MÉXICO, D.F. (Proceso).- ¿El país tiene horizonte?, o, para usar una terminología menos metafórica, ¿el país tiene futuro? La pregunta, a finales de año, no sólo es pertinente, sino necesaria.
Si lo vemos desde el entusiasmo de la clase política, que vive en el onanismo de su percepción, el futuro es prominente. Está lleno de modernización, de reformas fundamentales para la salud del país, de riqueza, de inserción en los mercados globales. Si, en cambio, lo vemos desde la realidad, es decir, desde la experiencia de todos los días, el horizonte está tan enrarecido como el aire de la Ciudad de México. Día con día, más allá de la atmósfera virtual creada por los políticos, los mexicanos nos enfrentamos con un callejón tapiado por el crimen organizado, las redes de impunidad del Estado, los poderes fácticos y una clase política anodina, arrogante, corrupta y profundamente disfuncional. Las reformas estructurales, hechas y aprobadas al vapor, sin consultar a la ciudadanía, bajo la complacencia de una cámara de legisladores bovina y obediente –como lo marca la tradición del antiguo régimen– a los dictados del garañón de Los Pinos, “del hombre que no se equivoca” –como suelen decirlo sus más serviles–, no son más que otras tantas contribuciones a ese complejo y espantoso entramado de la violencia y el crimen.
Desde hace mucho tiempo la política en México no ha sido más que un pacto tácito y siniestro con las fuerzas de la delincuencia. Mientras el PRI y el PAN, atrofiados por su onanismo, celebran con bombo y platillo unas reformas criminales, y la “izquierda”, atrofiada y dividida por un puritanismo hipócrita, se desgarra –en un show de la castración y la impotencia– las vestiduras, el país continúa ratificando ese pacto con asesinatos, fosas clandestinas, desapariciones, secuestros, autodefensas de todo cuño, violencia, indefensión, miseria y miedo. Debajo de la alfombra del show de la política que cree –como si se tratara de nuevos pueblos Potemkin– que el espectáculo virtual cambia la realidad, lo que en verdad existe es un horizonte tapiado por las mil formas de la muerte, de la corrupción y de la impunidad. La reserva moral del país –esa que se unió y manifestó durante el levantamiento zapatista, las movilizaciones del Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad (MPJD) y del Yo Soy 132, y que por momentos trazó rutas de cambio– se encuentra hoy dividida, desconcertada, atrapada en las insidias, las sospechas, los asambleísmos y las disputas por los liderazgos.
Nada hay en el horizonte que nos permita abrigar esperanzas. El que miramos desde el año viejo hacia el año nuevo es más denso que el de ayer.
¿Quiere decir esto que no hay salidas? Ciertamente las hay. Al igual que detrás de la noche habita la luz, detrás de un callejón tapiado está siempre una avenida o el campo abierto. Pero para derribar el muro lo primero que hay que hacer es no caer en trampas ni ilusiones. Hay que aceptar 1) que el futuro está cerrado y su muro es denso; 2) que las salidas que nos proponen los partidos o el Estado son sólo trampas que trabajan, al lado de los criminales, para tapiarlas más; 3) que gritar y movilizarse de manera descoordinada y fracturada, disputando liderazgos y sembrando la sospecha entre ellos, como en las últimas movilizaciones se ha hecho –pienso en las de la CNTE o en las de Morena por la defensa del petróleo–, sólo contribuye a aumentar la violencia y a fracturar más al país.
Si aceptamos esto, lo segundo que corresponde hacer es replegarse, hacer el silencio en uno, reunir a los líderes morales, no políticos, de la nación para que propongan, por encima de sus intereses ideológicos y de liderazgo, un programa político que rompa las redes criminales del país y sea capaz de movilizar de nuevo a la nación para una reforma profunda del Estado.
México tiene –lo ha demostrado muchas veces– una gran reserva moral y una profunda capacidad democrática, en el sentido del poder de la gente. El problema es que no cree suficientemente en su fuerza. Cuando la gente me dice: “Ustedes –el MPJD– no sólo visibilizaron la tragedia humanitaria del país expresada en sus víctimas, sino que sentaron de cara a la nación a los poderes”… yo les respondo: “No fuimos nosotros, fue la reserva moral del país que el 8 de mayo de 2011 salió, poniendo entre paréntesis sus posiciones ideológicas, a confrontar al Estado y a exigir una ruta de justicia y de paz”. Lo mismo sucedió cuando en enero de 1994 los zapatistas se levantaron y detrás de ellos salió esa misma reserva moral. Si los Acuerdos de San Andrés se traicionaron y no hemos logrado ni la ruta de paz ni el camino de justicia que necesitamos, es porque esa reserva moral se fracturó, anteponiendo a la moral política y social intereses ideológicos, de liderazgo y de partido que terminaron por fortalecer, en las elecciones, el entramado del crimen.
Sólo la convocatoria a esa reserva moral, mediante una agenda política que rompa las redes criminales que tienen secuestrado al Estado, puede abrir el horizonte del país. Si no somos capaces de hacerlo y de sostenernos, nuestro futuro continuará siendo el de los desaparecidos, las fosas comunes, el cinismo, la corrupción y la degradación generalizada.
Además opino que hay que respetar los Acuerdos de San Andrés, liberar a todos los zapatistas presos, derruir el Costco-CM del Casino de la Selva, esclarecer los crímenes de las asesinadas de Juárez, sacar a la Minera San Xavier del Cerro de San Pedro, liberar a los presos de Atenco, hacerle juicio político a Ulises Ruiz, cambiar la estrategia de seguridad y resarcir a las víctimas de la guerra de Calderón.
Leído en http://www.proceso.com.mx/?p=361404
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