sábado, 10 de noviembre de 2012

The New York Times - EL COMENTARIO: La estrategia de Óscar Wilde

Alguien dijo alguna vez que al llegar a los 60 años se tienen dos pensamientos. El primero es: “Esto sí va a funcionar.” El segundo es: “Esto no va a funcionar.” Muchos de los que, como yo mismo, votaron por el presidente Barack Obama han de haber tenido un sentimiento de alivio y desesperación al mismo tiempo el martes en la noche, cuando el júbilo cedió lugar a la sombría toma de conciencia de que la parálisis política de los últimos cuatro años se volverá aún más amarga, por así decirlo. 

Fue sorprendente escuchar en la cadena estadounidense CNN que los expertos reunidos coincidían unánimemente en que Obama tenía que encontrar el “terreno medio”, desplazarse al “centro” y “establecer relaciones” con los republicanos.

¿Dónde estuvieron estos sabios los últimos cuatro años? Obama trató desesperadamente de encontrar el centro político en su primer mandato, sólo para verse frustrado por los republicanos que trataron de recuperar la Casa Blanca rechazando cualquier intento suyo de compromiso, y culpándolo después por no estar dispuesto a hacer compromisos. 





¿Qué hacer en una situación en la que el país está dividido exactamente a la mitad, y con una oposición republicana impulsada por una facción fanática, convencida de que el país les fue robado por unas fuerzas traicioneras y antipatrióticas? Sólo hay una cosa por hacer: la mitad del País debe dejar atrás a la otra mitad. En cierto modo, no es una idea nueva. Ésa era claramente la intención de Mitt Romney cuando hablaba de desmantelar o reducir radicalmente los programas sociales del New Deal y de la Gran Sociedad, y cuando se comprometió a regresar un siglo atrás el código fiscal.

El compromiso nunca fue parte de su plataforma. Romney y los republicanos estaban siguiendo una política práctica. En un País dividido por dos visiones totalmente diferentes del papel del gobierno en la vida social, cualquier concesión al otro campo equivale a rendirse. 

El compromiso de Missouri, en lugar de evitar la guerra civil, ayudó a precipitarla. No se puede tener un poco de esclavitud. O hay libertad para todos o no la hay para nadie. Igualmente, o tenemos un sistema de atención médica y una carga fiscal compartida para todos o no lo tenemos. En respuesta a eso, Obama necesita seguir el ejemplo de su amado Lincoln y abandonar toda esperanza y pretensión de “unidad”. No como estrategia política de dividir y vencer, ni como venganza contra sus rivales electorales, sino en nombre de la misma unidad nacional. 

Él necesita llevar al país al Siglo 21, donde están prácticamente todas las demás naciones desarrolladas, y resolver los problemas de desigualdad de ingresos y de acceso desigual a los satisfactores básicos, como la atención médica. Estas desigualdades están torciendo a la democracia estadounidense en una oligarquía que no se atreve a decir su nombre. Los mecanismos totalmente nuevos del mercado laboral global y la vasta riqueza derivada más de la inversión que de la producción están dejando en la miseria a enormes cantidades de personas. Y él puede hacerlo. 

Detrás de la casi surrealista división nacional puesta de relieve en la campaña, hay atisbos de una lejana esperanza de resolución. Aunque puede parecer que el país se está volviendo más conservador, la militancia y la intransigencia de la derecha son los indicios de un sector demográfico desesperado.

Obama y el establecimiento liberal, en un nivel tanto cultural como político, deben cultivar más que apaciguar esa desesperación, por mucho que suene feo. Los números de los blancos y otros grupos que forman el núcleo de la base republicana se están reduciendo y deben de entender que su salvación se encuentra en las políticas económicas que consideran sus aprietos. La ceguera de la clase trabajadora blanca y de la clase media blanca ante el pillaje continuo de sus intereses por parte del Partido Republicano ha sido un rompecabezas desde hace casi una generación. 

Ahora, en lugar de consentir su pánico, los demócratas deben esquivarlo. Para Obama, esto significa que no puede, como hizo después de su elección hace cuatro años, abandonar la pasión de su campaña y luchar por convertirse en el elevado estadista, colocándose por encima de las convicciones partidistas e ideológicas. Estados Unidos está mucho más allá de los ciclos de elección y administración. 

Dividido exactamente a la mitad, el país está en modo permanente de campaña. Así es como Obama debe de gobernar los próximos cuatro años, no como si fuera el presidente de todos los estadounidenses pues, para decir la cruda verdad, en realidad no lo es. Obama debe gobernar ahora con la presión continua del argumento, haciendo hincapié constantemente en lo que quiere y en lo que intenta hacer. 

El fue reelegido por una razón, que es la de llevar al país en la dirección que él quiere, no para pasar los siguientes cuatro años negociando esa visión. Como presidente en su segundo mandato, ahora Obama no tiene nada qué perder.

Cuando Oscar Wilde yacía agonizante en su hotel de París, el intransigente esteta señaló el horroroso papel tapiz y dijo en un suspiro: “Uno de nosotros tendrá que irse.” Ahora que Obama entra en su segundo mandato, gobernando a un país que en cierto sentido está entrando en una fase terminal, tiene que hacerle entender a la rabiosa oposición que él está dispuesto a abandonarlo a su suerte, a nombre del destino común que todos nosotros compartimos. 

(Lee Siegel es escritor y publicó recientemente “Harvard is Burning”.) (© 2012 The New York Times)

Leído en  http://www.vanguardia.com.mx/elcomentariolaestrategiadeoscarwilde-1415020-columna.html

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