A Peña Nieto le parece estar pasando con Elba Esther Gordillo lo mismo que a todos los que revisamos la cartelera con la peregrina esperanza de encontrar algo decente: cuando creíamos que ya nos habíamos deshecho por fin de Chucky, el muñeco deformado de las películas de terror, aparece de nuevo una secuela de la infame serie.
La maldición de Chucky se estrenó este martes en Estados Unidos (sexta entrega de la zaga); misma semana en que nos enteramos de que Elba Esther Gordillo, detenida en prisión, consiguió un amparo que podría ponerla en libertad.
Justo cuando los priistas habían casi erradicado todo vestigio de Gordillo en el sindicato de maestros y consiguieron expulsar del PANAL a su hija, Mónica Arriola (con lo cual aseguran convertir a este partido en un satélite fiel), la pesadilla de la calle Bucareli aparece de nuevo.
Luego de seis meses en prisión, “La Maestra” que se atrevió a desafiar al partido había desaparecido totalmente del panorama. ¿Elba who?, me llegó a decir un Senador sobre “La Maestra” hace algunas semanas. Algún tuit lo había dicho de manera más florida, haciendo mofa de la frase de bronce de la ex líder del magisterio: “Mi epitafio dirá aquí yace una guerera: no, dirá, aquí ya se chingó”.
Pero estos días algunos de los cuadros que ahora dirigen su imperio, gracias a que ella los puso allí, se removieron inquietos en sus curules y en los asientos de primera de los aviones. El amparo a favor de Gordillo lo motiva un par de errores en el proceso que generó la orden de captura.
Uno de ellos es explicable por la necesidad de no alertar por anticipado su inminente aprehensión. Resulta que la Secretaría de Hacienda debió hacer una denuncia previa por lavado de dinero ante la PGR, como requisito para presentar la acusación ante un juez. Pero eso equivalía a poner sobre aviso a Gordillo, quien seguramente ahora se estaría riendo en su casa de La Joya, litigando en contra de su deportación desde Estados Unidos.
Había razones políticas, pues. Peña Nieto quería informar a la nación de la detención fulminante y exhibir la foto de la ex líder tras los barrotes de una celda. Una imagen que valía oro para su gobierno. Lo último que le interesaba era entrar en litigios largos y dimes y diretes con todo el poder de “La Maestra” aún vigente.
La segunda razón por la cual se ofrece el amparo, en cambio, es pura negligencia o resultado de la premura con la que se preparó la detención. El juez que concede el amparo determinó que el auto de formal prisión no está debidamente fundado ni precisa las circunstancias de la intervención de Gordillo en los hechos que se le imputan. O sea, es demasiado vago.
Desde luego, esto no significa que Gordillo saldrá libre. Para empezar, el fallo de este juez será impugnado y el tema se resolverá en instancias jurídicas más altas (con todo lo que eso significa). Y por lo demás, la PGR sigue compilando evidencias para ampliar los delitos que se le pueden fincar a la detenida; se afirma que sólo se han investigado dos de las más de ochenta cuentas bancarias bajo control de ella y los suyos.
De la misma forma que sabemos que al final de la película Chucky será eliminado pese a que volvió a levantarse en cuanto el héroe de la película le dio la espalda al darlo por muerto, es obvio que Elba Esther, pese al amparo que ahora obtuvo, no tiene la fuerza para prevalecer contra ese sistema del que ella se benefició durante tanto tiempo.
Pero el daño está hecho. La noticia del amparo se suma a la pila de errores cometidos por la PGR en otros juicios polémicos. Desde luego, el más notorio es la liberación de Caro Quintero de manera intempestiva, y sin darle oportunidad a los Estados Unidos de confrontarlo con las acusaciones que le estaban esperando. O la de Jorge Hank Rhon detenido por acopio de armas en un operativo digno de un terrorista y al que le ofrecieron un “usted disculpe” horas más tarde. Y eso por no hablar del caso Florence Cassez. O las cacareadas investigaciones sobre ex gobernadores como Andrés Granier (Tabasco), Arturo Montiel (Edomex) o Luis Armando Reynoso Femat (Aguascalientes). En todas ellas los delitos que se les fincan terminan siendo una versión mucho más deslactosada que las infamias de las que nos enteramos en la prensa. Los cargos suelen difuminarse en cuanto el tema desaparece de los periódicos; peor aún, con harta frecuencia la debilidad de las pruebas presentadas por la autoridad concluye con la liberación de los inculpados.
Elba Esther no está muerta. Las líneas de expresión de su rostro carecen de vida desde hace tiempo, pero la sola invocación de su nombre desde la ultratumba de su celda inquieta en algunos círculos. En el fondo no constituye ya una amenaza real en contra de Peña Nieto o su administración, pero la mera mención del amparo conseguido produce escalofríos en algunos priistas. En este caso, a todos los relacionados con la muy cuestionada capacidad jurídica de la PGR.
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