lunes, 23 de diciembre de 2013

Jesús Silva-Herzog Márquez - El primer año (otra lectura)

La reforma energética es el cambio más profundo de las últimas décadas. Unos lo festejan como si fuera la catapulta que nos hacía falta, otros lo lamentan como muerte de la nación misma. No soy capaz de identificarme con unos ni con otros pero logro advertir la trascendencia de la reforma. Carezco de la contundencia anímica de los optimistas y de los pesimistas para creer que sólo maravillas o maldiciones se desprenderán del cambio, pero parece indudable que se trata de una reforma importantísima en lo económico, lo institucional y lo simbólico. El cambio pone fin a una era e inaugura, posiblemente, otra. Los efectos del cambio dependerán tanto de su gestión como de su definición normativa.





Algo debe reconocerse de inmediato: el gobierno apostó todo a la reforma y la consiguió. Si el gobierno de Peña Nieto buscaba una medida para probar aquí y afuera su eficacia, una clara señal de su ambición reformista era precisamente en esta materia, en el más profundo de los símbolos del nacionalismo económico. El éxito del gobierno es innegable. Podrá debatirse el impacto de las reformas, podrá cuestionarse el método empleado para conseguirlas pero no puede menospreciarse la capacidad del gobierno para llegar al sitio al que se propuso llegar.

Tal vez sin plan, el gobierno sostuvo una política flexible de alianzas. El pacto inicial le permitió al gobierno enfrentar a poderes que se consideraban imbatibles. Gracias a esa coalición desideologizada, pudo recuperar la conducción estatal de la política educativa y la regulación de las telecomunicaciones. Hoy lo decimos con velocidad pero hace pocos meses, se consideraba una aventura imposible. El muro de poder con el que topaban las ingenuas ambiciones gubernamentales. Del brazo de la izquierda y de la derecha, el gobierno de Peña Nieto logró lo que durante años, décadas quizá, se consideraba impensable. Hay, desde luego, muchas críticas que hacer a lo reformado y, sobre todo, a los pendientes de esas reformas pero, ¿puede negarse que gracias al Pacto por México se recuperó la conducción estatal de aquello que había sido controlado por los “poderes salvajes”? Lo notable es la adecuación de la palanca a la traba. Para las reformas que requerían una coincidencia de Estado, la recuperación del músculo de lo público se tejió la amplísima coalición que iba de la izquierda a la derecha. Para las reformas que implicaban una definición gubernativa, se pactó una alianza mayoritaria.

Lo cierto es que el gobierno no se obsesionó con el consenso, como por momentos parecía. Haberse atado al Pacto por México habría significado darle a cada partido de oposición el derecho de vetar cualquier iniciativa gubernamental. Si hubo mérito en la formación del Pacto por México y en los productos de esa alianza, también hubo mérito en el desapego al pacto. El gobierno de Peña Nieto supo aliarse pero también supo apartarse. En ningún caso, el gobierno caminó solo. Reconociendo su minoría, buscó la coalición eficiente. No atizó el conflicto pero estuvo dispuesto a asumir los costos de la polarización. Sabía bien que una reforma al magisterio encendería una intensa movilización de reclamos. Sabía igualmente que tocar el tabú del petróleo provocaría una respuesta vehemente. Advirtiendo las consecuencias políticas de la reforma, siguió adelante. No veo en ello provocación sino reconocimiento de que no hay reforma relevante que no genere inconformidad. El costo de la reforma auténtica es lastimar a quienes disfrutaban de los beneficios de un arreglo socialmente dañino, lastimar a quienes permanecen adheridos a los dogmas.

El gobierno no buscó la ratificación de su dictado. Las oposiciones no se adhirieron al proyecto del gobierno: negociaron con él, para definir el proyecto gubernamental. Tal vez por eso las reformas terminaron como un revoltijo incoherente de medidas, pero lo cierto es que el gobierno, despojado de la suficiencia tecnocrática (y de la prudencia técnica), estuvo auténticamente dispuesto a compartir el teclado, a coescribir con sus adversarios la palabra de las reformas. También estuvo dispuesto a pagar los costos del acuerdo. Sabía que el acuerdo en energía implicaba ceder en materia política y cedió.

No creo que pueda reducirse este año de gobierno a la inauguración de una fachada como dije recientemente. Las reformas recientes son mucho más que el cambio del decorado.

http://blogjesussilvaherzogm.typepad.com/
Twitter: @jshm00

Leído en http://criteriohidalgo.com/notas.asp?id=211217

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Por favor, sean civilizados.