aprovechando su experiencia en la organización de comicios en países sin experiencia democrática, fue asesor de la ONU para las elecciones a la Asamblea Constituyente en Irak. Por aquellas épocas platicamos sobre si se quedaría en la academia o buscaría otro puesto en el sector público. Me quedó claro que ya tenía el gusanito de la política en las venas. Quería mejorar la democracia, transparencia y rendición de cuentas desde dentro.
Por lo pronto, junto con Benito Nacif, organizó una red a favor de la reelección inmediata consecutiva de los diputados y senadores. Cabildearon intensamente y, con muchos argumentos y nada de recursos, lograron que el Senado votara la reforma. El PRI, que en un principio la apoyaba, se echó para atrás en el último momento, por lo que la reelección fue rechazada. No obstante, la enjundia y convicción de estos ciudadanos-académicos habían logrado llevar al pleno senatorial un tema de la mayor importancia.
Alonso fue designado en 2005 por el presidente Fox como comisionado del Instituto Federal de Acceso a la Información. El nombramiento, sin embargo, debía ser aprobado por un Senado que dominaba el PRI, partido que no veía con buenos ojos a Lujambio después de la multa por el Pemexgate. No obstante, el entonces jefe de la bancada del PRI en la Cámara Alta, Enrique Jackson, reconoció la calidad profesional de Alonso y aceptó que sería un lujo tenerlo en el IFAI. De ahí que los priístas no objetaran la designación de Lujambio para este nuevo puesto. Pronto se convirtió en el presidente de dicha institución.
Por ese entonces hicimos un viaje juntos a un evento de transparencia en Veracruz. Alonso estaba feliz. A pesar de extrañar la academia, le encantaba trabajar para mejorar el sistema político. A algunos nos gusta ver los toros desde la barrera. A otros, como Alonso, les gustaba estar en el ruedo toreándolos con valor, estilo y temple.
Era un gran conocedor del PAN. Escribió mucho al respecto. Se afilió a ese partido tarde: hasta el 2009. Su conocimiento del mundo panista lo llevó a entablar una amistad con Felipe Calderón quien, ya presidente, lo invitó a convertirse en secretario de Educación Pública. No fue, quizá, la mejor actuación profesional de Alonso. Y es que no tenía mucho margen de maniobra. Las relaciones del gobierno con la maestra Gordillo estaban muy deterioradas. A Lujambio le tocó tratar de repararlas. No fue fácil y en el camino se atravesaron varias complicaciones. Pero Alonso fue, siempre, tremendamente institucional y leal con el presidente.
Ayer, el cáncer finalmente se lo llevó. Seguro ya anda trabajando allá arriba, en el cielo, a favor de la democracia, transparencia y rendición de cuentas celestiales. Aquí abajo, lo vamos a extrañar.
Twitter: @leozuckermann


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