lunes, 16 de septiembre de 2013

Leo Zuckermann - En recuerdo de un atentado terrorista en México

En México tenemos una relación complicada con la historia. En algunas instancias, el recuerdo es tan fuerte que no podemos transitar hacia el futuro. Es el caso de la estatización del petróleo. Pero, en otros sucesos, el olvido se impone por lo que no aprendamos del pasado. Hoy, que se celebra el Día de la Independencia, quiero recordar uno de esos acontecimientos que nos dolió profundamente en su momento, pero que, al parecer, vamos extraviando. Me refiero a los atentados terroristas durante la ceremonia del Grito de la Independencia en Morelia el 15 de septiembre de 2008. Hoy se cumplen cinco años de este nefasto episodio que de ninguna forma podemos olvidar.




Esa noche, ocho mexicanos acudieron al centro de la capital de Michoacán a celebrar un aniversario más del comienzo de la guerra de Independencia. Seguramente iban contentos a la fiesta. Algunos ondeaban la bandera nacional. Durante la arenga del gobernador, gritaron los “vivas” tradicionales. Las campanas tañían y los juegos artificiales comenzaban cuando, de pronto, escucharon el estruendo de dos granadas. En un soplo, sin nunca haber entendido qué pasó, murieron al instante. Por azares del destino, estuvieron en el peor lugar posible esa noche del festejo a la patria: junto a los explosivos mortíferos. Hinchados sus pechos de orgullo nacional, de repente sintieron un golpe seco y, sin más, dejaron de existir. Sus cuerpos se llenaron de esquirlas. Algunos de sus miembros se desprendieron.
Quizá su suerte fue mejor que la de aquellos inocentes que sí se percataron de la explosión y murieron con lentitud. De los que escucharon la detonación, pensando que habían comenzado los juegos artificiales, pero que también sintieron un impacto en algún lado de sus cuerpos. Cayeron al piso. Pretendieron levantarse, pero sus piernas no les respondieron. Postrados, comenzaron a desangrarse. Trataron de pedir ayuda, pero sus gritos se ahogaron en una boca llena de sangre. Confusos, pensaron en sus familias y, acaso, en algún amigo cercano. El dolor fue incrementándose; resultaron más agudos donde estaban enterradas piezas de metal ardiente. Escucharon gritos y gemidos a su alrededor. Se encomendaron a Dios. Un gran frío los invadió. Con suerte, llegaron a ver una cara amiga que trató de rescatarlos; que les tomó la mano cuando perdieron la conciencia para luego morir.
Éstos fueron los muertos en el atentado terrorista en Morelia: Martha Quintero, de 40 años de edad; Elisa Guerrero, de 76; Gloria Álvarez, de 32; Alfredo Sánchez, de 53; María del Pilar Mendoza, de 30; Juan Antonio Río, de 50, y Leticia Tapia, de 48 y Carmen Rico. Ocho mexicanos que fueron a celebrar la Independencia y terminaron en el Servicio Médico Forense.
Fueron las víctimas inocentes de un cobarde acto terrorista. Como también fueron los 131 heridos que sobrevivieron.
Algunos quedaron mutilados de por vida. Perdieron alguna parte de su cuerpo: una pierna, medio brazo o la vista completa. Quedaron desfigurados producto de las quemaduras. Para ellos, la vida nunca fue la misma desde ese día. Están condenados a utilizar sillas de ruedas o prótesis. Ahí se hallan, todavía hoy, a cinco años de distancia, sus cicatrices. Frente al espejo, al ver su penuria, recuerdan el día que fueron a celebrar a su patria y, de golpe, cambió su vida por completo.
Seguro tienen pesadillas recurrentes. Lo mismo aquellos heridos que, si bien no perdieron alguna parte de su cuerpo, tuvieron que pasar días enteros en un hospital recuperándose. Se quedaron con el trauma de haber vivido un infierno impensable. Por siempre recordarán la destrucción y el pánico: humo, metal retorcido, lamentos, pedazos de cuerpo humano y gente en estampida. Algunos, con suerte, habrán asistido a terapias psicológicas para tratar las otras heridas, igual o más dolorosas que las físicas, las de la mente.
A cinco años del atentado en Morelia, no olvidemos que detrás de cada una de las víctimas inocentes hay una historia personal. Que pudo haber sido cualquiera de nosotros. Que debemos asombrarnos y enojarnos. Pero que no podemos paralizarnos por el miedo que trataron de infundirnos aquellos deliencuentes-terroristas (unos días después, gracias a una denuncia anónima, se detuvo a tres presuntos miembros de Los Zetas que confesaron ser culpables, pero luego se retractaron).
El 15 de septiembre de 2008, una fecha infame. Día que México sufrió un vergonzoso atentado terrorista. Día que los mexicanos debemos marcar como un hito en nuestra historia aunque el recuerdo sea tan desagradable.
                Twitter: @leozuckermann


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