martes, 23 de octubre de 2012

Federico Reyes Heroles - Tres de tres

Cada idioma es un mundo. Hablar o conocer un idioma diferente al materno, enriquece al ser humano. Se acaba de ir Ernesto de la Peña, ese gran erudito que hizo de su conocimiento de múltiples lenguas un camino a la sabiduría. Hay palabras que simplemente no tienen traducción, emociones que sólo se explican a cabalidad en una expresión única. Las personas crecen, emocional e intelectualmente, al conocer esas emociones o conceptos intraducibles. Conocer un idioma enriquece la lectura del mundo exterior. Pero, quizá lo más importante, es el enriquecimiento del ser, de la vida interior.

En el mundo globalizado el factor idiomas es clave no sólo del éxito, palabra que me estorba un poco, sino de la provisión de herramientas para navegar en las agitadas aguas del Siglo 21. En la globalización los empleos mudan con las empresas, las máquinas son producidas en países ajenos, el mantenimiento de las mismas con frecuencia es realizado por personas que hablan otros idiomas. Las transacciones cotidianas son multilingües. La Unión Europea ha lanzado programas para que los trabajadores hablen o conozcan lo básico de otros idiomas. Por donde se le mire, desde el mundo práctico o desde la riqueza del mundo interior, navegar en otros idiomas es una ventaja en la vida.



Si algo piden hoy los estudiantes en el mundo es prepararse para este complejo Siglo 21 y, por lo tanto, exigen idiomas. Ya no se diga computación. ¿Cómo es posible que en México, un grupo de normalistas –formadores de estudiantes- se levante, entre otras cosas, contra el aprendizaje de inglés y de la computación? El motivo de su rebelión es luchar contra el idioma del imperio. Por lo visto desconocen que las lenguas francas han sido una constante que, paradójicamente, cambia de instrumento, de lengua, a lo largo de la historia. Han sido esas lenguas francas, como el latín, las que han permitido a los conceptos brincar fronteras. Conceptos como libertad o individuo viajaron así. En el inglés están Locke, Shakespeare, Milton, Whitman, Joyce o Faulkner que no son malas razones para incursionar en ese idioma. También es el idioma de Newton y Darwin.

Y lo mismo pasaría con el francés o con el alemán –clave para la filosofía- y por supuesto con el español. ¿Se puede rechazar el idioma de Cervantes por haber sido España un imperio? Curiosamente si alguna demanda ha crecido en los Estados Unidos es la del aprendizaje del español, ¡y no somos imperio! Allá priva el pragmatismo, aquí la ideología burda. En el fondo se trata de una postura ética: estar abiertos o cerrados al mundo. Pero el caso de los normalistas de Michoacán no es el único de vergüenza ética. ¿Cómo es posible que dos líderes sindicales, fuente de la que se supone nace el pensamiento progresista, acepten -qué ingenuo, más bien promuevan- su postulación como líderes ad infinítum? ¿No leen los periódicos? ¿No se dan cuenta del mundo que estamos viviendo en el cual la renovación de dirigencias y la rendición de cuentas son la ola que avanza irremediablemente a favor de los ciudadanos? Los trabajadores sindicalizados antes que nada son ciudadanos.

Y de postre tenemos el premio a Bryce Echenique. Un mundo para Julius es una obra genial. Pero resulta que los premios edifican referentes éticos. Los jóvenes miran a los premiados como lo que debieran ser, como la culminación de un esfuerzo de vida. Resulta que el autor de esa gran novela ha sido, desde hace años, exhibido como un plagiario múltiple. Pero el número es el argumento. Quien golpea a una mujer o un pederasta cae –con un solo acto- en la inmundicia. En el mundo de las letras -y las letras incluyen todo lo que uno plasma en el teclado- plagiar es un asunto muy grave. Es mentir, es usurpar, es detentar en público lo que no es propio. Es tanto como mostrar una identidad que es falsa. ¿Quién es el autor de Un mundo para Julius? Qué triste, pero un plagiario. La creación no exonera la lectura ética. Los plagiarios son delincuentes -lo dice la ley- y los delincuentes no merecen premio sino condena.

La expresión ética para muchos es algo inasible. Pero no lo es. La ética es la construcción de valores con los que nos conducimos todos los días. México se ha transformado notablemente en sus instituciones, pero hay un tropiezo ético que se muestra por todas partes. Líderes sindicales que caen en un grado de cinismo insultante; normalistas que invocan cualquier cosa para convocar a la cerrazón cultural; jurados que exoneran a delincuentes y los premian. ¿De qué se trata? Si queremos cambiar a México lo primero que debemos cambiar es la actitud ética de cada uno de nosotros, exigir más, exigirnos más.

AYUDA._ La vida de una joven de 22 años depende hoy de un ser generoso. Camila -mitad latina, mitad caucásica- requiere de un trasplante de médula. Se necesita una convocatoria masiva pues sólo un 3 por ciento de los potenciales donadores sería compatible. Quizá el mundo de las redes sociales pueda ayudar. En su nombre pido auxilio.

Va el link: 
http://www.bethematchfoundation.org/site/TR?px=2062880&fr_id=1451&pg=personal

Leído en: http://www.noroeste.com.mx/opinion.php?id_seccion=104

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