lunes, 19 de diciembre de 2011

Pablo Hiriart - El problema central


Detrás de los gritos y chascarrillos de precampaña, están los mayores retos que tiene el país: la pobreza y la desigualdad.

Los días de coexistencia pacífica con la pobreza están contados.

El problema es demasiado grande como para simular que no lo vemos.

La pobreza tiene rostro, está cuantificada y está localizada. ¿Cómo vamos a hacer para atenuarla?

Es normal que en las campañas electorales se den hasta con la cubeta los distintos contendientes. Sí, así es, en condiciones de normalidad.

Pero no estamos en una situación normal. Los estallidos violentos existen en el país y llevamos cerca de 50 mil muertos en el sexenio.

¿Cuánto tardarán esas erupciones de violencia en ampliar sus causas hacia las reivindicaciones sociales?

Desde luego es más entretenido leer (y escribir) sobre las puyas entre los precandidatos y las posibilidades que tienen de ganar. Eso, sin embargo, no desaparece el problema central.

La pobreza alimentaria, es decir la compuesta por personas que no tienen para comer todos los días, ha aumentado en el presente sexenio en seis y medio millones de personas.

Razones puede haber muchas para justificar la debacle, culpar al gobierno o a terceros. Detengámonos en el hecho: es insostenible por más tiempo.

Desde 2004 el salario mínimo (ahora en 58.22 pesos) está por debajo del costo de la canasta básica que define la línea de pobreza.

¿Qué quiere decir eso? Que seis millones de mexicanos que tienen empleo con salario mínimo carecen de recursos para satisfacer sus necesidades básicas.

A ésas personas con trabajo, su sueldo sólo les alcanza para no morir de hambre.

Hay otros cuatro millones de personas (todos los datos son del INEGI) que a pesar de no estar desempleadas no perciben ingresos. Viven de las propinas o limosnas, cuando hay.

Hablamos, pues, de 10 millones de mexicanos que tienen trabajo únicamente para no morir de inanición (de una PEA total de 49.8 millones).

¿Hasta cuándo va a aguantar esa población?

La desigualdad no ha bajado como se dice. Hay un empobrecimiento general que permite dar números que, si bien se miran, son un espejismo.

Entre 2006 y 2010 el ingreso de las familias cayó 14.6 por ciento real (descontando el efecto de la inflación).

El 10 por ciento de los mexicanos más pobres perdió el 15.5 por ciento de su ingreso.

Al otro extremo, el 10 por ciento de los mexicanos más ricos disminuyó su ingreso en 18.9 por ciento.

Es decir, la nivelación que se presume es la peor que nos puede ocurrir: a la baja. Todos con menos ingresos.

Ahí está el tema. Bienvenidas las bromas, pero el problema es extremadamente serio

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