"MENOR DESIGUALDAD EN MÉXICO SIGNIFICARÍA UN MEJOR MERCADO, MENOR POLARIZACIÓN Y AUMENTO DE LA LEGITIMIDAD POLÍTICA. POR REALISMO, LA DERECHA ILUSTRADA RECOMIENDA ESE CAMINO, PERO CON NUESTRA DERECHA HOY Y AQUÍ, ESE REALISMO SE CONVIERTE EN UTOPÍA".
Lámpara de Diógenes
Uno sospecha que en México se necesitaría contar con la famosa lámpara de Diógenes para dar con una derecha ilustrada en los puestos de decisión real: los de los responsables de los grandes grupos económicos, los de Gobierno y los de la jerarquía eclesiástica.
Por derecha ilustrada se puede entender a esas personas o grupos poseedores de una visión conservadora del mundo económico, político y social pero que, para evitar o disminuir la posibilidad de coyunturas críticas o crisis de gobernabilidad, tienen la disposición de impulsar o aceptar la modificación de algunos aspectos del sistema de poder existente. Se trata de cambios en la distribución de las cargas y beneficios entre las clases para hacer que la estructura social resulte menos inequitativa, menos polarizante entre los muchos con poco y los pocos con mucho y más resistente a las tensiones que inevitablemente generan las contradicciones entre las clases.
Una actitud de la naturaleza descrita no tiene nada que ver con posibles impulsos altruistas sino con un egoísmo inteligente: uno dispuesto a intercambiar parte de sus privilegios y ventajas económicas actuales por estabilidad presente y futura de un sistema social y económico donde, finalmente, los que conceden lo hacen con el afán de preservar su posición dominante y evitar acciones anti-sistema de las clases subordinadas.
El razonamiento conservador ilustrado no es frecuente en nuestro medio, pero no es un desperdicio de tiempo conocer y tomar en cuenta su diagnóstico de la época y las soluciones que propone para cambiar el arreglo social antes de que ocurran rupturas y abra la posibilidad de alterar de manera significativa la estabilidad. Obviamente, desde la óptica de la izquierda, este tipo de concesiones de los menos hacia los más -del 1 hacia el 99 por ciento, para usar los términos del movimiento Occupy Wall Street- está lejos de ser el ideal social. Sin embargo, y en particular en el caso mexicano, podría ser un paso para evitar que en los procesos electorales futuros se vuelva impedir, por medios legítimos e ilegítimos, que se reconozca el triunfo electoral a nivel presidencial de un partido o de una coalición de izquierda. En estas condiciones, si la luz de la ilustración llegase a penetrar las murallas que el temor le ha hecho levantar a la derecha con poder, quizá disminuyese la proporción de ciudadanos mexicanos que las encuestan dicen que hoy mantienen una actitud de alejamiento, frustración y rechazo del arreglo político imperante. Quizá una derecha abierta a cambios generaría la legitimidad suficiente para que se asentase entre nosotros la normalidad democrática, como es ya el caso en otros países latinoamericanos.
El punto de partida
Desde la II Guerra Mundial, y en términos generales, la desigualdad en la distribución de la riqueza en el mundo capitalista experimentó una disminución. Sin embargo, desde los 1980 esa tendencia cambió de sentido y hoy la desigualdad social tiende a aumentar lo mismo en Estados Unidos que en China y en países como el nuestro.
Y es que tal y como funciona "la mano visible" del mercado real, su implacable lógica es darle más a quien tiene más y menos a quien tiene menos. Aquella teoría que sostuvo que una vez concentrada en la alturas de la pirámide social, la riqueza empezaría a trasminar hacia abajo -tesis aún sostenida con determinación por el Partido Republicano en las últimas elecciones presidenciales norteamericanas-, finalmente no ha resultado cierta. Una ojeada a las cifras históricas norteamericanas -cuyo modelo económico es la guía de nuestros dirigentes desde mediados de los 1980- muestra que ese aumento en la brecha económica que separa al grueso de la población de la minoría afortunada es similar a la de los 1920. En realidad los que han ganado de manera asombrosa -escandalosa- no son los ricos en general sino una minoría de estos, los llamados "súper ricos". Y es que mientras el ingreso del 90 por ciento de los norteamericanos apenas si ha crecido en términos reales desde los 1970, el de los súper ricos -0.01 por ciento- ha aumentado siete veces, (Paul Krugman, The conscience of a liberal, [Norton], 2007, pp. 128-131). En México el INEGI no publica cifras tan detalladas como las de los vecinos del norte, pero los datos de la OCDE sobre distribución del ingreso muestran que la de México está peor que la norteamericana, lo que ya es decir.
La propuesta
En general, el stablishment británico no se caracteriza por su modestia y The Economist, una revista con 169 años de antigüedad no es la excepción. Así que ese semanario que nadie puede calificar de anticapitalista, tituló una propuesta para el cambio del paradigma económico prevaleciente como el "verdadero progresismo", implicando que las formuladas por la izquierda, no son verdaderas porque no son realistas.
La propuesta
En el número de The Economist correspondiente al 13 de octubre, aparecen bien delineados los puntos de una propuesta que difícilmente puede ser desecha con legitimidad desde la derecha. Para empezar, la idea parte de un supuesto y de un hecho. El supuesto es que "un cierto grado de desigualdad es bueno para la economía" porque alienta a los emprendedores. El hecho, se puede resumir con uno de nuestros dichos: "Es bueno el encaje pero no tan ancho": 2/3 de la humanidad vive en países donde la desigualdad ha crecido, y aquí se echa mano del ejemplo ya citado por Krugman: de ese microscópico pero poderoso 0.01 por ciento de las familias norteamericanas -16 mil, con un ingreso promedio anual de 24 millones de dólares- que hoy controlan el 5 por ciento del producto nacional de su país. En estas condiciones las desigualdades sociales ya han llegado a ese donde han dejado de ser acicate al espíritu de empresa y, en cambio, resultan "ineficientes y dañinas" para el crecimiento económico.
La receta de The Economist para mitigar esa desigualdad creciente pero "sin dañar el crecimiento" consiste, primero, en atacar a los monopolios. Desde luego la revista incluye a los públicos pero también a los privados, como por ejemplo, a los grandes bancos de Wall Street. Y es aquí donde aparece el caso de México, el nombre de Carlos Slim y la manera como este empresario llevó a cabo su acumulación originaria de capital. Pero ese ataque a los monopolios se refiere no sólo a empresas, sino a sindicatos como los del magisterio en Estados Unidos y cuyos privilegios han contribuido a disminuir la calidad de la educación. Obviamente, que la misma lógica se puede emplear al examinar el caso del SNTE de México.
Tras el ataque a los monopolios viene el ataque a los sistemas de subsidios y de gasto social -esto es música a los oídos de las derechas-, aunque el semanario británico pone el acento en que una buena parte de esos recursos en realidad no benefician a los más pobres sino a los relativamente pobres y a las clases medias, como es el caso del subsidio a los combustibles o las altas pensiones a quienes de entrada ya estuvieron muy bien pagados (¿Como los altos funcionarios públicos del sector financiero en México?).
El sistema fiscal es la otra arena en donde urge al cambio. Desde luego The Economist no recomienda la "receta Obama" de mayores impuestos a los más ricos -aunque acepta eliminar los regímenes fiscales especiales que en la práctica benefician a los ricos y que son tan importantes en México-, sino que pide que mejor se ataque la evasión fiscal tan común en países como el nuestro, se disminuya la brecha entre los impuestos al trabajo y los impuestos al capital y, a cambio, se ponga el acento en impuestos a la propiedad y no a los "creadores de riqueza". Claro que un programa de izquierda iría más lejos pero no desecharía las sugerencias de The Economist y otras similares elaboradas en los organismos económicos mundiales.
En conclusión
Si quienes hoy toman las decisiones clave en los campos de la economía y la política en México mostraran auténtica inteligencia, aceptarían que su interés de largo plazo estaría mejor servido si no se obstinaran tanto en cerrarle los caminos a una transición como la que ya se dio en otras partes de América Latina, donde una izquierda no violenta ha podido asumir la responsabilidad de conducir a sus países, y se esforzaran en abrir caminos a la disminución del índice de desigualdad.
Menor desigualdad en México significaría un mejor mercado, menos polarización y un aumento de la legitimidad. Y aunque hoy y aquí este tipo de política aparece más como utopía que como el crudo realismo que es, su discusión podría ser un productivo punto de encuentro entre derecha e izquierda.
Leído en http://www.noroeste.com.mx/opinion.php?id_seccion=104
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