Estoy convencido de que Miguel Ángel Mancera es un buen tipo. Todavía no sé si, además de eso, sea un buen Jefe de Gobierno. En todo caso, los nueve meses que lleva fungiendo como tal muestran pocos argumentos para emitir un juicio categórico. Algunos dirán que ha buscado nadar de muertito sin hacer muchas olas; otros pensarán que convertirse en Alcalde de una de las mayores metrópolis del mundo requiere una larga curva de aprendizaje.
Creo que las dos cosas son ciertas. Nada en su biografía preparó a Mancera para hacerse cargo de un paquete de ese tamaño; aunque para ser honestos, la vida no suele preparar a nadie para ese tipo de responsabilidades (salvo a Ebrard, quizá, quien ya había sido Secretario de Gobierno, además de responsable de Seguridad del DF).
Miguel Ángel Mancera ha estado más dedicado a familiarizarse con el manual del usuario de la alcaldía que a oprimir botones y jalar palancas. Como el que se sube a un nuevo y poderoso auto y mueve el volante y activa el limpia brisas pero sin encender el motor.
Y quizá ha hecho bien: cualquier ocurrencia sin haber dominado la bestia que ahora pilotea podría haber terminado en novatada trágica. El problema es que después de dos horas de “manejar” sin salir de la cochera hasta sus amigos comienzan a verlo con curiosidad. El DF no es muy paciente con las curvas de aprendizaje porque vivimos en una ciudad prendida con alfileres. Sus frágiles equilibrios se desquician al menor testereo, llámense inseguridad, conflictos políticos, calamidades climatológicas o crisis de infraestructura.
Hoy la presión para actuar comienza a hacerse insoportable. Ya sea para que desaloje o para que negocie; para que intervenga más decididamente en asuntos de inseguridad pública o para que anuncie programas sociales del tamaño de los que lanzaron sus predecesores.
Por lo demás, le ha tocado una muy difícil coyuntura política. La izquierda está despedazada luego de la ruptura de López Obrador con el PRD, y no olvidemos que fue la fuerza política de ambos, partido y líder, lo que lo llevó al poder. Ambas posiciones están incrustadas tanto en la estructura formal de gobierno como en la Asamblea (el equivalente a su congreso local). Eso obliga a Mancera a caminar de puntitas en un terreno minado: casi cualquier decisión que tome será cuestionada por uno u otro grupo, y por las razones exactamente opuestas.
Del otro lado, su relación con el gobierno federal es otro tema espinoso. Peña Nieto no ha ocultado el cortejo del que hace objeto a “El Purito” (apodo que le endilga la presidenta del PRD, uno de los personajes en mi novela Los Corruptores. Aunque sea ficción el apodo le cuadra: es delgado, morenito y con cabeza ceniza. www.loscorruptores.com.
El PRI ha buscado a Mancera por muchas razones. Algunas buenas y otras no tanto. Entre las primeras se encuentra el objetivo de mejorar la puesta en común de acciones de los dos gobiernos, el federal y el local. Recordemos que durante los 12 años panistas las relaciones de la presidencia con el Distrito Federal no fueron las más afortunadas. Primero, debido al celo enfermizo de Fox a la popularidad de López Obrador; después, por la desconfianza de Calderón a la candidatura de Marcelo Ebrard a la presidencia en contra de su delfín Ernesto Cordero (a la postre ninguno de los dos fue candidato presidencial). Peña Nieto se ha acercado a Mancera y este ha aceptado el invite. En sí mismo no es una mala noticias. Todos saldrían ganando con una mejor coordinación entre los dos gobiernos (tres, sin incluimos el Edomex).
Pero en ese acercamiento hay, desde luego, objetivos menos transparentes. Formalmente Mancera no pertenece al PRD (o a ningún otro partido). El PRI está haciendo denodados esfuerzos para sentar las bases que le permitan recuperar electoralmente a la capital en el 2018. Una alianza con el Jefe de Gobierno podría ser fundamental para alcanzar tales objetivos.
Por todos esos motivos es que cualquier línea de acción que Mancera siga será criticada por una razón u otra, por tiros o troyanos. Ya se porque resultó “entreguista” frente al gobierno federal, o porque está jugando “al radical”. Porque se inclinó a Morena o, por el contrario, porque favoreció a Los Chuchos. Porque “traicionó” a Marcelo Ebrard al cambiar un programa del sexenio anterior o lo opuesto, porque resultó su “imitador” o “achichincle” porque respetó iniciativas del gobierno anterior.
Y sin embargo ya no puede seguir atrasando sus decisiones. No se si terminó de leer el manual del usuario, pero tendrá que salir a conducir con personalidad y firmeza los destinos de la capital. Después de nueve meses de cautela y perfil bajo tendría que informar a los capitalinos que ya hay un piloto en la cabina de mando de esta ciudad.
@jorgezepedap
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