Sergio Sarmiento
Mucha gente no se explica por qué, si el presidente Enrique Peña Nieto ha hecho un esfuerzo por impulsar reformas de fondo en campos como la educación, ha optado por ni siquiera hacer el intento en materia fiscal. La reforma simplificadora y promotora de inversión que se esperaba ha sido reemplazada por una simple alza de impuestos a ese 40 por ciento de la población que trabaja en la economía formal.
La razón es muy sencilla. El presidente Peña Nieto, como tantos otros políticos, necesita dinero de los contribuyentes para comprar votos.
El secretario de Hacienda, Luis Videgaray, ha declarado que la miscelánea fiscal es un acto de justicia social que busca que paguen más quienes más ganan y revertir la inequidad de la sociedad mexicana. El dinero que se obtenga del alza de impuestos se usará para crear un seguro de desempleo y una pensión universal.
Uno de los nuevos impuestos, el que se aplicará a las bebidas azucaradas, se defiende con el argumento de que disminuirá la obesidad, especialmente de los niños.
La verdad es que la experiencia nos demuestra que la mejor forma de combatir la pobreza no radica en ampliar la caridad gubernamental sino en promover inversiones que generen empleos productivos. La miscelánea fiscal, sin embargo, parece hecha para castigar la inversión en la economía formal.
En el caso del impuesto a los refrescos, dudo que lleve a un descenso de la obesidad en los niños; su consecuencia más probable sería provocar un desplome adicional en el precio del azúcar.
El presidente Peña Nieto es un político. Quizá por eso la motivación de sus acciones no parece ser la de generar una mejoría de la situación económica de la sociedad a través del esfuerzo de los ciudadanos.
Un político no se beneficia de los avances que los individuos logran por su esfuerzo. Los políticos necesitan a los pobres para repartir dinero entre ellos y así comprar sus votos.
Peña Nieto no está inventando el hilo negro. Julio César también despojaba a los ricos, que eran convenientemente sus rivales políticos, y utilizaba los recursos para comprar el voto de los romanos. El PRI llevó la compra de votos a través de dádivas y programas sociales a su máxima expresión en el México de mediados del siglo XX, pero ante la quiebra económica provocada por estas políticas los gobiernos también priistas de Miguel de la Madrid, Carlos Salinas de Gortari y Ernesto Zedillo empezaron a cambiar ese esquema.
En sus gobiernos en la Ciudad de México, Andrés Manuel López Obrador y Marcelo Ebrard demostraron que todavía es posible comprar votos y asegurar el control electoral de una entidad como el Distrito Federal con dádivas en efectivo a ciertos grupos de la sociedad, como los adultos mayores y las madres solteras.
El presidente Peña Nieto, el primer presidente priista después de dos sexenios panistas, busca recuperar la gran estrategia de los viejos priistas o de López Obrador. No le interesa aplicar políticas que reduzcan de fondo la pobreza y generen empleos productivos.
Necesita mantener un numeroso ejército de pobres para comprar sus votos a través de la caridad.
Por supuesto que el presidente Peña Nieto quiere a los pobres. Los quiere tanto que desea que sigan siendo pobres. Por eso ha rechazado la posibilidad de impulsar una verdadera reforma fiscal que promueva la inversión productiva y la generación de empleos.
Eso lo dejaría sin pobres a quienes ayudar.
Elba Esther
A la maestra Elba Esther Gordillo se le acusa de realizar "operaciones con recursos de procedencia ilícita". Pero los fondos procedían del SNTE, que no ha presentado ninguna denuncia en su contra. Parecería más fácil acusarla de evasión fiscal, ya que nunca declaró los recursos que recibió del sindicato.
Pero si bien hay una averiguación previa, no se ha presentado formalmente una acusación por fraude fiscal.
www.sergiosarmiento.com
Leído en http://criteriohidalgo.com/notas.asp?id=194433
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