Cristina Pacheco 1941 |
Alerta Sísmica
Las 7:34. Suena el teléfono. Adormecida, sobresaltada, Rosaura levanta la bocina.
–Sí, diga.
–¿Lo sentiste?
–¿Perdón?
–Sé cuánto te asustan los temblores.
–¿Alejandro Márquez?
– Sí, soy yo: tu ex compañero de trabajo.
–No me digas que tembló.
–Hace como cinco minutos. Sólo se sintió en algunas partes. En mi colonia estuvo recio, pero no hubo desgracias.
–Aquí siempre que tiembla se mueven los prismas de mi lámpara y se oyen muy fuerte, pero esta vez no. Los estoy viendo y siguen quietos. Oye, Alejandro: ¿crees que vuelva?
–No sé, pero de todas formas enciente tu radio por si suena otra vez la alarma.
–Nunca la he escuchado. ¿Cómo voy a reconocerla?
–Porque también se oye una voz de hombre que dice: alerta sísmica.
7:38
–Alejandro, no te he dado las gracias porque te molestaste en llamar. ¿Ustedes están bien?
–Yo sí. Supongo que Magda y Jade también.
–¿No están contigo?
–No. Se fueron una temporada con mi suegra.
–¿La que vive en Tampico?
–La única que tengo, por fortuna. Su casa es amplia. Allí mi mujer y mi hija estarán bien.
–Me imagino tu desesperación porque regresen.
–Sí, pero no sé cuándo lo hagan, no lo hemos decidido, aunque como están las cosas entre Magda y yo, es posible que se queden allá por un tiempo.
–¿Dónde estás trabajando?
–No he conseguido nada estable. Sólo de vez en cuando me caen chambitas.
–Eso no está mal.
–Es mejor que nada, pero te aseguro que componer lavadoras y planchas no es muy emocionante, ni siquiera para un ingeniero eléctrico destripado.
–¿Por qué no haces el intento de volver a la fábrica?
–No quiero darle a Torres el gusto de que me vea regresar con la cola entre las patas.
–Eres demasiado orgulloso.
–Hablas como mi mujer. Magda siempre me reclamaba por eso. Pero no puedo ser de otra manera. Oye, es muy temprano para hablar de estos problemas y a lo mejor quieres seguir durmiendo.
–No. Se me fue el sueño.
7:41
–Por mi culpa, por haberte llamado para preguntarte si habías sentido el temblor.
–Gracias a Dios, no.
–Qué bueno, porque me consta que en esos casos pierdes la cabeza. ¿Te acuerdas de aquella mañana en que nos agarró un sismo en el área de teñido que está en el tercer piso? En vez de quedarte inmóvil corriste a la ventana con una desesperación tremenda. Pensé en que te ibas a tirar a la calle.
–De no haber sido porque me abrazaste, creo que lo hubiera hecho.
–¿Por qué te asustan tanto los temblores?
–Porque me recuerdan los del 85. Al menor movimiento de tierra vuelvo a ver cómo caían los platos del trastero, los techos desplomándose; oigo los gritos de los vecinos y a mi madre llamando a mi hermana Sandra. Ella tenía ocho años. Su escuela quedaba a dos cuadras de la casa. Podía irse caminando solita. Lo hizo la mañana del l9 de septiembre. Desde entonces no volvimos a verla.
–Nunca me lo habías contado.
–No me gusta hablar de eso, ni siquiera con mi madre. La pobre aún tiene la esperanza de que Sandra no haya quedado bajo los escombros y de que aparezca algún día. Por eso cada l9 de septiembre viene de Tizayuca, va a la dirección en donde estaba la escuela de Sandra y se queda allí todo el día, esperándola. Éste ha sido el primer año en que mi madre no viene. Ya perdió la esperanza y eso nunca es bueno.
–¿Por qué vive tu mamá en Tizayuca?
–Porque su hermana Elisa, al enviudar, la invitó a que se fuera con ella. Me lo propuso también a mí pero no quise. En Tizayuca, ¿a qué puedo aspirar? Cuando mucho a meterme en un taller de costura o de vendedora en una tienda. Prefiero seguir aquí, trabajando en la fábrica. ¿Por qué no me haces caso y procuras que te recontraten?
–Te insisto en que no quiero darle a Torres el gusto de que las cosas hayan salido como él lo advirtió. A la hora en que fui a informarle que renunciaba me dijo: Te vas a arrepentir de haberme tirado la chamba. Crees que rápido vas a encontrar otra, pero te equivocas. No creo que pase mucho tiempo sin que regreses a pedirme frías y entonces ya veremos de qué cuero salen más correas.
7:45
–Alejandro: ¿sigues allí? Te lo pregunto porque como de pronto te quedaste mudo pensé que habías colgado.
–Estaba pensando. Tal vez tengas razón en lo de que intente volver a la fábrica. Oír las burlas de Torres no será peor que escuchar a mi mujer poniéndome de ejemplo a mi primo Enrique. Te juro que la sueño diciéndome: Quique no terminó la preparatoria y ya ves, gana bien y su esposa tiene coche. Eso todos lo sabemos, pero me lo repite para hacerme ver que soy un fracasado y que los estudios no me sirvieron de nada.
–Si lo dices porque llevas menos de un año sin trabajo me parece que estás exagerando. Hazme caso: preséntate en la fábrica y pide hablar con Torres. Si quieres, el lunes lo sondeo. Dime que sí. Después de todo te debo una: al abrazarme aquella mañana en el tercer piso evitaste que me arrojara por la ventana.
–Hoy pensé en hacerlo. Me di cuenta de que mi vida no tiene ningún sentido, de que sin trabajo no sirvo para nada y de que nadie me necesita. De pronto, al sentir el temblor, pensé en ti, marqué tu número y cuando pronunciaste mi nombre –Alejandro– me sentí a salvo de todo. Te llamo el lunes o mejor paso por ti a la fábrica para que me cuentes lo que te dijo Torres.
Leído en http://www.jornada.unam.mx/2012/09/23/sociedad/040o1soc
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