El libro de Luis H. Álvarez (Corazón indígena: lucha y esperanza de los pueblos originarios de México, 2012) es de una sinceridad y una honestidad inusuales en los políticos mexicanos, y nos lleva a un viaje por una de las más extrañas singularidades de la historia mexicana contemporánea. Este libro nos permite confirmar que el alzamiento zapatista de 1994 y sus secuelas constituyen una especie de burbuja surrealista, un fascinante fenómeno político que no tiene muchos paralelos en el mundo (si acaso los tiene). Una singularidad es una situación imprevista y rara que escapa de las reglas aceptadas.
La singularidad zapatista comienza con el hecho insólito de que, menos de diez días después del alzamiento, se establece un alto al fuego y se inician negociaciones, todo ello rodeado de un extraordinario interés mundial por los sucesos. Hay una misteriosa transmutación de la que surgen unos guerrilleros pacifistas y un gobierno que acepta la instauración de un espacio autónomo al margen de la normalidad jurídica. Este acontecimiento paradójico y asombroso abre la saga en la que Luis H. Álvarez participó activamente y que nos relata en su libro.
Yo recuerdo la convención convocada por el EZLN a comienzos de agosto de 1994, apenas seis meses después del alzamiento, a la que asistí junto con cientos de activistas, intelectuales, periodistas y líderes de la izquierda de todas las tendencias y edades. Fue evidente que se trataba de un gran teatro montado con espectacularidad por el EZLN con el apoyo subterráneo y negociado de los gobiernos nacional y chiapaneco. Baste mencionar un detalle marginal pero sintomático: en el largo camino al pueblo de Guadalupe Tepeyac, que hicimos en decenas de autobuses, en los retenes del Ejército mexicano los militares nos daban la bienvenida y nos deseaban buen viaje hacia la convención. Pero en los retenes zapatistas nos revisaban con brusquedad autoritaria y nos decomisaban todo lo que consideraban sospechoso (navajas, brújulas, cortaúñas).
Desde aquella época todo lleva a la negociación, a los acuerdos, pero también a momentos de tensión. El levantamiento indígena se convirtió en un gran impulsor de la transición democrática, sin que los actores del espectáculo fueran plenamente concientes de ello. De hecho, una vez alcanzada la alternancia en el año 2000, estos actores pasaron a un segundo plano, tanto el EZLN como los políticos del antiguo régimen. Luis H. Álvarez narra con una lucidez no exenta de ternura, paso a paso, los avatares de este proceso del que fue un participante y un testigo privilegiado.
Su relato se detiene a describir las tensiones dentro del gobierno de Fox, los humores cambiantes del subcomandante Marcos, las discrepancias entre los zapatistas y el gran error que cometieron en 2001 cuando se niegan a aceptar toda negociación en el Congreso de la Unión, lo que determina su virtual desaparición de la escena, después de haber montado una de las más vistosos y enigmáticos espectáculos políticos. Recuerdo que definí este proceso como una compleja manifestación de un extraño kitsch tropical.
Luis H. Álvarez describe cómo los zapatistas se retiran a aplicar los llamados acuerdos de San Andrés en los territorios que controlan, en lo que llama una “singular aventura” que no sólo los aísla, sino que inicia un lento proceso de divisiones, descomposición y deserciones. Los recuerdos de Luis H. Álvarez nos explican el fracaso de lo que el subcomandante Marcos llamó “La otra campaña”, en 2006, opacada por el gran auge electoral de la izquierda. El relato entra aquí en una fase triste, en la que habla de cómo las comunidades indígenas que apoyaron al EZLN siguen en la pobreza, de un EZLN dominado por su ala más dura y de la noticia de que Marcos sufre de una grave lesión en los pulmones (producida por un cáncer o, según otras fuentes, por un disparo recibido durante una fuerte discusión con sus compañeros).
La historia es triste porque la sociedad democrática que emerge desde fines del siglo pasado no ha logrado que los indígenas salgan de la miseria ni ha convencido al EZLN de que acepte formar parte de la transición. No es un fenómeno aislado: grandes sectores de la sociedad se han marginado y rehúsan formar parte de una nueva civilidad. El triunfo electoral del partido heredero del antiguo régimen autoritario ha terminado por hundir a gran parte de los mexicanos en un dañino pesimismo.
Hace años Luis H. Álvarez me decía que no estaba de acuerdo con mi idea de distinguir entre derechas e izquierdas. Para él se trataba de una división superada. Yo sigo pensando que es una clasificación útil –si se eliminan sus aristas peyorativas–, pero después de leer su libro comprendo que su actitud humanista ante la terrible condición de los indígenas es tan fuerte e inteligente que es capaz de borrar las divisiones políticas e ideológicas. Por ello, en una reunión en febrero de 2011, les dijo a los miembros del EZLN de la comunidad Roberto Barrios algo que lo retrata: “si yo hubiera sido indígena, habría sido zapatista, porque no era posible quedarse cruzado de brazos ante el olvido y la injusticia”. Así que Luis H. Álvarez se ha convertido también en una rara singularidad política que merece todo nuestro respeto y nuestra admiración.
[Texto leído el 26 de julio de 2012 en la mesa redonda para presentar el libro de Luis H. Álvarez, en la que participaron también Felipe Calderón, Francisco Valdés y Juan Pedro Viqueira. Fue publicado en La Gaceta del Fondo de Cultura Económica en septiembre de 2012].
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