Dicen que los viajes ilustran; también dicen que los viajes son lo único que le cura a uno el nacionalismo rampante. Quizá, pero los locutores deportivos de televisión son muestra fehaciente de que los viajes también sirven para un carajo. Nadie los puede acusar de ser ilustres o cultos, ni siquiera cuando hacen uso del lenguaje, que es su instrumento de trabajo. El adjetivo más contundente que uno de ellos pudo encontrar para describir el 2-1 de Costa Rica frente a México durante la transmisión fue “derrotototota”; a lo cual el otro inmediatamente corrigió con su mejor español “no, derrototota no; derrototototototota”.
Eso que les costaba describir es en efecto una tragedia inconcebible para muchos; para otros representa un dato normal y la confirmación de que el sistema está roto, que el regreso del PRI es un fracaso y la raza de bronce sigue siendo víctima de la explotación y la miseria secular.
Desde luego, no es ni una cosa ni la otra. Los resultados de un equipo nacional de futbol no guardan relación con el estado de la Nación ni transparentan la calidad moral o productiva de sus habitantes. Ejemplos abundan: los años de oro recientes del futbol español coinciden con su peor crisis en décadas; por el contrario, el breve auge del futbol colombiano tuvo lugar cuando el país se despedazaba en guerras civiles. Brasil ha sido bueno antes, durante y después de su auge económico, y a Perú, quien padece su peor momento futbolístico, no le ha servido de mucho la impresionante expansión económica que disfruta desde hace un lustro.
En otras palabras, no habría que “sobre interpretar” una derrota. Allí no vamos a encontrar alguna clave sociopolítica o de antropología social sobre la mexicanidad o los valores nacionales. Y si me apuran, dice más sobre México la manera de transmitir de los locutores de televisión que el resultado: el rasgado absurdo de vestiduras, el desprecio hacia los países centroamericanos, el linchamiento fácil de algún jugador, la ignorancia y la manipulación emocional.
El nivel de un país guarda una relación más estrecha con la manera en que se transmite un partido de su selección, que con la calidad de los pases de sus jugadores. Un niño mexicano pasa más tiempo frente a una pantalla de televisión que en un aula (si consideramos el fin de semana). Por lo mismo, la televisión tiene un impacto decisivo en la construcción de valores y la visión del mundo de la mayoría de los mexicanos. Y si juzgamos por la inmadurez emocional de los conductores, su incultura, los rampantes clichés nacionalistas, el desdén por los rivales, etcétera, tendríamos que concluir que el “alma mexicana” no pasa por su mejor momento.
El peso de este infantilismo emocional les impide incluso hacer una lectura del partido que están viendo. El triunfo o el fracaso no pueden ser explicados simplemente por el último toque frente a la portería. Muy fácil colocar el peso de la derrota en la poca fortuna de “Chicharito” en el famoso “pase a la red”. Endiosar o linchar a un jugador, convertirlo en fuente de todos los bienes y todos los males, revela un analfabetismo en materia de futbol difícil de entender en un profesional que se dedica a transmitir partidos.
Lo que no podían ver es que las escasas oportunidades que tuvo el Tri fueron protagonizadas por el “Chícharo” gracias a sus desmarques y a sus movimientos dentro del área. El gol mismo, un remate de Oribe Peralta, fue resultado de un magistral pase filtrado a Javier Hernández por –al parecer– “Chaco” Giménez. Pero la narración deportiva nunca menciona la construcción de la jugada, entretenidos como estaban en el chiste fácil de la hermosura de Oribe y de cuánto lo querían. Con esto no sugiero que el “Chícharo” esté jugando a buen nivel; sus fallas frente al marco son evidentes. Pero resulta absurdo convertirlo en piedra basal para explicar los malos resultados.
Juan Villoro publica este miércoles que una derrota así no se improvisa. Un partido puede perderlo cualquiera en una mala noche. Pero quedar en cuarto lugar en un torneo hexagonal tras diez partidos, es fiel reflejo del estado en el que se encuentra el futbol de nuestro país.
Las explicaciones pueden ser muchas. En parte tiene que ver con el crecimiento del nivel del futbol en la zona Concacaf. Estados Unidos está en proceso de convertirse en una potencia media en materia de futbol; Costa Rica y Honduras tienen selecciones dignas deportivamente hablando, y varios de sus jugadores ocupan plazas importantes en clubes europeos. Una derrota frente a estos equipos no es vergonzante porque, querámoslo o no, hace rato emparejaron el nivel de futbol de nuestro país. Sólo los locutores villamelones, ignorantes y racistas, los siguen considerando poco menos que jugadores llaneros. Reaccionan como si México hubiera sido vencido por un equipo de Tsekub Baloyán o de la prepa del barrio.
Solía decirse que el futbol mexicano no crecía porque carecíamos de roce internacional externo a la modesta Concacaf. Hoy que nuestros jugadores han comenzado a alinear en clubes internacionales las cosas no parecen mejorar. La mitad del equipo que jugó este martes participa –o ha participado– en ligas extranjeras.
En realidad, el peso de la explicación tendría que residir en las fallas estructurales del futbol mexicano. La convivencia entre futbol y televisión; el dominio de la Federación por parte de media docena de magnates que influyen en varios clubes; torneos cortos que premian más una racha afortunada en la liguilla que un trabajo fundacional de construcción un equipo a largo plazo; políticas financieras que dependen de la venta apresurada de jugadores; falta de inversión en escuelas sólidas de entrenadores de fuerzas inferiores; políticas dirigidas exclusivamente a resultados inmediatos.
Tampoco debemos dramatizar. Esas lacras las padecen varios países. El hexagonal revela una mala campaña; pero el nivel de nuestro futbol no es tan malo como lo pintan los lamentos de ayer, ni tan bueno como lo venden los pregoneros televisivos al menor triunfo del Tri. Lo que si no veo es como podamos superar es el nivel profesional de las transmisiones. ¿Usted sí?
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