martes, 5 de noviembre de 2013

Roger Bartra- Las contradicciones de Chomsky

5 Nov. 13

Es un hecho curioso que las teorías lingüísticas de Noam Chomsky tengan una implicación social que está en las antípodas de su conocida postura política crítica de izquierda. Para Chomsky el lenguaje está biológicamente determinado y tiene su origen en una estructura cerebral determinada y heredada genéticamente. Chomsky propuso tratar el problema de la naturaleza del lenguaje exactamente de la misma manera en que se aborda el problema del crecimiento de un órgano físico del cuerpo. Para él se trata de la "maduración progresiva de una estructura (hardware) especializada". En consecuencia, no habría que hablar del "aprendizaje" de una lengua, sino de su "crecimiento". Hay una motivación política en la insistencia de Chomsky en afirmar la existencia de estructuras mentales innatas; si no las hubiese, dijo alguna vez, habría quienes quisiesen controlar esa plasticidad o ese azar para moldear la conducta por medio de la autoridad estatal, la tecnología conductista o cualquier otro medio.




Su solución consistió en practicar un determinismo biológico estricto para interpretar el habla, que es el fenómeno social por excelencia que distingue a los humanos del resto de los animales. Chomsky impulsó una búsqueda (hasta ahora infructuosa) de los módulos neuronales innatos de la estructura gramatical universal que él supone comparten todos los humanos. Las ideas de Chomsky han apoyado la suposición de que, así como hay módulos o dispositivos cerebrales innatos que generan estructuras gramaticales, hay también módulos morales, estéticos o religiosos que forjan nuestras actitudes éticas, artísticas o devocionales. Las implicaciones políticas de estas propuestas nos empujan hacia una concepción conservadora de la realidad social. Es cierto, como quería Chomsky, que bajo este supuesto el Estado no podría manipular unas estructuras que se suponen innatas. Pero las personas, individual o colectivamente, tampoco podrían cambiar voluntaria y libremente sus ideas morales, sus gustos artísticos o sus inclinaciones religiosas. Estaríamos atrapados en un determinismo biológico inexorable. La comparación que hizo John Rawls entre la formación de un sentido de la justicia y el sentido de gramaticalidad estudiado por Chomsky contribuyó indirectamente a fomentar el determinismo biológico.

Sin embargo, Chomsky se ha distinguido no solamente por sus investigaciones lingüísticas sino también por profesar ideas libertarias y socialistas. Su aversión a toda autoridad, de raíz anarquista, es bien conocida, y lo ha llevado lógicamente a exaltar la libertad individual y la lucha contra los poderes fácticos sean políticos o económicos. Sus críticas políticas son vigorosas aunque con frecuencia excesivamente simplistas.

Acaso su propuesta de que hay mecanismos innatos en el cerebro, no determinados por las redes sociales, proviene de su actitud radicalmente antiestatista y de cierto pesimismo ante las luchas políticas. Si no podemos oponernos a los inmensos poderes que genera el capitalismo globalizado, pareciera pensar, es un alivio suponer que hay dispositivos neuronales que bloquean la intromisión de dichos poderes en la intimidad de nuestros cerebros. No sería posible cambiar desde la sociedad y el poder los aparatos genéticos que ordenan nuestra recóndita sintaxis mental, que sería al mismo tiempo individual y universal.

El filósofo Hilary Putnam ironizó sobre las ideas de Chomsky: "Decir que 'la gramática universal en el cerebro' genera el 'componente semántico' cuando los valores de ciertos parámetros han sido 'adecuadamente fijados por el ambiente' es como decir que ¡no-sabemos-qué es lo que-no-sabemos cuando no-sabemos-qué ha pasado!". Esta broma nos ayuda a ver que la perspectiva de Chomsky impide que entendamos la relación entre el cerebro y la sociedad que lo circunda. Esta relación está formada por lo que yo llamo el exocerebro, un conjunto de prótesis simbólicas (principalmente el habla, pero también las artes, la música y muchos otros fenómenos culturales) que completan las funciones que el cerebro no puede realizar por medios exclusivamente biológicos (véase al respecto mi libro Antropología del cerebro). Habría una relación bidireccional entre los circuitos neuronales y las redes lingüísticas, una relación tan estrecha que haría imposible separar la dimensión cerebral interna del espacio simbólico externo.

Podemos comprender que nuestros cerebros están indisolublemente ligados al entorno social, cultural y político. Su plasticidad permite que sean moldeados por el acontecer que los envuelve, con todos los peligros que ello implica. Por esta razón, las investigaciones neurocientíficas de lo que sucede dentro de nuestras cabezas pueden tener notables implicaciones políticas, ocultas detrás de una terminología abstrusa. Las formulaciones de Chomsky nos ayudan a entender que en los más apartados recovecos de la ciencia se esconden resortes que ejercen una poderosa influencia.

Fuente: Reforma

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