En principio, la política como actividad profesional puede desarrollarse en dos arenas que se sitúan en los extremos de un continuum. Los extremos son la política como búsqueda, ejercicio y disfrute del poder o como objeto de estudio y crítica desde fuera.
Lo anterior viene al caso por las consideraciones que hace un académico que decidió, como muchos otros, recorrer el camino que separa a las dos posiciones por las que pueden optar los que hacen de la política su centro de interés. Fue el caso de Michael Ignatieff, canadiense que, en Fire and ashes. Success and failure in politics (Harvard, 2014), reflexiona sobre su amarga experiencia al pasar de politólogo a político.
La diferencia -incluso el conflicto- entre la política como tema de estudio y como actividad práctica ya ha sido abordada, desde Platón hasta Max Weber. En el primer caso, por la vía del rey filósofo (su imposibilidad) y, en el segundo, mediante el contraste de dos modelos y objetivos ideales: el del científico -el hombre de estudio- y el político -el hombre de acción. Weber definió al primero como el comprometido con los valores y requerimientos de la ciencia -la búsqueda del conocimiento objetivo (o lo más cercano a ello)-, y al segundo, como el comprometido (idealmente) con la responsabilidad de quien toma decisiones que afectan los intereses y vidas de los otros, en algunos casos de muchos, como cuando se toma la resolución de emprender una guerra.
Obviamente, en la vida real, sólo hay aproximaciones a los dos modelos ideales. Hay incontables casos de políticos que actúan con extrema irresponsabilidad y de intelectuales o académicos que se dejan influir en sus análisis por consideraciones que poco o nada tienen de científicas y sí mucho de búsqueda de un beneficio personal. Pero volvamos al asunto del académico que se torna político práctico y al revés. No son muchos los políticos que terminan su carrera como verdaderos hombres de estudio o reflexión, aunque ese fue el caso de Maquiavelo, o el de académicos que se transforman en políticos exitosos. Un ejemplo notable de esto último fue el de Woodrow Wilson, el personaje que, además de ordenar la toma de Veracruz en 1914, lanzó el programa de "La Nueva Libertad" y condujo a Estados Unidos a entrar a la Primera Guerra Mundial. Wilson se inició en la vida profesional como un joven profesor de ciencia política, pero pronto fue designado presidente de la Universidad de Princeton y de ahí saltó a la política práctica. Primero fue gobernador y en 1912 candidato a la Presidencia de Estados Unidos, la que ganó por dos periodos consecutivos. Fernando Henrique Cardoso fue un caso similar: de profesor de sociología terminó en Presidente de su país, Brasil.
· INTENTO Y FRUSTRACIÓN
No son comunes los académicos que han tenido éxitos como los de Wilson o Cardoso, pero sí son muchos los que lo han intentado y han fracasado, como le sucedió a Ignatieff. A él lo reclutaron los directivos del Partido Liberal (PL) de Canadá cuando ya era el director de un instituto de derechos humanos en la John F. Kennedy School of Government, en Harvard, y le propusieron, primero, hacerle miembro del parlamento canadiense para, desde ahí, transformarlo en líder del PL y luego lanzarlo en 2011 a desafiar a Stephen Harper, líder del Partido Conservador (PC), primer ministro, y un político puro y con mucha experiencia. Finalmente, en 2011, Ignatieff tuvo una derrota espectacular: su adversario, el PC, ganó la mayoría absoluta en la Cámara de los Comunes; Harper, su tercer mandato, e Ignatieff y su partido apenas si pudieron reunir el 18.9% de los sufragios y quedar relegados a una tercera y humillante posición.
Reflexionando sobre lo que le sucedió, Ignatieff admite que nunca antes se había visto tan bien vestido como cuando se convirtió en político profesional, pero tampoco nunca antes se había sentido tan vacío; su vida cotidiana la dictaban los intereses e ideas de quienes le rodeaban; la confrontación política con los profesionales de su propio partido y, sobre todo, con los conservadores, poco o nada tuvo que ver con ideas y grandes proyectos y sí mucho con descalificaciones personales, incivilidad y trato al otro no como adversario en una pugna democrática sino como auténtico enemigo con el que no se debía debatir sino aniquilar. La dinámica de su nueva profesión no le permitió al antiguo académico pensar sobre la esencia de la política, sino apenas reaccionar y actuar sin reflexionar a dónde iba, para qué y por qué.
· ZAPATERO A TUS ZAPATOS
Cuando la suerte lo abandona, el político practicante raras veces se transforma en teórico; Maquiavelo es una rareza. En contraste, con frecuencia al analista del poder le tienta el abandonar su oficio y probar suerte dentro de la esfera del poder, pero a pocos les ocurre lo que a Wilson y a muchos lo que a Ignatieff: hacen el ridículo. El análisis y la crítica de los fenómenos políticos desde fuera del poder es un empeño con valor social y personal y tiene sentido cultivarlo.
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Leído en Reforma
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