¿En qué momento se convierte alguien razonablemente normal en una mala persona? Durante cinco años, la exitosa serie Breaking Bad exploró el proceso a través del cual Walter White, un profesor de Química de la preparatoria se transformó en el más importante productor de metanfetaminas del sureste norteamericano; y más que eso, se convirtió en un perverso villano.
El caso de Felipe Calderón es mucho menos novelesco e interesante pero con impactos bastante más perniciosos. No sé si alguna vez fue buena persona, pero en todo caso antes de ser Presidente no se habían acentuado rasgos que luego dominaron buena parte de su personalidad o de su comportamiento: la obcecación, el rencor, la aversión a enmendar o reconocer errores, la ceguera frente a las fallas de sus colaboradores, laxitud en los valores éticos.
Lo conocí a mediados de los 90s cuando la campaña para la presidencia del PAN lo llevó con frecuencia a Guadalajara, un bastión importante de votos para los blanquiazules. En calidad de director del principal periódico crítico al PRI (Siglo 21), lo recibí en más de una ocasión y pude tratarlo de manera informal. No me atrevería a decir que entonces era un demócrata acérrimo, pero ciertamente era un cuadro político que claramente contrastaba con los engolados funcionarios priistas. Vestía con sencillez, hablaba como todos los mortales y era muy crítico con los vicios del régimen anterior, particularmente los que se relacionaba con corrupción y la falta de transparencia.
Este martes, en su columna de SinEmbargo, Salvador Camarena abordó esta lamentable transformación de Calderón a partir de lo que le cuesta al erario. Resulta que además del sueldo que devengan los ex mandatarios (al que han renunciado Ernesto Zedillo y Carlos Salinas) y el costo de los escoltas del Estado Mayor que los custodian, nuestros impuestos financian un séquito de colaboradores. El más oneroso de todos es Felipe Calderón quien cuenta con 19 personas pagadas por el gobierno. Eso incluye a su prima, María Antonieta Hinojosa Robles, con 95 mil pesos mensuales de sueldo, y a Fausto Barajas Cummings, quien fuera Subsecretario de Infraestructura de la Secretaría de Comunicaciones y Transportes durante el último año de su Gobierno, con 192 mil pesos mensuales.
Llama la atención que el sueldo de este “asesor” de Calderón, quien se dedica a dar clases en Harvard y vive en el extranjero, equivalga al del propio Peña Nieto. Según la declaración patrimonial presentada en enero por el actual Presidente, su ingreso mensual neto es de 193,478 pesos. Quizá los 192 mil que gana el asesor de Calderón sean brutos. Pero es impresionante que el erario premie con emolumentos más o menos similares al responsable del Estado mexicano y a un empleado de un ex Presidente dedicado a dar clases en el extranjero. Seguramente la ley lo permite pero eso no quita que sea un abuso.
Como también es un abuso la información que da a conocer este martes la columna “Templo Mayor” del diario Reforma. Calderón modificó en su último día de gobierno el reglamento del Estado Mayor Presidencial para que las escoltas no sólo protegieran a ex mandatarios sino también a personas VIP designados por él mismo.
Hoy me explico una escena que observé hace seis meses y me pareció incomprensible en su momento. Un sábado, si no recuerdo mal, advertí que un restaurante de postín en La Condesa estaba “tomado” por guardias presidenciales. Habían desplazado al valet parking del lugar para ocupar el espacio con camioneta de vidrios opacos y águila presidencial ostensible. Con la mirada, los guaruras revisaban al resto de los comensales como si portásemos oculto un chaleco con explosivos. Revisé el sitió esperando encontrar algún miembro de la familia Peña Nieto-Rivera. Pero sólo encontré a Alejandra Sota, ex vocera de Calderón, comiendo con su esposo y otros familiares. Asumí entonces que los escoltas esperaban a un miembro de Los Pinos que arribaría en cualquier momento, lo cual nunca sucedió. Lo que sí sucedió es que en algún momento Sota alzó la mano y con prepotencia llamó a un escolta presidencial para que fuera a la tienda a comprarle algo (no alcancé a percatarme de qué se trataba).
¿Cómo conciliar al ciudadano Felipe que conocí en los 90s, sumamente crítico de los abusos y privilegios de los políticos, con este Calderón que comete excesos que ni siquiera los priistas intentaron. ¿Por qué pagamos los mexicanos guardias presidenciales para cuidar a una ex colaboradora que hoy se dedica a vender servicios de relaciones públicas?
¿Por qué? En el fondo por la misma razón que Mr. White se convierte en “Mr. Black” en Breaking Bad. El poder sobre los otros provoca en estos personajes la sensación de que están por encima de las normas. Calderón, como Mr. White, ni siquiera advierte que se corrompió. Nunca se dieron cuenta cuándo ni cómo sucedió. Pero los que vimos la serie, o vivimos el sexenio pasado, no tenemos ninguna duda.
Nota: Por cierto, Salvador Camarena y yo publicamos un libro en 2006: Instructivo para sobrevivir a Calderón y su gobierno (editorial Planeta). Por desgracia 70 mil mexicanos no lo lograron.
@jorgezepedap
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