Enrique Peña Nieto llega a su Primer Informe de Gobierno con el estigma del fracaso. Ninguna de sus iniciativas han dado resultado: la violencia persiste, el desempleo aumenta, la crisis económica se acentúa y la devaluación se aproxima en medio del descontento social.
El inquilino de Los Pinos no da el kilo. Hemos esperado 12 meses para comprobar lo que ya sabíamos: el señor Peña Nieto carece de capacidad suficiente para gobernar este país. Su gabinete tampoco ha resuelto los apremiantes problemas que mantienen a México en una severa crisis institucional.
Las formas son importantes. Presentar el Primer Informe de manera virtual es un síntoma de debilidad, de absoluta cobardía. El Ejecutivo no sólo evadió su responsabilidad constitucional de manera cabal, sino que buscó el típico subterfugio para ofrecer su informe no asistiendo y mandando en su lugar al Secretario de Gobernación, Miguel Ángel Osorio Chong.
El acto protocolario se hizo con las peores señales: seis mil elementos de la Policía Federal, la capitalina y la del Estado de México resguardando el Palacio Legislativo de San Lázaro, la que se supone es la casa del pueblo, el hemiciclo que supuestamente le pertenece a los ciudadanos y que ahora es blindado contra esos ciudadanos.
Peña Nieto le teme a las protestas, le aterra enfrentar de nuevo la huida al baño como en la Universidad Iberoamericana. No quiere ver la realidad, ni las demandas de diversos sectores de la sociedad, ni las quejas de unos y de otros, a consecuencia de su fallido año de gobierno.
No está dispuesto a vivir una rechifla, a escuchar el abucheo. Se ha negado a ver el descontento, la inconformidad de los ciudadanos. Pero ayer, Día del Informe, pasará a la historia porque fue una jornada enmarcada por las marchas y protestas de la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación (CNTE) y de grupos de la sociedad civil.
Fue un día de protestas sin Presidente. La ausencia de Peña Nieto es la prueba más fidedigna del vacío de poder que padecemos los mexicanos desde que el priísta llegó a Los Pinos.
Es verdad que al presentar su Primer Informe de manera tan especial, dio cumplimiento al artículo 69 constitucional que establece la obligación de hacerlo por escrito. Pero la forma es el fondo. Y Peña Nieto no pasó la prueba de gobernabilidad. Su huida, su falta de valor para enfrentar la situación lo deja aún peor.
Y es que la gente ya no aguanta más sus políticas antisociales, ni sus reformas al vapor, ni su intención de quitarle a los trabajadores sus conquistas laborales. Y mucho menos sus ganas de arrebatarle a los mexicanos su más preciado tesoro: el petróleo.
Su gabinete pensó que para aprobar sus reformas: energética, educativa y hacendaria, sólo era necesario “convencer” a los grupos políticos de la “oposición”. Nunca se tomaron la molestia de pensar en la reacción de los ciudadanos, porque daban por hecho y así están acostumbrados, de que el sufrido pueblo mexicano aceptaría silenciosamente sus modificaciones autoritarias.
El gobierno de Peña Nieto quiere seguir funcionando desde su torre de marfil, tomando decisiones por encima de la voluntad popular. Su estrategia es cocinarlo todo con diputados, senadores y gobernadores. Se niega a hacer una consulta ciudadana sobre la reforma energética, tampoco escucha el clamor de los maestros que rechazan su reforma educativa y se prepara para aumentar a un 22 por ciento el IVA sin tomar en cuenta el sentir popular ni el daño que puede causar a la maltrecha economía familiar.
En 12 meses no ha sabido aplicar un plan que disminuya la violencia, al contrario, casi 15 mil ejecuciones, según conteo de diversas organizaciones no gubernamentales y medios de comunicación, hablan muy mal de su política de seguridad.
En un año, tampoco supo atender a las víctimas de la guerra: familiares de desaparecidos, desplazados, huérfanos… En materia de derechos humanos su gobierno ha resultado un gran fiasco. Las fuerzas armadas (Ejército y Marina) y las distintas policías siguen cometiendo ejecuciones extrajudiciales, desapariciones forzadas y tortura. Hay 300 mil desaparecidos en el país y sus familiares siguen deambulando por los anfiteatros buscando a sus seres queridos a falta de un Banco Nacional de ADN que coteje las pruebas de sangre con los 10 mil cadáveres sin identificar. Aunque el gobierno se empeñe en no dar cifras, no puede esconder los muertos debajo de la alfombra, ni los desaparecidos en fosas clandestinas o campos ilegales de detención del Estado o del crimen organizado.
La clase trabajadora sigue sufriendo los embates del mal gobierno. Su poder adquisitivo ha caído un 80 por ciento. Su mini salario no le permite alcanzar un buen nivel de vida. Y para colmo, la reforma laboral aprobada ha generado un cúmulo de calamidades.
En fin, el acto privado del Primer Informe se parece a señor Peña Nieto: un fiasco. Su ausencia en el Congreso nos deja claro que será el sexenio de la evasión y la simulación. El Ejecutivo no ha tenido la valentía de mirar de frente a la nación.
La desfachatez de intentar contrarrestar esto con propaganda pagada en segmentos de publicidad y noticias, es la guinda del pastel. Enrique Peña Nieto llegó a su primer año de gobierno temeroso, menguado, amilanado. Es la imagen de un hombre asustadizo y timorato. Justo lo contrario que necesita México.
En esas condiciones la pregunta es obligada: ¿terminará el sexenio?
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