No hay mucho más qué decir sobre la estatua y la lápida cartográfica de Heydar Aliyev y de la República de Azerbaiyán en la esquina de Reforma y Mariano Escobedo. La estatua es horrible, el jardín es bello, el pago fue sustancioso y el oso gigantesco. No sé qué hará Ebrard al respecto, ni conozco los detalles para llegar a este desastre. Pero me parece que detrás de lo chusco hay un par de ideas tipo default option o postura de cajón de la izquierda mexicana que explican parcialmente cómo llegamos a este absurdo.
La primera es que la izquierda mexicana rechaza o ignora, en el mejor de los casos, la existencia de dictaduras de izquierda; sólo figuran en su firmamento las de derecha.
Aliyev no sólo fue el primer presidente-dictador de la República de Azerbaiyán después de su independencia, no sólo le heredó el poder a su hijo; no sólo reprimió opositores en su país. Fue durante 5 años miembro del politburó de la Unión Soviética, y director de la KGB en la ex República Socialista Soviética de Azerbaiyán, es decir de la sucursal de la temida policía política del régimen soviético que contribuyó al asesinato, tortura y destierro de millones de personas. Para la izquierda mexicana esos crímenes son excesos, errores, puntos posibles de desacuerdo, pero no algo que obligue a una ruptura categórica con regímenes de ese tipo como el de la ex República Soviética de Azerbaiyán, de la ex Unión Soviética, el de China, el de Cuba, el de Vietnam, el de Nicaragua, etc., etc. Las únicas dictaduras realmente malévolas y condenables son las de derecha: Pinochet, los argentinos, el Apartheid sudafricano, Somoza, Guatemala hasta 1992. Cuando la dinastía Somoza robaba, torturaba, asesinaba y reprimía, era condenable la situación en Nicaragua; cuando hacían y hacen lo mismo los Sandinistas no lo es porque existe una causa que al final del día justifica esos actos. Por tanto resultaría contra natura e inexplicable que Marcelo Ebrard, Martha Delgado, mi amigo Felipe Leal y el resto del PRD en el DF se percatarán, o mucho menos, se indignarán por el ofrecimiento de una dictadura de izquierda de comprar un espacio en el Paseo de la Reforma. Que otros se suban al tren y traten de sacar raja, como la colonia armenia -con razón- en México, es harina de otro costal. Para la izquierda mexicana, en la noche todas las dictaduras no son pardas. Hay niveles.
La segunda reacción automática de la izquierda es la aberración épica -e incluso hoy diplomática- de la no intervención. Todos los involucrados han balbuceado distintas versiones de esa doctrina: quiénes somos para juzgar lo que pasa en Azerbaiyán; no nos corresponde opinar; le toca a otros decidir; con otras palabras "no es mi pex". Claro, no lo es mientras quienes violan derechos humanos son de izquierda, pero sí lo es cuando son de derecha y se denuncia -con toda razón- el Apartheid, las dictaduras del Cono Sur, las dictaduras centroamericanas, las dictaduras mediterráneas en los años 50, 60 y 70. Pero sobre temas espinosos no se opina, no se toma partido, porque son muy "delicados", son muy "complejos", y porque respetamos el derecho de cada pueblo (es decir de cada dictadura) de torturar, reprimir y matar como mejor le parezca.
Por el bien de la ciudad, espero que como dijo Leo Zuckermann hace poco, Ebrard derrumbe esa estatua. Ojalá se pudiera conservar el jardín sin ella y sin el subsidio de 5 millones de dólares del gobierno de Azerbaiyán. Se entiende que le sobre lana: tiene probablemente una dotación de petróleo por habitante equivalente a la de los países del golfo pérsico. Me gustaría saber qué opinarían las mujeres de izquierda, entre ellas Martha Delgado, si el gobierno saudí quisiera erigir una estatua en el parque de Chapultepec dedicada al extinto rey Faisal, fundador de la dinastía Al-Saud, que ha gobernado durante más de medio siglo a un país donde las mujeres se ven obligadas a caminar tres pasos atrás de sus maridos. ¿De veras no es asunto nuestro?
Leído en http://www.noroeste.com.mx/opinion.php?id_seccion=104
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