jueves, 30 de enero de 2014

José Woldenberg - JEP: apenas tres notas

1. La promesa quebrantada. Un muy joven José Emilio Pacheco, que aún no cumplía los 24 años escribió: “Atrás de las jaulas se levanta la estación del ferrocarril. Un buen número de niños sube a él, a veces acompañados por sus padres. Suben con entusiasmo y cuando el tren inicia su marcha se sobresaltan y luego miran con júbilo la maleza, los bosques, el lago artificial. Lo único singular en este tren es que nunca regresa -y cuando lo hace, los niños que viajaban en él son ya hombres que, como tales, están llenos de miedo y resentimiento”. (“Parque de diversiones”, El viento distante. ERA. 1963).

Esa imagen se convertirá en una constante en su escritura. La vida, el transcurrir del tiempo, el viaje, nos transforma, nos convierte en otros, nos malforma, y además no hay regreso posible. No existe en JEP idealización de la niñez o la juventud; no obstante, lo natural de las biografías son las esperanzas defraudadas. Más de 40 años después insistió: “A los veinte años nos dijeron: ‘Hay/ Que sacrificarse por el Mañana’/. Y ofrendamos la vida en el altar/ Del dios que nunca llega/. Me gustaría encontrarme ya al final/ Con los viejos maestros de aquel tiempo/. Tendrían que decirme si de verdad/ Todo este horror de ahora era el Mañana/”. (“El mañana”, Como la lluvia. Poemas 2001-2008. Era. 2009).







Por ello, creo, sus textos irradian una nostalgia profunda. Pero no por un paraíso perdido -hay suficiente evidencia en sus cuentos, novelas y poemas de los pavores que la niñez porta- sino por una promesa incumplida. La ilusión de que el futuro sería superior, más luminoso, más promisorio. Quizá fue el espejismo del progreso o las simples ganas de que las cosas fueran mejores. Pero lo cierto es que “tendrían que decirme si de verdad, todo este horror de ahora era el mañana”.
2. La indomable realidad. A quienes andamos navegando por ese mar alambicado al que llamamos ciencias sociales, plagado de causalidades imaginadas, vastas armonías teóricas y simplismo especulativo, no nos haría mal acercarnos a un poema de José Emilio Pacheco. Dice así: “El tremendismo de la realidad, / Su incurable tendencia/ Al melodrama y a lo absurdo. // La realidad es psicópata:/ Jamás se compadece de sus víctimas./ Hace trampa al jugar con la esperanza.// Todo lo escribe mal con letras chuecas/ Llenas de errores de sintaxis./ Ignora el ritmo, el tono, la armonía./ Confunde los papeles asignados./ Olvida lo que dijo en la otra página.// Debería entrar en un taller literario,/ Aprender cuando menos rudimentos/ De verosimilitud, coherencia y orden.// Sin embargo posee en alto grado/ Una virtud artística suprema:/ No se repite nunca,/ Siempre es nueva,/ Siempre nos deja con la boca abierta”. (“Literatura y realidad”, ibid.).
La rebeldía de “la realidad” es suprema, no se deja domar por las más bravas construcciones conceptuales; suele rebasarlas, desbordarlas, desmentirlas. Su fuerza radica en su capacidad para contrariar nuestras expectativas y lanzar por la ventana prescripciones, ilusiones, supuestas leyes de las cosas. La pretensión de someterla, de explicarla, de subyugarla a nuestros designios, resulta vana y pueril. Disculpen, diría JEP, “no se repite nunca, siempre es nueva, siempre nos deja con la boca abierta”. Olvídense de determinismos huecos, de códigos omnicomprensivos, eso que llamamos realidad es algo mucho más complicado que cualquier esquema y sin duda, mucho más bronca.
3. El miedo y el pasmo. Sorpresa y miedo acompañan la existencia y se encuentran de manera recurrente en la obra de JEP. “La figura del huésped solitario en la ciudad hostil resume el paso por la vida”. (“De paso”, El silencio de la luna. ERA. 1994). Y esas características aparecen ya desde El viento distante: el linchamiento de quienes nunca entendieron los códigos de sus vecinos (“Algo en la oscuridad”), la agresión, al parecer gratuita, que un padre y su pequeña hija contemplan de un niño negro por una banda de blancos (“No entenderías”), o la pobre gorda que sueña con su príncipe azul y que es ofendida, rebajada, maltratada en el carnaval veracruzano (“La reina”), son cuentos que transmiten asombro y miedo porque la conducta de los otros resulta incomprensible y siempre acechante.
Paradójicamente, sin embargo, JEP pudo escribir y con razón: “Si vuelvo alguna vez por el camino andado/ no quiero hallar ni ruinas ni nostalgia.// Lo mejor es creer que pasó todo/ como debía./ Y al final me queda/ una sola certeza:/ haber vivido”. (“Certeza”, Ciudad de la memoria. ERA. 1989).


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