jueves, 24 de octubre de 2013

Alfonso Zárate - Vaticano, vientos de cambio

El discurso y las acciones del Papa Francisco irrumpen como un viento fresco en una de las instituciones más conservadoras y antidemocráticas del mundo. Una institución que ha podido sobrevivir negando el mensaje de su fundador, a tal grado que Fernando Savater ha llegado a decir que el Anticristo sí existe y está en el Vaticano. Una institución que hace siglos extravió el camino de la humildad y la pobreza.

En nuestro país resulta escandalosa la forma de vivir de algunos obispos y de la mayoría de los arzobispos y cardenales. Y no sólo eso, pues lejos de la discreción que les debiera acompañar, exhiben de manera cínica su riqueza. Baste recordar al cardenal Juan Sandoval Íñiguez mostrando a una “revista del corazón” la casa del arzobispado en Guadalajara, con su alberca techada, sus aves exóticas y las cocineras que le preparaban los guisos de su preferencia.






El Papa Francisco habla y dice mucho. No son las palabras huecas, rituales, ajenas a los sufrimientos y las vivencias del hombre común, a las que nos han acostumbrado los altos dignatarios de la iglesia católica, sino palabras duras que portan una censura a los viejos usos del poder en la Curia romana y entre la jerarquía católica, y que nos recuerdan a Juan XXIII, el Papa Bueno.

Sorprende la humildad y la claridad en el mensaje de Bergolio. Dejó el lujoso aposento papal para irse a vivir a Santa Marta, un espacio más modesto; cuando apenas ha transcurrido algo más de medio año de su arribo a la condición de jefe máximo de la Iglesia católica, Francisco empieza a marcar, por su estilo austero, humilde y cercano a la gente, una ruptura con sus antecesores Juan Pablo II y Benedicto XVI.

Francisco habla de la guerra que se hace con la lengua, esparciendo rumores y chismes; reprueba el narcisismo de muchos miembros de la alta jerarquía y ya dejó una frase terrible al calificar a la corte en el Vaticano como “la lepra del papado”.

Lejos de pretender ocultar las graves desviaciones que por siglos han apartado al clero del pueblo, Francisco censura el gusto por los placeres mundanos y pide a los cardenales —esos señores cargados de privilegios— que abandonen la condición de príncipes.
El Papa Francisco toca lo intocable. En una entrevista para la revista jesuita “La Civilitá Católica”, criticó la obsesión de la Iglesia católica por censurar el matrimonio homosexual, el aborto y la anticoncepción. Igualmente, se pronunció por impulsar la presencia de mujeres en puestos de relevancia, por alejarse de doctrinas ortodoxas y dar prioridad a la labor social de la Iglesia. Finalmente, dio espacio para la autocrítica al confesar que jamás ha sido “de derechas”, pero que en ocasiones ha sido autoritario.

Pero no es sólo el discurso. El nuevo Papa ha iniciado movimientos dentro de la Curia que portan un hondo significado: la designación de un nuevo secretario de Estado, Pietro Parolin, quien asumió el cargo el pasado 15 de octubre, en sustitución del polémico Tarcisio Bertone, implicado en el escándalo llamado Vatileaks.

Por otro lado, ordenó a un grupo de ocho cardenales procedentes de los cinco continentes la creación de comisiones de investigación para analizar los cambios a emprender en la institución, incluida la Curia.

Ha dispuesto otros cambios en posiciones clave, como el Sínodo de Obispos y la Congregación para el Clero, con los que ha reducido el poder del ala más conservadora al interior de la administración central del Vaticano.

Las palabras de Francisco agitan las conciencias y perturban la tranquilidad de los tradicionalistas, que ya rezan porque su gestión sea fugaz. En el Vaticano, la exquisitez de las formas diplomáticas oculta la rudeza y la falta de escrúpulos de quienes defienden intereses enormes. En ese juego de poder, Bergolio no parece disponer de aliados poderosos para enfrentar a las camarillas de los purpurados que se sienten amenazadas. Pero tiene un apoyo sólido en la mayoría de cardenales que lo eligieron Papa, además de lo que está construyendo afuera, entre la feligresía.

Twitter: @alfonsozarate

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