Francisco Valdés Ugalde |
La institución del voto se origina en el reconocimiento de la personalidad del elector como individuo con derechos inalienables e inherentes.
El voto, como fenómeno colectivo, empieza en un hecho individual que es la preferencia derivada de la apreciación subjetiva del estado de cosas personal y de la comunidad, del país y del comportamiento del gobierno, los partidos y su oferta. Ésos y otros elementos, entre los que indudablemente está la socialización de cada elector con su gente, configuran la formación de esa preferencia.
Pero una vez que el elector vota se produce un resultado de agregación, un fenómeno colectivo, un resultado imprevisible, un efecto de agregación de las preferencias individuales. La distribución de los votos entre los competidores por el poder no pueden preverse con anticipación. Eso se trata de hacer con las encuestas pero, como vimos en esta temporada, a veces fallan y fallan por márgenes muy importantes que las regresan a ser lo que son: instrumentos falibles y no predictores de laboratorio.
Luego de meses de campañas políticas, encuestas y propaganda se produce el veredicto de las urnas. Ese hecho escapa a cada individuo, aunque se haya originado en ellos. Los resultados son, así, la consecuencia imprevisible del voto.
A su vez, el resultado se convierte en factor de apreciación para los electores en futuros actos políticos y votaciones. La valoración del acto de votar está asociada a la característica de la relación entre votante y resultado electoral, es decir, a una explicación de esta última apreciación por parte del votante. Entre los componentes de la formación de preferencias electorales se cuentan, de este modo, las consideraciones del votante sobre el sentido en que votar conduce a resultados que en su concepción pueden ser positivos o negativos. Mal o buen gobierno, buenas o malas políticas, desarrollo o rezago económico, buena o mala representación de los electores por parte de los gobernantes, etcétera.
En el fenómeno del voto nulo se puede distinguir un sector de votantes cuya apreciación de la política es negativa o, por lo menos, insatisfactoria. Al grado de que lejos de abstenerse actúan anulando su voto. Hay varias formas de hacerlo: votar en blanco, tachar la boleta, inscribir candidatos no registrados o apuntar consignas de diversa índole, políticas o de otro tipo. Este grupo de votantes debe distinguirse de los votantes equivocados, es decir, de los votos anulados por errores al no cruzar debidamente los recuadros de los candidatos o partidos preferidos.
El voto nulo parece crecer o disminuir en correlación con el prestigio de las instituciones democráticas. Considerando únicamente elecciones presidenciales, en 1994 el voto nulo fue de 3.2%, en 2000 disminuyó a 2.3, en 2006 se mantuvo casi igual, en 2.5, pero en 2012, según los cálculos disponibles, llegó casi a 6%. El PREP distingue votos nulos de votos por candidatos no registrados. En la votación para presidente 2.4% son votos nulos (más de un millón), mientras que para senadores y diputados fue de 5.5 y 4.8, respectivamente (más de dos millones de votos en cada caso).
Suponiendo que estos votos nulos sean mayormente votos emitidos conscientemente, el dato es preocupante. El aumento del voto nulo es coincidente con el desprestigio de las instituciones políticas y la democracia. En el año 2010, diversas mediciones registraron una preferencia democrática clara por primera vez en una minoría de la opinión pública en México, mientras que antes de esa fecha se tenían valores de apreciación más elevados.
No se tiene una idea clara de quiénes son los votantes anulistas. No disponemos aún de suficientes estudios publicados al respecto. Puede aventurarse la pregunta de si se trata de votantes con mayor instrucción, más politizada y localizada en zonas urbanas. Se trata del tipo de población que suele manifestar más abiertamente su descontento con el statu quo. Habría que investigar esto mejor, al igual que otras zonas grises o muy oscuras en la sociología electoral, como la coacción al voto.
Habría que saber si estamos frente a una minoría difusa cuyo descontento puede catalizarse (o capitalizarse) políticamente. No se trata de un asunto menor, pues aunque sea una minoría que de este modo hace valer su insatisfacción política, a partir de la reciente reforma constitucional ya se cuenta con mecanismos de consulta y participación alternativos que podrían ser activados en el futuro cercano, máxime cuando observamos el desarrollo sostenido de movimientos como #YoSoy132 o el Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad.
Si estas consideraciones tienen sentido, podríamos anticipar que la recuperación del prestigio de las instituciones políticas vendrá de una combinación de participación ciudadana de nuevo tipo y de reformas políticas que puedan darles cabida. El voto nulo sería, pues, una anticipación de tal oportunidad.
Director de la Flacso sede México
Leído en: http://www.pulsoslp.com.mx/Noticias.aspx?Nota=131616
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