Los comentaristas atribuían el inusitado empate a un sinnúmero de razones que parecían evidentes: los debates, la monumental deuda pública y la precaria situación económica.
Todo fue descartado por Harold Meyerson en un incisivo artículo publicado en The Washington Post la semana pasada. Meyerson resumió el dilema en una pregunta: “¿Un voto por el futuro o por el pasado?”, en la que Obama era el futuro y Romney el pasado.
En una de las últimas encuestas de The Pew Research Center, citada por Meyerson, Obama mostraba una impresionante ventaja de 21 puntos entre los votantes menores de 30 años. La ventaja se reducía a sólo seis puntos entre los votantes de 30 a 44 años y se empataba con Romney entre los electores mayores. Romney, por su parte, superaba a Obama por 19 puntos porcentuales entre los mayores de 65 años, la edad del candidato republicano.
Meyerson advirtió que esta vez no se trataría solamente de la edad de los electores. Estaba también en juego la cuestión racial. Pero no por los antecedentes de Obama, sino porque el país se está convirtiendo (lo dice casi en tono de disculpa) en un país “cada vez menos blanco”. El censo de 2010 mostró que en diez años la población blanca disminuyó 6 por ciento, al mismo tiempo que los hispanos crecieron de 12.5 por ciento a 16.3 por ciento, y la población negra creció en un 12.3 por ciento. Los expertos aseguran que en 2050 la población blanca caerá por debajo de 50 por ciento.
Después de analizar a los grupos clientelares del partido republicano Meyerson concluyó que se han reducido a votantes rurales y fundamentalistas religiosos, que son “rabiosamente anti inmigrantes” y se nutren de comentaristas que despotrican contra todo lo que no sea “americano”. En Fox News Bill O’Reilly, y otros de peor calaña, presentan siempre a Estados Unidos asediado por la ola musulmana, o intentando detener la inevitable reforma migratoria.
Mientras los republicanos continúan controlando el dinero, y confiados en que su corriente del Tea Party Movement mantiene vivos los “valores tradicionales” (un concepto muy elástico), los demócratas se ganaron con Obama la confianza de las minorías en temas fundamentales como el aborto, el matrimonio entre personas del mismo sexo, la igualdad de género, la reforma migratoria y el cambio climático.
Pero nadie imaginó que tras un empate que amenazaba disparar un conflicto constitucional, con un candidato reclamando el voto popular (como Gore en 2000) y el otro ganador del crucial voto electoral, el huracán Sandy pudo haber contribuido a resolver el dilema. Michael Bloomberg, influyente alcalde de Nueva York, había prometido permanecer neutral, pero después del huracán publicó antes de los comicios un oportuno desplegado avalando abiertamente la candidatura de Obama. El huracán que paralizó Nueva York lo convenció de que el control de emisiones y el calentamiento global (temas prioritarios para Obama) serán cada día más importantes para todos.
La diversidad representada en la jubilosa celebración de Obama confirmó a los demócratas como campeones de las minorías, y a los republicanos como el partido de una anquilosada minoría blanca.
Analista político
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