Falta muy poco para la realización de las elecciones en los Estados Unidos, programadas para el martes 6 de noviembre, unas cuantas semanas antes de la transmisión del Ejecutivo federal en México. Será el lapso preciso para que el presidente electo, Enrique Peña Nieto, explore e el país vecino, bajo las arcadas de la Casa Blanca, algunas de las expectativas de nuestro país hacia el futuro. Es una visita obligada desde hace ya mucho tiempo, como una especie de acto de contrición antes de la penitencia inevitable. Peña, como no hizo en Galicia en donde de plano hizo campaña a favor del derechista Partido Popular muy comprometido, por cierto, por las evidentes señales de secesión que se afincan en la otrora vanguardista Cataluña, optó por esperar para no cometer errores de negociar con quien podría no ser su interlocutor en los próximos cuatro años a nivel de mandatarios. Hizo bien, pero sin una línea amistosa que surgiera del aire incondicional, condición para mostrarse confiable a los ojos de los grandes escrutadores estadounidenses.
A través de la historia, es cierto, los gobiernos del PRI parecen más cómodos cuando se instalan los republicanos en la Casa Blanca; y lo mismo los panistas respecto a los demócratas a quienes siguen en sus convenciones para alentar interrelaciones bastante firmes aun cursando el papel de opositores. Pese a ello, también es notorio que los primeros, por ejemplo Ronald Reagan y los Bush, han sido duros ponentes contra la inmigración “ilegal”, alentada por los agricultores del sur de la Unión Americana por cuanto significa el ahorro por contratar manos baratas para realizar trabajos mucho mejor pagados a sus coterráneos, y reacios a salir en auxilio del gobierno mexicano cuando los traspiés económicos llegan; y los otros, como Bill Clinton por ejemplo, no han dudado un momento en abrir sus cajones para saldar las emergencias financieras de nuestro país –lo hizo en 1995-, a costa, claro, de ejercer las rectorías financieras, económicas e incluso sociales. De allí a los acuerdos soterrados sobre la explotación de los yacimientos de los llamados “Hoyos de la Dona”, en el Golfo de México, sólo hubo un paso.
Siguiendo lo anterior resulta muy difícil concluir con quienes nos ha ido peor. Si con cuantos tratan con dureza a los “ilegales” a costa de la ignominia de muros para retenerlos, al estilo de Berlín –cuya separación cesó en 1989 poniendo el verdadero punto final a la Segunda Guerra Mundial y ahora es motivo de turismo por cuantos quieren llevarse pedacitos de piedra pintados con graffitis como el que tengo en casa como una curiosidad más-, o con aquellos que demagógicamente difunden sus “ayudas” a costa de restarnos, siempre, soberanía. Incluso Barack Obama, quien tantas simpatías despertó hace cuatro años por romper viejos estigmas derivados del color de su piel, abriendo horizontes por ello en un país hondamente xenófobo, prefirió guarecerse de cualquier compromiso a ultranza aunque tratara muy bien a Felipe Calderón, elogiándolo con frecuencia tras la propaganda excesiva causada por las aprehensiones de algunos capos célebres... aun cuando no disminuyera, en un solo gramo, las “exportaciones” de droga hacia el norte. Muertes tan inútiles como desdeñadas bajo la falaz argumentación de los “daños colaterales” e inevitables en la hora de extender “la justicia”.
Desde luego, la hipocresía es manifiesta porque el negocio de las drogas inicia y termina... en los Estados Unidos. Sin este mercado de consumo, el mayor del mundo, no habría tantos operativos millonarios en los que sólo se cuelan algunas migajas para hacer creer a la población que las policías –y las Fuerzas Armadas con inclusión de la Marina a la que se han dotado de facultades extraordinarias-, están acertando cuando, bien lo sabemos, los mecanismos para la introducción de las drogas a la gran potencia se realiza de acuerdo a los avisos y dirección de los grandes operadores de allá que dictan como si de un libreto se tratara, por done y cuando deben pasar los cargamentos infectados del horror del vicio. No se descubre el hilo negro acerca de una realidad incontrovertible.
¿Cómo es posible que, pasada la frontera, los tráileres rebosantes de estupefacientes no tengan ninguna dificultad por transitar por las rúas estadounidenses y distribuir sus mercancías ilegales en las doscientas ciudades más desarrolladas de la Unión? De igual manera cabría interrogar a los tantos congresistas de allá señalados por proteger a los “padrinos” como si la trama de Puzzo continuara sin remedio con las drogas, y ya no el alcohol, como sustento principal de sus interrelaciones. Así es en una perspectiva en la que toa ficción ha sido rebasada. Nadie se atreve a responder en el seno de la insondable Casa Blanca; al contrario, ¡exigen respuestas a los funcionarios mexicanos, que entre dos fuegos, han ido contaminándose, poco a poco! De cualquier manera, deben alegar, los flujos de estupefacientes sólo se detendrán cuando así lo quiera... el gobierno norteamericano. Por eso hablar de estas cosas, allá en el norte, es sencillamente políticamente incorrecto. Y Peña Nieto esto sí que lo sabe bien; no es cuestión de lecturas ni de autores sino, nada más, de sentido común.
Como están las cosas, por desgracia, la reelección de Obama tendrá que darse extendiendo compromisos soterrados como hizo Kennedy antes de ganarle a Nixon tras aquel debate en que el segundo, sudoroso, dejó escapar toda posibilidad aun cuando sus argumentos fueran de mayor solidez desde 1960. Luego, Nixon sería protagonista de la estruendosa caída de un presidente, en agosto de 1974, perdida toda autoridad moral no sólo por el escándalo de Watergate sino por la gravísima evidencia sobre sus irregularidades fiscales, imperdonables en una nación con gran tradición de solventar sus impuestos antes que trazar planes personales no sin sacrificios; la evasión, en estos territorios, es un pecado de lesa humanidad para cuantos no tienen más posibilidades que cumplir. Y eso no se lo perdonaron acaso al mejor político norteamericano –por cierto, republicano- de aquella época. Una verdadera tragedia de la historia.
Pero el juego continúa. Pese al estigma de Nixon algunos miembros de este partido han podido mantenerse en la Casa Blanca largo tiempo: Reagan, por ejemplo, duró ocho años en su encargo y su prestigio fue suficiente para proyectar a su vicepresidente, George I, hacia la residencia oficial aun cuando sólo pudo sostenerse un periodo por los pésimos saldos de sus inclinaciones belicosas, algo que no sucedió con George II, quien se benefició del peor atentado terrorista de todos los tiempos: luego de los ataques a Nueva York, logró el liderazgo que no obtuvo en las urnas; recuérdese cuanto significó el manoseo comicial en Florida, bajo la influencia de Jeb Bush, hermano del victorioso, y el responsable retiro de Al Gore de la justa para no poner en predicamento, ante el mundo –ya lo estaba- el sistema democrático estadounidense en 2000 cuando México saludaba la primera alternancia con euforia inusual. ¡Cuánto capital político dilapidado!
¿Qué ofrecerá Peña Nieto al vencedor de la justa de noviembre en la Unión Americana?¿Una especie de “rescate” como sugirió en España para salvar a su gobierno de la inminente hecatombe?¿Tenemos margen para ello? La verdad, las interrogantes podrían resultar hasta jocosas si no derivaran de discursos realizados sobre pies. Porque, para infortunio general, la incoherencia está presente a cada paso: el presidente electo esperará los resultados en Estados Unidos para no enturbiar relaciones con su presencia a destiempo... pero no tuvo empacho al acudir a Galicia a reiterar que se construirán dos “hoteles flotantes” en Vigo, la ciudad de los Mouriño y los Vázquez Raña, para salvar el futuro de esta autonomía española en el preámbulo de la jornada electoral. ¿Quién entiende, entonces, cuáles son las verdaderas prioridades?¿Diversificar los negocios del grupo en el poder sin importar signos ideológicos? Mal comienzo, diríamos... aunque fuese un éxito propagandístico el periplo europeo del mandatario electo.
Debate
Desde luego, la mayor hipocresía, insisto, consiste en el tema de la eterización de los cargamentos de drogas cuando cruzan las fronteras... por donde señalan los “padrinos” bien conectados con las cúpulas del gobierno de los Estados Unidos. Los cargueros, como nos consta –quien quiera pruebas, abundan-, recibe oportunos “pitazos” para saber por dónde ir y cómo pasar hacia el territorio norteamericano sin el menor apremio; y de vez en cuando alguno es detenido para intentar con ello “taparle el ojo al macho”; lo mismo en el caso de los “capos” aprehendidos o supuestamente ejecutados: algunos son extraditados y cambian de perfiles –no se les vuelve a ver-, y otros sencillamente integran el cártel menos acosado de todos, el del “paraíso”, como le he bautizado, a partir de los muertos vivientes que cierran sus expedientes fingiendo haber caído aunque reaparezcan después sirviendo a las mafias internacionales –sobre todo la rusa y la colombiana, tan estrechamente vinculadas-, sin el temor a ser perseguidos porque sus casos están cerrados y sellados por la “justicia mexicana”. Nunca hubo un plan tan perfecto como éste para evadir la “acción” de los organismos de gobierno infiltrados, para infortunio del colectivo, hasta la médula. ¿Nos vamos entendiendo?
Es, desde luego, un juego diabólico que no debe desconocer el presidente electo salvo que caiga en la ruinosa ingenuidad, acaso también muy productiva, de sus antecesores, sobre todo Felipe Calderón quien, de plano, optó por dejarles a otros el manejo de su agenda, con privilegios a cuanto fuese derivado de las fuerzas del orden público, para sentirse blindado, protegido, en sus respectivos búnkers, el de “Los Pinos” incluido. Nunca había sido mejor vendida la impunidad... y la marginación política. Por eso, claro, fracasó Calderón sobre el reguero de sangre legado por más de ochenta mil cadáveres, amén de los caídos entre los elementos castrenses y los mafiosos. Una montaña de vidas rotas por la miseria que induce a ser cooptados a quienes no tienen otra opción para salir de la asfixiante miseria, específicamente en buena parte de las zonas fronterizas y en las entidades paupérrimas que no deberían serlo como Michoacán. Sobre esta entidad, merecemos todos una explicación del clan de los Cárdenas, tan reverenciado. Confieso que esto me duele suscribirlo pero es necesario.
Como están las cosas lo único seguro es que cuando Peña se acerque al vencedor de los comicios estadounidenses, no se hablará de cómo combatir al tráfico de drogas sobre territorio norteamericano; y sí, en cambio, habrán de extenderse compromisos para atajar ciertas rutas y a ciertos capos mientras otros toman las batutas.
La Anécdota
¿Cuándo se perdió la rectoría en materia política? Acaso podemos señalar un instante preciso: durante el primer encuentro de Ronald Reagan con Miguel de la Madrid, éste todavía en calidad de mandatario electo en 1982, sobre el puente fronterizo de Nuevo Laredo. Reagan, sin poder disimular, gritó en la misma línea divisoria:
--¡Me congratulo porque un egresado de nuestras universidades sea hoy el presidente de México!
El viejo sueño de la invasión sin armas de fuego, sin disparar un solo tiro; sólo con la doctrina anglosajona de por medio.
E-Mail: loretdemola.rafael@yahoo.com.mx
LAS INTERRELACIONES ENTRE MÉXICO Y LOS ESTADOS UNIDOS NO PUEDEN SEGUIR DÁNDOSE A COSTA DE LOS JIRONES DE SOBERANÍA QUE AÚN NOS QUEDA. ESTE ES EL DESAFÍO MAYOR DE PEÑA NIETO SI QUIERE PASAR A LA HISTORIA COMO UN PATRIOTA Y NO COMO UNO MÁS DE LOS ENTREGUISTAS QUE NOS DEJARON DESARMADOS AL VENDER HASTA LA RAZÓN DE ESTADO.
Leído en: http://www.vanguardia.com.mx/vecindarioamargomaximahipocresiagritoenelpuente-1398778-columna.html
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