martes, 28 de agosto de 2012

Federico Reyes Heroles - Entre bárbaros

Federico Reyes Heroles 
Se ha dicho mil veces: México es un país privilegiado. Lo es -para empezar- por sus recursos naturales. Biodiversidad, desiertos, pero también selvas y bosques, montañas y planicies. La minería nos sigue dando casi 20 mil mdd al año. El turismo, otro tanto. Por supuesto, están sus costas hacia el Atlántico y el Pacífico además del embrujo del Caribe. La riqueza del plancton en El Mar de Cortés y lo que de ahí se deriva, lo ha convertido en referente mundial de la vida. La belleza de las playas y la temperatura de sus aguas son excepcionales. Pero hay un problema: nada es suficientemente bueno si quien lo puebla es un bárbaro.

“El Revolcadero”, nombre popular para una hermosa playa al sur de Acapulco es -por su dimensión, por su temperatura, por su celaje y atardeceres maravillosos, por su arena, por muchas razones- un verdadero paraíso. Por si fuera poco muy cerca está la laguna de “Tres Palos”, la cual, bien explotada, por sí misma sería motivo de regocijo. Allí hay múltiples aves y manglares magníficos. Pero tanto la laguna como “El Revolcadero” están en manos de nadie: ni la Federación, ni el Gobierno local, ni las autoridades municipales tienen control sobre la zona. La barbarie.




Ahí empieza el problema, las autoridades más cercanas a los sitios no tienen jurisdicción sobre ellos. Es la instancia de gobierno más lejana -la federal- la encargada de velar por su conservación. Así es en todo el país. En “Tres Palos”, se pesca sin miramientos, se caza sin control, se riega combustible en el agua y todo lo que el lector pueda agregar para destruir un ecosistema maravilloso. En “El Revolcadero” las plagas destructivas no podrían ser peores. Hay todo lo anterior más una adicional: las cuatri-motos. Se trata de unos aparatos que pueden ser muy divertidos cuando se les regula y que incluso pueden generar ingresos a sus dueños cuando se les alquila. Lo mismo ocurre con los Jet Skies. El problema no es el aparato en sí mismo sino la regulación de su uso. Cualquier aparato puede ser una maravilla o una amenaza. No se trata de bloquear el uso de un instrumento creado por la inteligencia humana. Defenderé el derecho a usarlo, pero también defenderé que su uso no dañe a terceros. Es el caso.

“El Revolcadero” es espléndido para trotar, caminar, hacer yoga o simplemente para que los niños jueguen con las olas de una playa larga, extendida y plana, fantástica para esos fines. Pero desde hace años una invasión de cuatri-motos ha venido a destruir esa paz envidada por muchos en el mundo. Los hoteles y condominios tratan de poner todo tipo de obstáculos y vallas para que sus huéspedes puedan salir sin peligro a usar las playas. Pero resulta que hay una comunidad (mafia) de cuatri-motos y caballos lo suficientemente agresiva como para amedrentar a cualquiera. Se dice que trafican de todo, aclaro, se dice, porque no me consta. De lo que sí sé es de los amedrentamientos y amenazas. De nuevo minorías pisoteando por la violencia a mayorías.

Lo increíble es que todo esto ocurre ante los ojos de la autoridad que es incapaz de poner un alto. De hecho hay allí unos letreros clarísimos que recuerdan el reglamento correspondiente que prohíbe tanto el uso de vehículos como el paseo de semovientes. En los edificios que hoy dan trabajo a miles de guerrerenses, al salir a la playa, uno se topa con sendos letreros que recuerdan a los huéspedes de la prohibición del uso y renta de animales y vehículos. Pero ahí no termina la desgracia: los usuarios y clientes son los propios dueños de los condominios que los compran o rentan para sí mismos, sus hijos o nietos. Con ese ejemplo ni para dónde ir. Resultado: una playa maravillosa está expuesta a la contaminación fecal de los animales, a los combustibles quemados y, quizá lo peor, a la contaminación auditiva. Para qué bajar a gozar de una puesta de sol si se expone uno a ser rociado de ruido y humos de gasolina.

Pero lo más descriptivo de nuestra forma de ser es la ignorancia del peligro: ni el respeto a la vida es motivo suficiente para respetar la ley. Los niños, sobre todo los más pequeños, no prestan atención al ruido de las motos que cruzan por la playa a una velocidad capaz de segar una vida. Con frecuencia son los comerciantes habituales que prefieren usar la playa como carretera a la vía paralela. Pero también ¡son los hijos y nietos de los huéspedes los agresores que le escupen ostentosamente a las normas! Los testigos son miles todos los días.

Soluciones hay. En esa larga playa se podría pensar en una zona confinada para el uso de los aparatos. Es una propuesta. Pero lo más irritante de todo es la sistemática burla de la autoridad inexistente, de las normas, del Estado de derecho que todos pisotean y dejan pisotear. El caso es representativo de México. Riqueza natural hay mucha pero, a la larga, lo que cuenta de un país es la forma como la explota, la forma como controla la barbarie. No hay riqueza que valga entre bárbaros.



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