El 3 de octubre de 1863 llegó al Castillo de Miramar, en Italia, un grupo de políticos mexicanos ultraconservadores, a hincarse ante el archiduque Maximiliano de Habsburgo para que aceptara convertirse en emperador de México.
Los argumentos son los que la historia asienta: “México es un país incapaz de gobernarse, hay incertidumbre, constantes estallidos sociales, resistencia civil, las Leyes de Reforma sólo han servido para desmantelar el orden establecido, hay una deuda impagable; en resumen, se trata de un país sumido en el caos”.
151 años después, Jesús Zambrano, dirigente nacional del PRD, repite lo que en el siglo XIX hicieron José María Gutiérrez Estrada, Juan Nepomuceno y Miguel Miramón: rendir el país ante intereses extranjeros.
La gira de Zambrano por Estados Unidos para —como le dijo a una periodista— “espantar capitales estadounidenses interesados en invertir en México” constituye una reedición del viaje que hace siglo y medio realizaron a Europa los enemigos de la república para exhibir las debilidades del país y conseguir algún rédito político.
El perredista cree que la marca “soy de izquierda” es una patente de corso para crear en el extranjero escenarios de desconfianza en contra de México, sin que por ello se tenga que considerar su conducta un acto de deslealtad.
Los periodistas que cubrieron la conferencia de prensa que ofreció Zambrano en el Woodrow Wilson Center no podían dar crédito a lo que escuchaban. Cuando el dirigente y sus dos acompañantes, Luis Sánchez y Luis Cházaro, dijeron que habían llegado a Washington para advertirle a la Casa Blanca, al Banco Mundial y anexas que su partido, a través de una consulta popular, va a echar abajo la reforma energética y que, si el gobierno insiste en imponerla, habrá un revolución social, los medios creyeron que estaban escuchando el argumento del próximo estreno del Capitán América.
Las preguntas que les hicieron los medios dieron al periplo de la gira amarilla su correcta dimensión. Un reportero preguntó: “¿No les preocupa que tanto en Estados Unidos como en México haya la percepción de que el PRD es una fuerza de izquierda irresponsable, rijosa, violenta, que no se ha democratizado, una que amenaza con revueltas sociales si no se avanza en el proyecto de reforma bajo sus términos?”
Después de esta aseveración, Zambrano y su equipo debieron, por dignidad, haber regresado a su hotel, hacer las maletas y dar por concluida su estancia en un país al que, por cierto, consideran el responsable de todos los males nacionales y al que fueron a pedir, como Miramón a Napoleón III, ayuda para debilitar el gobierno mexicano.
El viaje de la izquierda mexicana a Estados Unidos debe quedar registrado en el Libro de los Récords Guinness. Los defensores de la soberanía nacional fueron a propiciar las condiciones para que el imperio influya en el fracaso del desarrollo económico de México. Lo que no nos dice Zambrano es para beneficiar a quién.
Ni en las conferencias o entrevistas que concedieron quedó claro el objetivo del PRD. ¿A cambio de qué pidió la izquierda ayuda a la Casa Blanca y a los organismos financieros internacionales? Instancias a las que, por cierto, Zambrano llamó pomposamente, en esta ocasión, los think tank del mundo. ¿Acaso prometió pozos petroleros si su partido llega en 2018 a la Presidencia de la República?
Fuerte resbalón el del PRD. Le demostró a los mexicanos que no sólo la derecha es capaz de abrir las puertas a los Maximilianos de Habsburgo, sino que también una izquierda dividida y débil recurre en su desesperación a ponerse de rodillas ante su adversario histórico para suplicarle que la ayude a existir.
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