sábado, 31 de mayo de 2014

Raymundo Riva Palacio - Periodistas, medios y poder



PRIMER TIEMPO 
Carmen y Ciro pelean por un pepenador
 
La historia pública es bien sabida. En MVS Radio, la conductora Carmen Aristegui difundió unas grabaciones donde dos mujeres, una supuesta secretaria en el PRI del Distrito Federal, y otra, una supuesta reportera encubierta, dibujaban un esquema laboral donde incluía, como servicio a sus potenciales jefes, atención sexual. Buena como nadie en el negocio de la radio, Aristegui rápidamente estableció el personaje criminal: Cuauhtémoc Gutiérrez de la Torre, líder del PRI en la ciudad de México. Personaje de siniestro pasado y escandalosa vida, tardó minutos en comenzar a ser linchado políticamente. El equipaje de su vida se convirtió en la sentencia por un hecho -que hasta hoy no se sabe con certeza si fue real o montado-, en el cual no estaba personalmente involucrado y que las referencias hacia su persona eran indirectas y para que lo codificara la imaginación. Gutiérrez de la Torre, personaje maldito, le generaba tantos negativos al PRI por su biografía, que llevaban meses que deseaban la forma de sacudírselo y preparar el camino a las elecciones sin el heredero del “Rey de la Basura”, Rafael Gutiérrez, su padre, asesinado en 1987.
 
 
 
 
 
 
 
 

 
Una acusación anónima fue el pretexto anhelado: desbarrancarlo y deslegitimarlo para que solito, se fuera del PRI capitalino. Todo iba a bien hasta que Ciro Gómez Leyva, que durante más de 20 años años aprendió la técnica periodística antes de entrar a la conducción de radio, sacó de su equipaje la regla básica de periodismo: buscar la opinión del señalado criminal. No es raro que Gutiérrez de la Torre lo negara todo, lo que no es lo relevante sino que, por hacer el trabajo de equilibrio en la información, Gómez Leyva fuera denostado por atreverse a desafiar a Aristegui. En lugar de arrinconarse como ratón, difundió una declaración ministerial de Priscila Martínez, que supuestamente era la llamada “enganchadora” de mujeres que aparecía en MVS, la facilitadora de una red de prostitución, donde reconoció su voz en la grabación que transmitió Aristegui, pero admitió que todo había sido un montaje por el que le pagaron 30 mil pesos. A Gómez Leyva le subieron el calor en la estufa, pero no se quitó de ella. Desde que estalló el escándalo de Gutiérrez de la Torre hace casi dos meses, Gómez Leyva ha insistido en lo elemental: ¿dónde están las pruebas? Aristegui ha defendido todo este tiempo la solidez de las grabaciones anónimas. Su choque en radio, sin mencionarse por nombre ninguno de ellos, baila sobre el ex líder priista y los hechos hasta ahora: no hay pruebas, ni acusaciones ratificadas ante el ministerio público contra él. Políticamente está liquidado. El PRI está muy contento y pocos se dan cuenta de ello.
 
 
 
 
 
 
 
SEGUNDO TIEMPO
La exoneración, ¿fin de la historia?
 

 

 
Que no quepa duda que a Alejandra Sota, la directora de Comunicación Social de la Presidencia de Felipe Calderón, con quien trabajó en sus mejores y peores días de su carrera en la última década, se la quisieron cobrar con creces quienes, por razones políticas, personales o, porque se les antojó, desde el año pasado quisieron arruinarle la vida. Lograron amargarle su ingreso a la Universidad de Harvard para estudiar una maestría al denunciar que no tenía el título de licenciatura –que no es un requisito insalvable siempre y cuando para cuando termine tenga todos los papeles en regla- y promover que la expulsaran. No lo lograron y junto con varios miles de harvarianos, se graduó este jueves. Luego, en una colaboración regular en la edición en Estados Unidos de la revista Forbes, la experimentada periodista Dolia Estévez, decana de los corresponsales mexicanos en Washington, la ubicó entre “los 10 mexicanos más corrutos de 2013”, artículo que se reprodujo, como dicen los clásicos, copiosamente en radios y medios en México. La lista se elaboró a partir de las repuestas por correo electrónico que obtuvo Estévez de personas a las que les preguntó su opinión sobre los mexicanos más corruptos, sin que se sepa de una metodología más rigurosa para lanzar esa acusación. Sota, que vio venir al pelotón de fusilamiento en su contra, acudió al gobierno federal para exigir que la investigaran, a ella, a su esposo y a su madre. Voltearon sus finanzas, sus propiedades y revisaron sus ingresos y sus bienes. La Función Pública dictaminó que no había nada irregular o ilícito. Ni se había enriquecido del erario, como la acusaron en Forbes, ni había incurrido en conflictos de interés o peculado. En un escueto comunicado, Sota comentó: “La libertad de expresión es uno de los pilares de nuestra democracia. Es un derecho que queda debilitado cuando se le pervierte y es utilizado como instrumento de venganzas personales. Espero que mi experiencia de haber sido señalada injustamente, ayude a enriquecer el debate sobre la importancia de la ética en el ejercicio del periodismo”. La investigación concluyó, pero el caso, al establecer la ex funcionaria que obedeció a venganzas personales, sugiere que las cosas, en realidad, no han terminado.
 
 
 
 
 
 
 
 
 
TERCER TIEMPO
La página 4 se queda coja
 
 
Hace tanto tiempo que le memoria no lo tiene fresco, la página 4 de La Jornada tiene un dueto que se hacen contrapeso: Julio Hernández, que escribe la columna Astillero, y Miguel Ángel Rivera, que escribe Clase Política. Pero después de este viernes se queda coja. Rivera, veterano columnista y un aún más experimentado periodista, que desde los tiempos de Excélsior bajo la dirección de Julio Scherer fue muy cercano de Miguel Ángel Granados Chapa, sorprendió a sus lectores con su despedida de ese diario que él contribuyó a fundar. Rivera fue generoso en sus agradecimientos, pero caminó entre lo críptico y lo claro en su texto del adiós. En el cuarto párrafo, después de recordar al director fundador Carlos Payán, menciona la conducción de Carmen Lira, que “desde hace 16 años tomó la estafeta para confirmar a nuestro medio en el sitio número uno como vocero de la sociedad más necesitada, de los que nada tienen que perder más que la dignidad, y de aquellos que conocen su cese de parte del policía encargado de vigilar la puerta”. Extraña asociación de ideas. O Rivera tuvo un rarísimo error en su sintaxis, o el policía le dijo que estaba despedido. En todo caso, no se fue voluntariamente. En el penúltimo párrafo escribió que su columna seguirá en la red, pero hasta julio, “porque de momento me concedo a mí mismo un mes y medio sabático. Dicen que las penas con pan –y con paseos agrego yo-, son más llevaderas”. Sin nada críptico, en las últimas cinco líneas que escribió finalmente en La Jornada, reitera que la red es un espacio abierto, pues “como he aprendido y disfrutado en mi actividad profesional, allí a nadie se obliga a pensar u opinar de una manera determinada”. Sin comentarios.
 
 
 
 
 
 
 

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