sábado, 31 de mayo de 2014

Jaime Sánchez Susarrey - No pasa nada

No se puede predicar una cosa y hacer otra. Menos aún se debe renegar de un programa, que convocó el voto mayoritario de millones, para, ya en el poder, abanderar una causa que fue derrotada en la elección.

Fueron muchas voces las que alertaron sobre las nefastas consecuencias de una reforma fiscal que incrementaría los impuestos y castigaría a los de siempre, los causantes cautivos. El último en reiterarlo, hace unas semanas, fue Guillermo Ortiz, ex secretario de Hacienda: se ha generado incertidumbre e inhibido la inversión y el consumo.

Y sí, el futuro nos alcanzó: 1.3 por ciento en 2013 y un estimado del 2.7 por ciento en 2014. Sin embargo, en 2012 el crecimiento fue de 3.9 por ciento.

Algo se está haciendo mal, muy mal. Oficialmente se reconocen tres causas del débil desempeño de la economía: Estados Unidos tuvo un crecimiento prácticamente nulo; la demanda interna se vio afectada por la entrada en vigor de algunos impuestos al consumo; finalmente, la producción petrolera disminuyó, de manera no anticipada, 1.3% respecto de la cifra observada el año anterior.









Hecho el diagnóstico, se agrega, en tono doctoral, que el gobierno no es responsable de la tormenta del otro lado de la frontera. Y en referencia al efecto negativo -ampliamente advertido- de la reforma fiscal, se argumenta que es meramente transitorio.

Pero la realidad sigue allí. Los incrementos de los impuestos han tenido consecuencias negativas y, a menos que haya cambios, llegaron para quedarse.

Otro tanto puede decirse de la incertidumbre que se ha generado. No hay razón para que desaparezca. Antes bien, la proximidad de la elección intermedia puede llevar al gobierno a incrementar el gasto y el déficit fiscal.

¿Las apariencias engañan? No, no es el caso. La reforma fiscal es un retroceso y los efectos han sido y serán negativos. El riesgo es que el incremento de impuestos implique menor crecimiento, que se traduzca en menor recaudación y en un mayor déficit fiscal. O que se alcance un crecimiento momentáneo a cambio de mayor endeudamiento.

El giro que se dio en septiembre del año pasado fue bien sintetizado por Jesús Zambrano, presidente del PRD, al asumir que influyó para "hacer a un lado el dogma del déficit cero para reactivar la economía, y dar pasos decisivos en el establecimiento de un sistema de seguridad social universal...".

Se echó, así, por la borda la lección de los años setenta que es muy simple, pero cierta: no recurrirás al gasto para impulsar el crecimiento y mucho menos al endeudamiento para financiarlo.

Las cosas no paran allí. El gobierno tiene un serio problema con las pensiones, pero en lugar de abordarlo ha inscrito en la Constitución, a tambor batiente, el derecho a la pensión universal y el seguro del desempleo. Le está echando gasolina al fuego.

El bienestar de la gente no pasa por las dádivas del Estado, sino por el empleo o el trabajo independiente. El objetivo central y fundamental de una reforma fiscal debe ser promover la inversión, el crecimiento y el empleo.

La SHCP no reconoce ninguno de estos hechos. Peor aún, no ha registrado siquiera que el SAT se ha convertido en un factor que agrava la situación. Como bien ha advertido The Economist: "Es el síndrome de Peter Pan y tiene atrapadas a las pequeñas y medianas empresas mexicanas, que huyen de los altos impuestos y de los créditos bancarios, se niegan a dar seguridad social y también a la tecnología y a la modernización".

Sin embargo, hay datos evidentes: en México coexisten dos economías: una altamente productiva -las grandes empresas- y otra atrasada -medianas y pequeñas empresas.

Pero es la segunda la que genera el mayor número de empleos y respira gracias a que una gran parte está en la informalidad, es decir, elude la sobrerregulación y las cargas onerosas de todo tipo. La solución no es perseguirla ni asfixiarla, sino desregular y simplificar los trámites fiscales y administrativos.

¿Es tan difícil entenderlo? Por lo visto sí. Bajo el PAN no hubo desregulación ni simplificación. Ahora, el regreso del "nuevo" PRI tiene un tufo de los años setenta.

El peor error de Enrique Peña Nieto ha sido la Reforma Fiscal. Pero ese error se basa en otro aún más grave: el presidente de la República no puede depender de un gurú; por el contrario, está obligado a tener un gabinete económico, escuchar voces diversas, deliberar y atender las críticas. Está obligado a conocer y no repetir la historia.

Hasta ahora, la obcecación ha sido la respuesta frente al fracaso: aquí no pasa nada. Ojo, hasta que pasa.


@sanchezsusarrey

Leído en Reforma

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