Aun cuando los estados afectados, en menor o mayor medida, llegan a los 23, Guerrero, Tamaulipas y Sinaloa, resultan los más dañados con el paso del huracán “Manuel”. Sin dejar de considerar las graves afectaciones en Michoacán, Oaxaca, Jalisco, Veracruz e Hidalgo.
Los muertos superan los 110 mexicanos, los desaparecidos van por el mismo rumbo numérico, mientras los damnificados se cuentan por cientos de miles, más de un cuarto de millón de mexicanos en condiciones insalubres, desposeídos de patrimonio, trabajo y alimentos. Las despensas, los víveres y los enceres que mexicanos en mejor condición han hecho llegar a las zonas de desastre a través de gobiernos de los estados, municipios y organizaciones no gubernamentales, aparte de ser insuficientes para dar de comer a tantos necesitados, muchas están varados en algún puerto, almacén o aeropuerto ante la incapacidad del gobierno federal para distribuirlas entre quienes más urgentes les son en estos momentos difíciles.
Las tragedias climatológicas causadas por la llegada de “Ingrid” y “Manuel”, fueron tragedias anunciadas; habían las condiciones para que los gobiernos de los estados por un lado y el gobierno federal por otro, minimizaran los daños, con solo haber respondido en tiempo y forma al compromiso de ayudar a aquellos que se ven vulnerados no sólo por un evento climático, acaso y con mayor peso, por la corrupción y la avaricia de gobiernos que permiten construcciones en causes y arroyos, sea por ventajosos convenios con empresas privadas, sea por las invasiones territoriales de mexicanos sin hogar ni oportunidad de una vivienda digna.
Desde el jueves 12 de septiembre, es decir cuatro días antes que el Presidente Enrique Peña Nieto reaccionara ante los desastres causados por los huracanes, y decidiera apoyar a los damnificados e iniciar el conteo de los muertos y los desaparecidos, servicios meteorológicos del país ya sabían las graves tormentas que se acercaban.
Sobra decir, aunque es necesario recordarlo, que la Presidencia de la República estaba más preocupada el viernes 13, el sábado 14 y el domingo 15, por limpiar el Zócalo de la Ciudad de México para que Peña Nieto pudiera dar su primer grito del Día de la Independencia, que en atender los llamados de auxilio, los gritos de dolor de los mexicanos que estaban inundándose en el sur del país.
Hoy, a 13 días del inicio de las tormentas, el recuento de los daños es tan terrible como triste, desolador y doloroso. Ver uno y otro día a paisanos con el agua hasta el cuello, sacando el lodo de sus casas, peleando por una botella de agua, comprando un kilo de frijol en 70 pesos, niños desprotegidos durmiendo en húmedos colchones, el 20 por ciento de las escuelas con daños, más de 150 municipios inundados, docenas de desaparecidos, enterrados por aludes, muertos por corrientes de ríos desbocados que no fueron contenidos por presas o canales, nos hace reflexionar más sobre la ineficacia del Gobierno Federal para dar seguridad social a los mexicanos.
El Presidente dice que los recursos del Fondo Nacional contra Desastres no son suficientes, no llegan ni a los diez mil millones de pesos cuando solo en un municipio como el de Acapulco se requieren cinco mil millones de pesos para recuperar lo perdido e incentivar en materia económica, alimentaria y social, el desarrollo de las familias que todo lo perdieron.
La Cruzada contra el Hambre de Enrique Peña Nieto no ha podido dar de comer a quienes antes de los huracanes así lo necesitaban, y no ha podido satisfacer la urgencia de quien en condiciones adversas, ahora lo requieren más que nunca. El principal programa de Peña está resultando fallido, si no es capaz siquiera de acercar las donaciones que de todos los estados han llegado a las zonas de desastre, a las familias que hambrientas son presas de la política, la usura y la malversación de las despensas, entonces algo está fallando.
La desconfianza sobre los gobiernos ha llevado a los mexicanos donadores a marcar todos y cada uno de los víveres, las despensas, los productos de higiene y básicos, con letras indelebles que indican una aportación ciudadana y voluntaria para que no sea aprovechada por gobiernos o partidos que pretenden lucrar con el hambre y la necesidad.
En muchos estados de la República Mexicana donde se anunció la llegada de la Cruzada contra el Hambre –mi estado, Baja California, entre ellos y en dos de sus municipios– el alimento y la ayuda no han llegado. Mucho menos están en manos de los mexicanos damnificados.
Resulta increíble ver a un Presidente que en estas condiciones de marginación a propósito de los huracanes, se haya afanado en dar un grito presidencial, que haya aprovechado actos en otros estados para convencer de sus reformas legislativas, que haya recorrido las zonas de desastres en camioneta la primera ocasión que fue, y que no se haya quedado a verificar que sus órdenes, que su gabinete, que la ayuda federal y la comida, llegaran para quedarse.
En condiciones de desastre como las que hoy atraviesa gran parte del territorio mexicano, 23 estados, 150 municipios, miles de carreteras y vialidades, cientos de miles de hogares destruidos, sería tan urgente como necesario, que el Gobierno Federal concentrara todos sus programas, sus giras, sus discursos, su personal y sus recursos en sacar adelante a los mexicanos afectados. No una parálisis del gobierno, pero sí una prioridad con la sociedad afectada.
Es triste ver cómo en México las condiciones de atraso en materia de prevención se mantienen, cómo la ausencia de comunicación para la prevención de desastres prevalece en detrimento de los más, cómo el gobierno federal sigue debiéndole a los mexicanos.
A trece día del inicio de las tormentas, la situación solo ha empeorado y se acerca un nuevo frente climatológico que podría recrudecer los daños en las zonas de por sí afectadas. Parece que el programa madre del gobierno de Enrique Peña Nieto, como el programa prioritario del ex Presidente Felipe Calderón, está resultando un fracaso.
Los mexicanos podríamos pasar así, de la fallida guerra contra las drogas, a la fallida cruzada contra el hambre. Si no han dado de comer a quienes tenían empadronados, la ayuda a los damnificados no llega. Con los huracanes, hay más hambre. Y mayor inconformidad hacia el gobierno.
Mientras los damnificados encabezan su propia cruzada para sobrevivir.
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