jueves, 1 de noviembre de 2012

Lorenzo Meyer - Izquierda

Es obvio que a México le hace falta una fuerza política de izquierda fuerte, capaz de influir sobre la marcha general del país y disminuir su histórico y creciente desequilibrio social. El conservador pero sensato semanario británico, The Economist, (octubre 13-19, 2012) reconoce que la acumulación de fortunas fuera de proporción, como la de Carlos Slim en México, es producto de políticas que han venido favoreciendo una desigualdad que hoy ya impiden que el mercado pueda funcionar de manera óptima.

La distribución del ingreso y otros indicadores de la estructura social mexicana muestran que la desigualdad creciente nos ha llevado a la polarización y a una economía que, por el raquitismo del mercado interno, no va a crecer ni a crear el empleo y el nivel de vida que la estabilidad política democrática demanda. Un argumento teórico al respecto lo formulan Andrew Berg y Jonathan Ostry en Inequality and unsustainable growth: two sides of the same coin?, FMI, abril 8, 2011, pp. 18. A partir de los 1940, el sistema político mexicano se instaló en la derecha. El cambio de partido gobernante en el 2000 no modificó sino refrendó esa situación. Hoy, el sistema político -y al que se puede catalogar, por sus contradicciones, como democracia autoritaria-, tiene como principal razón de ser el mantener al País en la derecha: una vía que limita el juego democrático a la alternancia entre las opciones conservadoras pero que impide que la izquierda franquee el camino que conduce a "Los Pinos". 




Historia.

Por un buen tiempo, el núcleo duro de la izquierda mexicana operó siguiendo el modelo revolucionario: llegar al poder por la vía armada. Sin embargo, el surgimiento del modelo "eurocomunista" en los 1970 y, sobre todo, el fracaso del "socialismo real" y el fin de la Guerra Fría y de la URSS, combinados con las reformas políticas del autoritarismo priista, llevaron a que el grueso de la izquierda optara por la opción electoral pese a sus trampas -el fraude del 88, para empezar-, violencia -los muertos del PRD durante el salinismo- y cooptaciones. Es verdad que el EZLN o el EPR decidieron no deponer las armas pero éstas son ya más símbolo que violencia efectiva.

La lucha electoral de las izquierdas mexicanas ha dado algunos resultados positivos, pero no su asalto al corazón del poder desde las urnas. Sin embargo, por ahora no tienen otra alternativa que seguir en el empeño. El entorno electoral mexicano está aún impregnado del espíritu que le caracterizó desde el siglo XIX: el de las elecciones no limpias, cargadas contra la oposición. Elecciones con un fuerte componente lientelístico, es decir, de compra o coacción del voto. Finalmente, la naturaleza conservadora de amplias capas de la sociedad mexicana, hace difícil que el discurso progresista penetre en su base natural: los sectores populare

El enemigo interno

Desde sus orígenes, la izquierda mexicana ha padecido un problema endémico: la desunión. La desavenencia no es algo exclusivo de la izquierda, la derecha también la experimenta, pero a las fuerzas conservadoras les es más fácil operar como un solo impulso en coyunturas críticas, pues ellas defienden intereses existentes, no osibilidades futuras. En la distribución social de oportunidades y cargas, el PRI y el PAN son partidos que coinciden y que tienen el apoyo de los "poderes fácticos" en los momentos decisivos. Hoy no es realista para la izquierda mexicana proponerse una victoria nacional por mayoría absoluta. La mayoría relativa sería posible sólo si se combina la inevitable diversidad de la izquierda con su unidad en las coyunturas críticas. Para las fuerzas progresistas la mejor manera de competir en las urnas sería bajo las siglas de un solo partido y proyecto, pero hoy eso es imposible por lo fuerte de los intereses creados en torno a su diversidad. Sólo queda la posibilidad de negociar un frente unido, aunque su dificultad práctica es apenas menor que la construcción de una sola organización.

La salida de Andrés Manuel López Obrador (AMLO) del PRD para transformar un movimiento creado por él, Morena, en partido, aumentará la fragmentación de la izquierda pero, a la vez, obligará al deslinde de proyectos que han convivido mal. El que en 2012 la votación por AMLO como candidato presidencial haya alcanzado 2 millones 400 mil votos más que el conjunto de los diputados propuestos por el Movimiento Progresista, prueba que el líder tabasqueño tiene más apoyo que el conjunto de partidos que le postularon. Ese apoyo no debe desperdiciarse y sí alentar nuevas acciones unificadas, pero ello implicaría la subordinación de los intereses de líderes, grupos, corrientes y facciones a las metas generales, lo que no parece fácil.

El PRD mismo está muy dividido. Las dirigencias de sus corrientes conforman oligarquías en choque cuya gestión se ajusta a lo expuesto en 1911 por Robert Michels en su clásico Partidos políticos, y donde dominan los intereses burocráticos e incluso peores. Hasta hoy, el objetivo real de las corrientes del PRD y de los otros partidos de izquierda pareciera ser no el ganar la presidencia sino mantener y estabilizar su control sobre la maquinaria partidista y, por tanto, sobre los cuantiosos recursos que reciben, y sobre los muchos puestos disponibles en el legislativo y en los gobiernos locales que controlan. Campos y espíritu por conquistar Las regiones por ganar para la izquierda en su conjunto, son, en términos geográficos, el norte del país y en términos sociales, las clases populares. El estudio de Alberto Díaz Cayeros, et. al., "La geografía electoral de 2012", (México, Evalúa, 2012), muestra que una buena parte de los votos de los ciudadanos más pobres no fueron para quien tenía el programa que teóricamente mejor representaba sus intereses de largo plazo -AMLO-, sino para quienes les ofrecieron ventajas inmediatas, es decir, para el PAN vías los programas sociales y luego para el PRI. La fuerza del candidato de izquierda se concentró en el centro y sur del País y tuvo poco apoyo en las zonas más marginadas e indígenas. El voto por AMLO mostró una correlación positiva con sectores de clases medias, (por su discurso del papel positivo del Estado), con zonas de mayor desempleo y con los índices más altos de violencia. La izquierda, por tanto, aún tiene que ganarse a los que se propone beneficiar, a los pobres, pero ahí los programas de alivio a la pobreza que manejará Enrique Peña Nieto, le pueden dar al PRI la posibilidad de convertirse, de nuevo, en el partido mayoritario por tiempo indefinido.

Además, el PRI es un partido que dispone de una maquinaria con presencia nacional y las izquierdas no.

La tarea de la oposición progresista es realmente difícil y será imposible si no actúa de manera concertada. La construcción de frentes electorales que sumen esfuerzos sin exigir la disolución de identidades ya forjadas, deberá intentarse desde la próxima elección intermedia, la de 2015, para hacerse efectiva en el año decisivo: 2018. La iniciativa y la responsabilidad de esa acción de unidad en la diversidad de izquierdas serán casi exclusivamente del liderazgo de los varios partidos y corrientes que pueden conformar ese frente progresista. Si los círculos dirigentes no asumen esa responsabilidad -y hay razones para sospechar que pueden no hacerlo- y no llevan a cabo una negociación efectiva partiendo del propósito de alcanzar lo posible aún a costa de lo deseable, el PRI se afianzará de tal forma en la presidencia que la supuesta transición mexicana a la democracia será otro eslabón en nuestra cadena de oportunidades históricas echadas por la borda.

Lo más difícil

Para la izquierda actual, el campo más difíci l de conquistar es uno donde el enemigo es interno: el de la honestidad. Hasta hoy, y cuando llegan al poder, la conducta de buen número de cuadros de los partidos supuestamente progresistas no se distingue de la de sus adversarios. AMLO puede, con justicia, usar su biografía como prueba de congruencia y honradez, pero ese no ha sido el caso con otros dirigentes y funcionarios que se dicen sus correligionarios.

La izquierda debe ser vista como manifiestamente escrupulosa en el uso de los recursos públicos. Por último, hay que encontrar el discurso preciso.

La izquierda chilena ganó a la dictadura el referéndum de 1988 gracias a que se atrevió a modificar su discurso y optó por un lenguaje donde la nota dominante fue el optimismo y la idea de futuro, sin subrayar las infamias del pasado. En México hay que despertar la imaginación y la voluntad de construir lo genuinamente nuevo, viable y justo.

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agenda_ciudadana @hotmail.com

Leído en http://www.noroeste.com.mx/opinion.php?id_seccion=104

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