jueves, 24 de octubre de 2013

José Woldenberg - Violencia y heroísmo

Leo lo siguiente: "Encapuchados y armados con piedras, palos y botellas, grupos de anarquistas se enfrentaron ayer a la policía de Brasil... El centro de Río de Janeiro amaneció con escenas de destrucción dignas de una guerra: edificios con grafitis, ventanas rotas, estatuas vandalizadas, cajeros, tiendas y restaurantes destrozados..." (Reforma, 17-10-13).

Hace 20 años, H. M. Enzensberger escribió un pequeño libro (Perspectivas de guerra civil. Traducción: Michael Faber-Kaiser. Anagrama) tratando de entender un fenómeno que pensaba expansivo luego del final de la Guerra Fría: la multiplicación de expresiones violentas en el marco de las sociedades nacionales. Decía entonces que la nueva violencia tenía algunas características: "se desligaba totalmente de justificaciones ideológicas", a diferencia de lo que habían hecho por ejemplo los "guerrilleros o terroristas de los años sesenta y setenta que creían necesario justificar sus acciones"; era desatada "casi sin excepción por jóvenes" como una nueva forma de "machismo" que desplegaba una enorme "fuerza destructiva"; era marcada por "una reacción radical a la presión modernizadora" y enfrentaba a perdedores con otros perdedores; y carecía de cualquier aspiración de futuro, derivando en una "agresión sin contenido". Escribía: "De este modo, cualquier vagón del metro puede convertirse en una Bosnia en miniatura... Cualquier diferencia -que alguien prefiera otro equipo de futbol- se convierte en un riesgo mortal".




Quienes desencadenaban esa violencia no pretendían ganar algo. "Saben muy bien que sólo pueden perder... (y) hacen todo cuanto está en sus manos para agudizar al máximo su situación. No solo quieren convertir en "una auténtica mierda" a sus contrincantes, sino también a sí mismos". Reproducía parte de un informe de un trabajador social que reportaba que en los suburbios de París "han acabado destruyéndolo todo: los buzones, los portales, las escaleras de las casas. Han arrasado y expoliado la policlínica en la que están tratando gratuitamente a sus hermanos y hermanas...". Sorprendido, a Enzensberger le parecían zombis que habían perdido cualquier esperanza y que incluso tenían atrofiado el "mecanismo regulador de la auto conservación". Encarnaban una especie de utopía negativa: "el protomito de la lucha de todos contra todos".

Enzensberger reaccionaba ante una serie de laberintos interpretativos que le parecían callejones sin salida. Uno de esos, quizá el que más lo irritaba, era el de los que "se erigen como tutores de las ovejas descarriadas, las exculpan con desmesurada benevolencia de toda responsabilidad por sus actos violentos. La culpa jamás la tiene el criminal, siempre el entorno: el hogar paterno, la sociedad, el consumismo, los medios audiovisuales, los malos ejemplos". Parecería que no existen responsabilidades individuales, que hay solo una culpa: la del "sistema". No negaba que el contexto influye en las personas y modela algunas de sus conductas, pero esa forma de interpretar lo único que lograba, en lo inmediato, era relevar de compromisos a quienes desataban la violencia.

Llamaba "guerra civil molecular" a esa ola destructora que se iniciaba de manera imperceptible, sin necesidad de una movilización general. Sus manifestaciones empezaban con grafitis sin gracia ni sentido que llenaban los muros públicos, con la multiplicación de "neumáticos pinchados, teléfonos públicos inutilizados", hasta llegar, en los momentos de máxima exaltación a enfrentamientos ardientes, coches incendiados, policías heridos, agresores "agredidos". El autor de Política y delito no escondía su desaliento, y él mismo decía: "no soy neutral. Estoy contagiado. Siento cómo la rabia, el miedo y el odio se están acumulando en mí". Le parecía una ingenuidad pensar que la cultura era "capaz de proteger a una sociedad frente a la violencia" y la reproducción a gran escala de los sucesos sangrientos en los medios no hacía sino convertirnos en espectadores impotentes. Total, un panorama desolador.

No vislumbraba una salida fácil, pero sabía que la mayoría acunaba todavía la ilusión de una vida civil sin violencia. Escribió al final quizá para darse ánimo: "Tampoco la guerra civil pequeña, molecular, dura eternamente. Tras los combates en las calles llegan los vidrieros; tras el saqueo dos hombres provistos de alicates conectan de nuevo el teléfono de la cabina. En hospitales saturados, los médicos de urgencia trabajan día y noche para salvar la vida de los supervivientes. La perseverancia de esas personas parece un milagro. Saben que no podrán arreglar el mundo. Sólo un fragmento, un techo, una herida...". Son los héroes civiles que con su trabajo y esfuerzo intentan mantener, edificar o reformar algo de lo que sí funciona, porque saben que lo otro sí lleva a alguna parte, a una especie de abismo feroz y sangriento. Sísifo -escribía- es ahora un personaje cotidiano, "obligado a llevar una piedra peñas arriba, una y otra vez. Esta piedra es la paz". Es el auténtico héroe.


Leído en http://criteriohidalgo.com/notas.asp?id=199513

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